El título de este post no es nada original. La pregunta se la hacía Jenny Nordberg en un artículo de The New Yorker a propósito de una serie de incidentes centrados en Suecia y su nuevo enfoque de política exterior. Tras su nombramiento al frente de la cancillería en otoño de 2014, Margot Wallström resumía dicho enfoque del nuevo gobierno socialdemócrata, liderado por Stefan Löfven en una frase: Suecia sería el primer país del mundo en tener una política exterior feminista. Las reacciones ante una declaración que incluye un término en el fondo desconocido –o no reconocido, convenientemente ignorado y estigmatizado– cubren un espectro que van desde el escepticismo y la socarronería hasta la ironía, confusión y desconcierto. Los suecos se han vuelto locos.
¿Qué es una política exterior feminista?
Según el plan de acción (2015-2018), recientemente actualizado, la igualdad de género es un objetivo fundamental de la política exterior de Suecia, una obligación en el marco de sus compromisos internacionales, y un requisito previo para alcanzar sus objetivos más amplios en materia de paz, seguridad y desarrollo sostenible. Así, una política exterior feminista contribuirá no solo a lograr resultados concretos que promuevan la igualdad de género, sino también en términos de seguridad y de desarrollo humano.
El plan de acción incluye seis objetivos estratégicos (cada uno con seis áreas prioritarias), que permiten “un trabajo holístico y un uso coordinado de los instrumentos de política exterior.” La igualdad de género también es una prioridad en las políticas públicas tanto en la toma de decisiones como en la asignación de recursos, y la perspectiva de género es transversal en la formulación de dichas políticas nacionales e internacionales. Administrativamente, la política exterior feminista es responsabilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores bajo la coordinación de la ministra Wallström, Anne Linde (ministra de la Unión Europea y Comercio) e Isabella Lövin (ministra de Cooperación Internacional para el Desarrollo y Clima, y vice primera ministra), mientras que la política exterior y de seguridad es exclusiva de la primera.
¿Qué hay detrás de una política exterior feminista?
“Una política exterior feminista es un análisis del mundo”, que está enraizado en los feminismos como teorías/filosofías políticas y acciones sociales que conllevan una manera de “estar en el mundo”, en la agenda del movimiento global de mujeres y en las perspectivas feministas en Relaciones Internacionales.
Lo “feminista” implica no solo la incorporación de un cuerpo normativo de reorientación de la política exterior –en función de principios éticos de paz y justicia global, derechos humanos y desarrollo sostenible–, sino un cuestionamiento de la definición tradicional de la política exterior y de seguridad, en donde las experiencias y voces de las mujeres no suelen (y siguen sin) tenerse en cuenta, y de las estructuras jerárquicas de poder que mantienen una sistemática subordinación, discriminación, violencia y continua negación de los derechos fundamentales a las mujeres y las niñas.
El movimiento global de mujeres ha sido fundamental en la configuración de la agenda sobre Mujeres, Paz y Seguridad desde la década de los 90, cuando la lucha contra la violencia sexual se convierte en uno de los puntos más importantes y dinámicos de sus reivindicaciones, y el uso de la metodología de los derechos humanos fortaleció sus esfuerzos y objetivos al vincularse con otro movimiento más amplio. Esto se materializa en el reconocimiento de que “los derechos de las mujeres son derechos humanos” en el punto 14 de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing (1995), una frase usada por el movimiento feminista y acuñada por Hillary Clinton en su discurso en la 4ª Conferencia Mundial sobre las Mujeres.
La literatura académica feminista en Relaciones Internacionales data de mediados de los años 80 y surge durante el quinto debate teórico entre racionalistas y reflectivistas, en una disciplina tradicionalmente definida por el predominio del realismo político y donde el fin de la Guerra Fría fue una especie de tsunami que nadie vio venir. Este es el contexto en el J. Ann Tickner propone la reformulación mediante enfoques feministas de los seis principios del realismo político de Hans Morgenthau, y luego introduce el concepto de género como unidad de análisis de las relaciones internacionales. Podemos mencionar también a Cynthia Enloe, Jean Bethke Elshtain y Christine Sylvester (entre muchísimas otras) que, junto a Tickner, sentarían las bases de la producción teórica feminista en las Relaciones Internacionales.
