Oriente Medio y el mundo entero necesitan una alternativa a la violencia cíclica entre israelíes y palestinos. Los riesgos de emplear la recurrente fórmula –tantas veces probada con resultados cada vez más monstruosos– de ocupación, terrorismo, castigos colectivos, devastación y odio son demasiado elevados. La vía alternativa a la violencia sólo puede venir a través de la política.
Para dar con una solución que traiga esperanza y seguridad, tanto a los israelíes como a los palestinos, hace falta un cambio profundo en la forma de abordar el conflicto.
La escala de la destrucción humana y física tras el estallido bélico sin precedentes, a raíz del ataque de Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre y el posterior asalto israelí masivo contra la Franja de Gaza, es la constatación del fracaso de la vieja fórmula que evita la solución de los dos Estados. Cuatro realidades han quedado patentes: (1) el conflicto palestino-israelí no estaba liquidado tras la normalización entre Israel y algunos países árabes; (2) dicho conflicto conserva una elevada capacidad de desestabilizar todo Oriente Medio y sus vecindarios; (3) tratar de gestionarlo mediante declaraciones de intenciones desconectadas de la realidad sólo contribuye al agravamiento de sus consecuencias; y (4) Occidente emplea dobles raseros ante los crímenes de guerra, en función de dónde se cometan y por parte de quién.
Para dar con una solución que traiga esperanza y seguridad, tanto a los israelíes como a los palestinos, hace falta un cambio profundo en la forma de abordar el conflicto. Eso pasa por hacer que ambas partes vuelvan a la mesa de negociación en condiciones menos desequilibradas que hasta ahora. Un paso que modificaría el perverso círculo vicioso de las últimas décadas sería el reconocimiento de Palestina como Estado por parte de los países occidentales que aún no lo hacen, así como de la ONU, con el apoyo o la abstención de Estados Unidos (EEUU) en el Consejo de Seguridad. Semejante reconocimiento debilitaría a Hamás y quienes les apoyan, sobre todo si se renueva y refuerza una Autoridad Nacional Palestina que cuente con legitimidad democrática.
Israel no es un Estado normal. Carece de unas fronteras definidas según el derecho internacional. Es reconocido sólo por 163 de los 193 Estados miembros de la ONU. Del 15% de países que no reconocen el Estado de Israel, muchos son vecinos suyos árabes y musulmanes que muestran así su rechazo a la ocupación de los territorios palestinos.
Palestina es un Estado aún menos normal. Tan sólo lo reconocen 139 miembros de la ONU (el 72%), incluidos dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China y Rusia). Entre los que no reconocen el Estado de Palestina, la mayoría están en Europa occidental, Norteamérica y en las pequeñas islas del Pacífico. Un detalle importante es que Palestina sí reconoce el Estado de Israel desde la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, pero no ocurre lo mismo a la inversa.
Resulta paradójico que los países occidentales que tantas veces repiten que la paz entre israelíes y palestinos debe basarse en la “solución de los dos Estados” sean aquellos que sólo reconocen uno de ellos (Israel), pero no el otro (Palestina). Esto es así debido, principalmente, a las presiones que varios de esos países reciben por parte de Israel y de EEUU. Por otra parte, la Unión Europea (UE) y sus Estados miembros han aportado miles de millones de euros a los palestinos desde que se inició el proceso de paz en la Conferencia de Madrid de 1991, en teoría para favorecer la solución de los dos Estados bajo la fórmula de “territorios a cambio de paz”. Sorprende que, tras semejante desembolso, tan sólo nueve de los 27 países de la UE reconozcan el Estado palestino (sólo Suecia lo hizo siendo miembro de la UE, en 2014, mientras que los otros ocho lo hicieron antes de su ingreso).
Tras una escalada de violencia en Gaza durante el verano de 2014, de una dimensión muy inferior a la de este 2023, varios parlamentos europeos, incluidos los de Francia, Portugal, España, Italia, Grecia, Luxemburgo, Irlanda y el Reino Unido, aprobaron mociones pidiendo a sus gobiernos el reconocimiento de Palestina como Estado. También el Parlamento Europeo votó por una gran mayoría a favor de una resolución no vinculante que pedía el reconocimiento del Estado palestino como forma de reavivar el moribundo proceso de paz.
En el caso de España, el Congreso de los Diputados votó en noviembre de 2014, casi por unanimidad y con el apoyo de todos los grupos parlamentarios, una proposición no de ley instando al gobierno español a reconocer Palestina como Estado. También algunos parlamentos autonómicos, con gobiernos regionales de distinto signo político, emitieron declaraciones institucionales apoyando ese reconocimiento. Cabe recordar que fue un gobierno español de izquierdas el que reconoció el Estado de Israel en 1986, mientras que uno de derechas votó a favor de reconocer Palestina como Estado observador no miembro de la ONU en noviembre de 2012.
El mundo debe diferenciar entre los palestinos y Hamás.
Aunque hoy no se dan las condiciones para la proclamación de un Estado palestino independiente y viable, su reconocimiento por parte de más países occidentales sería una acción decisiva para romper el actual círculo vicioso de destrucción y odio. Semejante paso minaría la posición de los más radicales en ambos bandos. No son pocas las voces israelíes que piden que los principales países de la UE den ese paso, pues ven en un Estado palestino independiente y democrático la mejor garantía de seguridad para Israel. Además, un reconocimiento mutuo entre Israel y Palestina normalizaría la situación del Estado israelí con los 57 países árabes y musulmanes integrados en la Organización para la Cooperación Islámica (la segunda organización intergubernamental más grande tras la ONU), cuya población representa casi un 25% de toda la población mundial. Ese incentivo para la sociedad israelí es la base de la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, que se resume en tres puntos: seguridad para los israelíes, Estado para los palestinos y prosperidad para ambos pueblos y sus vecinos.
El mundo debe diferenciar entre los palestinos y Hamás. Existe una fórmula inexplorada para acabar con ese movimiento fundamentalista. Consiste en aplicar el derecho internacional, ofrecer garantías de seguridad internacionales a israelíes y palestinos, normalizar la situación de Israel en su vecindario, dar esperanza a los palestinos y reconocer su humanidad. Hay que entender que Hamás es el resultado del fracaso de la política y del debilitamiento intencionado de la Autoridad Nacional Palestina por parte de los sucesivos gobiernos israelíes de Benjamín Netanyahu.
Como bien expresó el alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, en el reciente Foro Regional de la Unión para el Mediterráneo: “Hamás es una idea. Uno no puede matar una idea salvo que pueda demostrar que tiene una mejor”. Hamás –o cualquier otra organización extremista que pueda surgir en el futuro– se alimenta de la desesperanza, la injusticia, el odio y los dobles raseros. En ausencia de una esperanza de paz y dignidad para los palestinos, los israelíes no tendrán seguridad y su país adoptará políticas cada vez más extremistas, ahondando aún más sus fracturas internas y poniendo en riesgo la paz y la seguridad internacionales.
(*) Este análisis fue publicado originalmente en la edición impresa del diario El Mundo el 6 de diciembre de 2023.
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