La prueba nuclear que realizó el régimen de Pyongyang el día 12 de febrero fue, como es bien conocido, la tercera, tras las de 2006 y 2009. Todo parece indicar que se ha distinguido de las anteriores en varios aspectos: ha sido más potente (6 kilotones, en lugar de los 2 kilotones de 2009 y de 1 kilotón en 2006) y el artefacto parece que también ha sido más pequeño y ligero que en pruebas anteriores, lo que indica que Corea del Norte está dando pasos para lograr su objetivo militar final, esto es, la colocación de una cabeza nuclear en un misil balístico intercontinental (ICBM).
Al parecer, fue precedida, el día anterior, de una prueba de combustión de un ICBM, del modelo KN-08, que tiene, dicen los expertos, un alcance de 6.000 kilómetros (capaz de llegar a Alaska o Hawai), si bien, en el caso de ser mejorado, podría alcanzar los 10.000 kilómetros, esto es, llegar a California. Es sabido, además, que en diciembre de 2012, Corea del Norte lanzó un cohete espacial para situar aparentemente un satélite en orbita. Ese lanzamiento tuvo éxito, a diferencia del de abril de ese mismo año.
La prueba nuclear demuestra, además de que Kim Jong-un está siguiendo la línea dura de su padre, Kim Jong-il, varias cosas más.
En primer lugar, que Corea del Norte tiene plutonio o uranio para gastar. Los especialistas dicen que el régimen podría contar con material para entre seis y 10 bombas más.
En segundo lugar, que han fracasado las sanciones al régimen impuestas desde 2006 tanto bilateralmente como multilateralmente, a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU). Esas sanciones, contenidas en las resoluciones 1718 (2006), 1874 (2009) y 2087 (2013), han consistido, en un apretado resumen, en trabas financieras, prohibición de viajar, congelación de activos e interdicción de comerciar con componentes que puedan ser usados en los programas nucleares y en los de misiles balísticos. A raíz de la prueba de febrero, la comunidad internacional se ha propuesto intensificar, mejorar y ampliar dichas sanciones, por ejemplo, con un embargo de armas más estricto, mayor recurso a las inspecciones de barcos y la interceptación de maletas con dinero en efectivo. Esto último tiene su importancia ya que se cree que Pyongyang obtiene divisas, con el tráfico de drogas (más de 200 millones de dólares al año), la fabricación de moneda falsa (más de 500 millones de dólares al año) y el blanqueo de dinero en múltiples cuentas en el extranjero y con numerosos nombres falsos, lo que hace muy difícil identificarlas y congelarlas.
En tercer lugar, la prueba de febrero ha demostrado igualmente que ha fracasado la política de “paciencia estratégica” de Obama, consistente en confiar en que las sanciones acabarían llevando al colapso de régimen o, al menos, a un cambio en su comportamiento. También ha puesto de manifiesto que la política de mano dura de Seúl desde 2008 no ha rendido los frutos esperados, aunque seguramente Corea del Sur no ha tenido más remedio que mantenerla desde 2010, cuando el Norte hundió la fragata Cheonan y bombardeó un isla septentrional.
El problema, por tanto, está en qué hacer para evitar las “provocaciones” de Pyongyang. Las sanciones adicionales no harán sino aumentar la espiral de tensión (provocación-sanciones-provocación). Los expertos anticipan ya otra prueba nuclear (e incluso dos) en el transcurso de este año, así como una prueba de misiles (del Musadan, con un alcance de 4.000 kilómetros, o de su versión mejorada, el KN-08, con un alcance de 6.000-10.000 kilómetros).
Ante ese panorama, EEUU y Japón (con la línea dura del primer ministro Abe) están mejorando su sistema conjunto de interceptación de misiles y parecen haber arrojado la toalla, al haber aceptado finalmente que Corea del Norte es, de hecho, un Estado nuclear y que sus misiles son ya –o están a punto de ser– operativos. Corea del Sur ha enseñado incluso los dientes, al mostrar sus misiles Haesong-2 y Haesong-3, supuestamente capaces de protagonizar un ataque quirúrgico contra las instalaciones nucleares o la residencia de Kim Jong-un.
Por su parte, China, a diferencia de lo que muchos analistas creen, carece de influencia real en los dirigentes de Corea del Norte, que consideran una traición que China no haya vetado las sanciones en el CSNU. Es más, en el cálculo estratégico de los dirigentes chinos, lo peor sería un colapso del régimen de Corea del Norte, pues llevaría a una marea de refugiados y una reunificación precipitada, a favor de Seúl, de la península, lo que situaría a los soldados estadounidenses estacionados hoy al sur del paralelo 38 en la frontera oriental de China.
En suma, hay que seguir buscando lo esencial, que es la desnuclearización, por más que las tres pruebas hagan parecer que es un objetivo ya inalcanzable. Las razones son bien conocidas: riesgo alto de proliferación nuclear activa (venta de material o artefactos nucleares a otros países o a grupos terroristas) o pasiva (nuclearización de Japón y Corea del Sur); posibilidad de accidentes; y descontrol de armas nucleares (loose nukes) en caso de desintegración del régimen.
Así, descartada la opción militar, no queda más remedio que intentar revitalizar las conversaciones a seis bandas (que Pyongyang abandonó en 2008) y ofrecer seriamente a Corea del Norte un tratado de paz que sustituya al armisticio de 1953, así como ayuda económica y energética (por ejemplo, con un futuro gasoducto Rusia-Corea del Sur) y reconocimiento diplomático.