Las aportaciones de las distintas perspectivas feministas evidencian la invisibilización y exclusión de las mujeres en los análisis del mainstream teórico, apuntan a la importancia del género como unidad de análisis y, a su vez, sugieren vías por las que las teorías feministas pueden contribuir a la re-conceptualización y renovación de las Relaciones Internacionales. Algunas de ellas pueden rastrearse en las “tres erres” (cuatro, en realidad), el enfoque que incorpora la perspectiva de la igualdad de género en todas las actividades del servicio exterior sueco: respeto de los derechos de las mujeres como derechos humanos, aumentar la representación de las mujeres, su participación e influencia en todos los ámbitos y en todos los niveles de los procesos de toma de decisiones; e incrementar y redirigir los recursos necesarios para promover los objetivos de igualdad de género. La cuarta se refiere a asegurar que las acciones realizadas conlleven los instrumentos y métodos de análisis y seguimiento (reality checks and analysis).
Implementar una política exterior feminista y no morir en el intento
A casi tres años de aquel otoño de 2014, el gobierno sueco ha logrado apuntarse un par de éxitos a nivel europeo e internacional, tras la creación de la figura de la Consejera Principal sobre Género y la Implementación de la Resolución 1325 del Servicio Europeo de Acción Exterior, y su elección como miembro no permanente del Consejo de Seguridad para el período 2017-2018. Por otra parte, algunos analistas señalan una “moderación realista” en la acción exterior: por ejemplo, en el marco del rifirrafe diplomático con Arabia Saudí en marzo de 2015, Estocolmo ha ajustado su política de exportación de armas y material de defensa, pero las ventas de armas continúan (y aquí no ha pasado nada); o la implementación de restricciones temporales en las políticas de asilo y refugio implementadas en mayo de 2016.
La ministra Wallström ha intentado explicar esta posición, tirando del concepto de smart power, al indicar que son las circunstancias las que determinan la combinación de instrumentos de poder blando y de poder duro que se deben utilizar para conseguir los objetivos de política exterior. “Cualquier país que aspira a la paz mundial y, al mismo tiempo, produce y exporta armas, termina teniendo dilemas morales. Suecia debe lidiar con ellos y vivir con este tipo de contradicciones”. Esta declaración es poco coherente con la aspiración de ser un “poder normativo” en el mundo mediante la insistencia en la conexión –cada vez más evidente– entre la seguridad de las mujeres y la paz y seguridad tanto nacionales como internacionales; aunque sí que encaja perfectamente en la posición que mantiene el gobierno sueco ante Rusia tras la anexión de Crimea y el conflicto en el este de Ucrania.
Sin embargo, “garantizar que las mujeres y las niñas puedan disfrutar de sus derechos humanos fundamentales” no es una tarea sencilla en un contexto donde, por un lado, existen esfuerzos globales para la promoción de la igualdad de género –que hemos visto evolucionar, por ejemplo, tras la aprobación de la Resolución 1325 y la configuración de la agenda de Mujeres, paz y Seguridad– y, por otro, los retos y dificultades que persisten son enormes a pesar de los avances; sin contar con las amenazas de retroceso en los logros y derechos de las mujeres en muchos países, que los movimientos feministas volverán a reivindicar en las movilizaciones del próximo 8 de marzo.
La teoría bien empaquetada de la política exterior feminista de Suecia es contundente porque se ha atrevido innovar en un ámbito difícil, poco dado a los cambios y donde predominan las masculinidades hegemónicas. Su aplicación práctica es, sin duda, una prueba de fuego. Y aunque su propio lanzamiento en 2014 ha sido una señal de cambio, sigue siendo muy pronto para evaluar sus resultados.
[Actualización: incorporación de la actualización del plan de acción 2015-2018 con las áreas prioritarias para 2017]