Internet es esencial para un país subido en la gran ola tecnológica como China. Pero le plantea problemas de control al régimen. Más allá de su Gran Cortafuegos, el régimen chino tiene un elaborado sistema de censura y manipulación de las redes sociales. Lo acaba de demostrar cortando el acceso a WhatsApp a las puertas del importante XIX Congreso del Partido Comunista Chino, o aumentado la persecución de los que critican al presidente Xi Jinping, que cada vez va acumulando más poder. Pero a las autoridades (Partido Comunista y administraciones) les preocupa, más que la crítica, que las redes y los medios sociales (los occidentales suelen estar prohibidos, y son propiamente chinos) sirvan para generar movimientos de movilización que ven como peligrosos. Las críticas pueden incluso serles útiles en la lucha que defiende Xi Jinping contra la corrupción y para exponer a funcionarios. Pero lo que el sistema no tolera es que se generen movimientos de contestación, o de acciones colectivas. Ya hay en promedio unas 500 manifestaciones al día en China, si bien en gran parte pacíficas. El régimen considera que la mayor amenaza no proviene de posibles ataques militares de potencias extranjeras sino de levantamientos de su propia gente que pueden dispararse por una chispa en las redes sociales.
Garry King, Jennifer Pan y Margaret E. Roberts de la Universidad de Harvard llevaron en 2013 un estudio sobre la censura en las redes chinas basado en el análisis de 1.400 servicios de redes sociales (en China no están tan concentrados en unas pocas empresas como en Occidente) y varios millones de posts antes de que las autoridades los detectaran, evaluaran y eventualmente censuraran retirándolos de Internet o modificándolos. Los investigadores enviaron también mensajes para juzgar la reacción de estos censores y llevaron a cabo numerosas discretas entrevistas al respecto. Decenas de miles de censores trabajan en las empresas de medios sociales –unos 1.000 en cada servicio– y en el gobierno a distintos niveles. Un 15% de los posts son censurados.
En otro reciente estudio, King y sus coautores van más lejos para ratificar, datos en mano, que a las autoridades no les importa tanto lo que un ciudadano piense o diga de ellas, sino lo que puede hacer. El objetivo estratégico es evitar actividades colectivas. Para ello, las autoridades practican lo que estos estudiosos llaman “ingeniería inversa”, en lo que constituye “el esfuerzo más extenso jamás aplicado para censurar selectivamente la expresión humana”. Pero en este nuevo estudio, profundizan en su análisis para concluir que más que responder directamente a lo “peligroso” que pueda circular por redes sociales, el aparato chino se dedica a distraer a la gente con otros temas.
Esto lo hacen a través de pseudónimos o anónimos, para lo que algunas estimaciones señalan que se contrata a unos dos millones de personas para insertar este tipo de información o desinformación en las redes. Corresponden a diversas categorías: los citados censores en cada servicio o empresa, la policía de Internet (wang jing, con entre 20.000 y 50.000 integrantes) y los monitores de la Red (wang giuanban), así como unos 250.000 a 300.000 de los conocidos como el “partido de los 50c” (wumao dang) en razón de lo que se rumorea (que parece que no es verdad); es decir, gente del partido que cobra 50 céntimos (o 5 jiao, que corresponden a 0,07 euros) por cada post o mensaje que colocan. Una especie de troles oficiales, a todos los niveles del gobierno. El objetivo de este programa es, ante todo, “reducir la probabilidad de acción colectiva mediante inserciones en las redes sociales siempre que cualquier movimiento colectivo se pone en evidencia o se espera que lo haga”. Una pequeña insatisfacción expresada en estas redes puede hacer llegar a un público más amplio la idea de que otros muchos la comparten y pueden movilizarse en su contra.
La investigación de King et al. calcula que así el régimen fabrica y cuelga unos 448 millones de comentarios al año. El objetivo no es entrar en debates para rebatir argumentos o informaciones, sino más bien lograr una “distracción estratégica” para cambiar el tema, con comentarios que aparecen como opiniones de ciudadanos chinos de a pie, positivos sobre China, su historia o el Partido Comunista o introduciendo otros temas. Esto responde, según explica el politólogo Carl Susstein en su reciente libro #Republic, a la recomendación de Dale Carnegie en 1936 de que nunca se puede ganar un argumento, por lo que es mejor cambiar de tema. Las autoridades chinas parecen estar de acuerdo con el empresario y escritor estadounidense de libros de autoayuda, entre ellos Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, que incluye esa recomendación: distraer la atención es mejor que rebatir argumentos.
Seguramente, esta manera de proceder inspira a otros regímenes autoritarios si tienen la capacidad de control sobre la Red de que dispone el sistema chino. Pero indica también lo que son las más profundas preocupaciones del régimen nominalmente comunista: evitar movilizaciones pues temen no poder controlarlas o tener que usar la fuerza para ello. Y eso que las manifestaciones aplastadas de Tiananmen ocurrieron en 1989, mucho antes de la existencia de las redes sociales.