Se puede discutir sobre cómo gobierna Putin, criticar sus métodos, criticar su orientación política, su homofobia y xenofobia, o sus ansias imperiales o su nacionalismo extremo. Se le podrá tachar de autoritario, de que va a llevar al país a la era preindustrial o incluso peor. Sin embargo, no podemos negar ni permanecer ciegos ante unos índices de popularidad del 87%. No entraremos aquí a profundizar sobre estas cuestiones, lo que sí es necesario apuntar es que todas y cada una de las medidas que ha adoptado desde el comienzo del conflicto en Ucrania han venido motivadas por una cuestión: la seguridad.
El conflicto, efectivamente, comenzó como un pulso por el control de la frontera oriental de la UE, de la occidental de Rusia. Por lo tanto, un asunto vinculado a la seguridad, pero con claros objetivos comerciales. El desarrollo del escudo anti-misiles en países como Polonia, Bulgaria y la República Checa, y la firma de Acuerdos Comerciales con países “sensibles” para Moscú –Ucrania, Moldavia y Georgia– son apenas dos ejemplos muy evidentes. Sin embargo, el desencadenante de esta crisis, de la crisis ucraniana, es precisamente la cuestión comercial, la renuncia de Yanukovich a la firma de un Acuerdo de Asociación con la UE. Y el conflicto, además de tratar de dirimir el futuro ucraniano en el ámbito más local, se ha transformado en un conflicto comercial global. Y parece que se va a limitar a ello, puesto que las dos premisas con las que los actores globales involucrados trabajan son que nadie quiere un conflicto militar, ni tampoco la ruptura de la cooperación en materia anti-terrorista o nuclear.
En el caso de las relaciones entre la UE y Rusia, la situación es mucho más delicada ya que existe, o existía, un alto nivel de dependencia mutuo. Existía porque parece que Moscú ha roto la baraja. Ante las medidas en materia financiera, militar y energética impuestas por la UE a finales de julio, la respuesta rusa sólo tardó una semana. El día 7 de agosto lanzó un embargo comercial a todos los productos agroalimentarios y pesqueros procedentes de los países que habían apoyado las sanciones previas. De este modo Putin terminaba rompiendo lazos con EEUU, la UE, Canadá y Australia. Pero al tiempo que ponía en marcha este embargo, lanzaba una agresiva campaña diplomática en América Latina para conseguir los productos que no iba a importar desde, fundamentalmente, Europa. Y en esta situación ¿quién pierde y quién gana?
Sin duda, pierde la UE, pues a su delicada situación económica, muy deteriorada antes de la crisis ucraniana, se unen ahora las pérdidas que la ruptura comercial y financiera con Rusia le van a suponer: sólo en el ámbito agroalimentario se estiman en más de 5.000 millones de euros. Pero a eso debemos sumar las pérdidas en el sector financiero y energético, tales como las del National Bank of Scotland, Société Générale, Deutsche Bank, BP y Repsol, por mencionar algunas. Hay que tener en cuenta que las exportaciones a Rusia eran en 2013 de más de 12.000 millones de euros. El FMI ya ha avanzado que el crecimiento en la zona euro se verá afectado entre tres y cinco décimas el año próximo. Las bolsas europeas ya han comenzado a notar las caídas. Si bien el impacto en el sector agroalimentario será más notable en las próximas semanas, los camiones cargados de mercancías ya han tomado el camino de regreso a sus países de origen: melocotón griego, manzanas y carne polacas, fruta española…
Por tanto, pierden también los agricultores y ganaderos europeos ya que el género que iba dirigido a Rusia lo tendrán que vender en otros mercados alternativos o tendrán que reducir considerablemente los precios del mismo para poder venderlos en el mercado europeo. En España, el sexto país más afectado tras Lituania, Polonia, Alemania, los Países Bajos y Dinamarca, se estima que el sector se verá afectado en más de 330 millones de euros. Por el momento, parece que la UE no va a recurrir al paquete compensatorio previsto por la PAC ni tampoco a otros fondos de reserva para la crisis. Sin embargo, está por ver la presión que puedan ejercer en el proceso de toma de decisiones países como Polonia, Grecia y Finlandia, que ya han lanzado sus peticiones de compensación al respecto.
También pierden los consumidores rusos, aunque no cualquier consumidor. Los productos procedentes del mercado europeo eran productos consumidos fundamentalmente por las clases medias y altas de la sociedad rusa, por lo que las –casi seguro– subidas de precios de en torno al 20% previstas por el embargo afectarán a una población muy limitada. Un dato que es necesario conocer es que la importación de alimentos es del 40% en Moscú y San Petersburgo, pero tan sólo del 15% de media en el resto del país. En ningún caso parece que se vaya a llegar al desabastecimiento de los supermercados como en el ocaso del régimen soviético.
Y ¿quiénes ganan? De entrada ganan aquellos que venderán sus productos a Rusia, fundamentalmente América Latina, pero no sólo, pues también Serbia, China e Israel saldrán beneficiados de este cambio de juego comercial global. Así, tras la creación a mediados de julio del Banco de Desarrollo de los BRICS y la firma de acuerdos con diversos países de la región en innovación, ahora también se ha llegado a acuerdos comerciales jugosos con países como Brasil, México y Argentina, entre otros, que convertirán a América Latina en la principal proveedora agroalimentaria de Rusia en el futuro próximo. Si bien esto parece que será la tendencia, es necesario tener cautelas al respecto puesto que los costes de transporte y la logística de almacenamiento de productos perecederos no es un asunto de fácil resolución.
También ganarán, aunque con cautelas, los agricultores rusos, ya que tendrán la oportunidad de poner en marcha un proceso modernizador de su industria, poco o nada competitiva con la que llegaba de la UE y de EU. Y esto llevará casi con toda certeza más de un año, que es lo que está previsto que dure, de momento, el embargo.
Por lo tanto, en este juego de suma cero que parece se está jugando en el ámbito global, al menos podemos extraer cuatro conclusiones claras. La primera, el papel que Rusia quiere jugar en el tablero global no es el de un mero actor secundario, no quiere limitarse a ser una potencia regional, quiere jugar en la primera división. Y lo hace sobre las premisas de la política de seguridad en términos de Defensa, rearmándose por un importe de más de 750 millones de dólares, aumentando su territorio y áreas de influencia –con la anexión de Crimea y la desestabilización de Ucrania– y creando su Unión Aduanera y sus propios organismos reguladores a través del Banco de Desarrollo. La segunda, el cambio que se va a producir, de continuar esta situación, en los flujos comerciales globales, donde Rusia incrementará sus relaciones con América Latina y China y donde la UE tendrá que buscar nuevos mercados exportadores y reforzar los ya existentes con EEUU, ya que parece poco probable que una vez sentada la tendencia se vaya a revertir, lo que preocupa sobremanera a los líderes europeos. La tercera, el progresivo cambio que se está dando en la gobernanza global, si bien tímidamente, no habría que menospreciar el reciente acuerdo alcanzado entre los BRICS para la creación de un organismo alternativo al FMI y al Banco Mundial, no en vano cuatro de los cinco fundadores del Banco de Desarrollo forman parte de las 10 principales economías mundiales. La cuarta, la débil posición de la UE. Tras sus fallidas actuaciones diplomáticas desde el inicio de la crisis en Ucrania, pasando por lo errático de las sanciones debido al seguidismo de la estrategia norteamericana, la ausencia de una política exterior fuerte y operativa –y no reactiva como hasta ahora– han hecho que todas y cada una de las medidas adoptadas hacia o desde Rusia le afecten de manera negativa. Veremos si los nuevos presidente del Consejo Europeo –Tusk– y alta representante –Mogherini– dan un giro a la orientación que hacia la Vecindad Oriental está teniendo la UE. Parece que la postura más dialogante de la segunda, junto con las dudas que en este caso arrastra Merkel en relación con Rusia, podrían aproximar posiciones con Moscú. Pero eso es algo que podremos observar durante las próximas semanas.