¿Qué hará la UE si vuelven las revueltas árabes?

Revueltas árabes. Una gran multitud se reúne en la plaza Tahrir en El Cairo (Egipto) durante las protestas en julio de 2011

En la pasada década, el vecindario árabe de la UE fue escenario de dos olas de revueltas populares contra los regímenes en el poder. La primera, en 2011, tuvo mucho eco mediático mundial y desencadenó procesos desestabilizadores que duran hasta hoy. Sus epicentros fueron Túnez, Egipto, Libia y Siria, aunque se dejó notar en todo el Magreb y Oriente Medio, incluida la península arábiga. La segunda tuvo lugar en 2019 y sus escenarios fueron Argelia, Líbano, Sudán e Irak. Esta ola recibió escasa atención y provocó menos cambios que la anterior, seguramente porque paró en seco por los confinamientos provocados por la pandemia, aunque no por ello fue menos importante como recordatorio de los profundos problemas sociopolíticos sin resolver en toda la región.

Durante la última década, se ha extendido en las opiniones públicas europeas la narrativa de que los intentos de apoyar la democracia en los países árabes han sido en balde. Se ha generalizado un sentimiento de fatiga mezclada con frustración. Eso ha llevado a la proliferación de discursos que abogan por que la UE se centre en sus intereses y en mantener relaciones transaccionales con los regímenes árabes, para lo cual Europa haría bien en abandonar la agenda democratizadora. Sorprende mucho el éxito de esa narrativa, pues hay que preguntarse si realmente la UE había centrado sus relaciones con los vecinos del sur en la promoción de los principios y valores democráticos y en el respeto de los derechos humanos. La respuesta es un irrefutable no.

Durante el último cuarto de siglo, el bloque europeo ha sido un actor pro statu quo en su vecindario meridional, favoreciendo un modelo de estabilidad autoritaria. Las reformas que se han acometido no han llevado a la aparición de nuevas democracias. De hecho, en más de medio siglo tan sólo surgió una nueva democracia en el sur del Mediterráneo: Túnez. Fue el resultado de una movilización popular en 2011 contra un régimen cleptocrático, sin que la UE tuviera mucho que decir. En los siguientes años, Túnez elaboró una constitución democrática, se celebraron elecciones libres y transparentes y hubo alternancia pacífica en el poder. Por desgracia, la transición política no trajo mejoras económicas y la población, frustrada y desesperanzada, optó por un presidente autoritario que ha descarrilado la experiencia democrática. Todo eso ante la mirada impasible o impotente de la UE.

(…) hay que preguntarse si realmente la UE había centrado sus relaciones con los vecinos del sur en la promoción de los principios y valores democráticos y en el respeto de los derechos humanos. La respuesta es un irrefutable no.

Hoy abundan las señales que advierten de que el actual equilibrio entre Estados y sociedades en varios países árabes es insostenible. Existen razones suficientes para afirmar que los retos socioeconómicos crecen a un ritmo muy superior al de las soluciones que se requieren. Desde que se iniciaron las llamadas “primaveras árabes” en 2011 hasta hoy, la población de los 22 países árabes ha pasado de 360 a 450 millones (en 2001 eran 285 millones y la proyección es que para 2050 superen los 600). El crecimiento de población está en el 1,9%, frente a la media mundial del 0,9% y del 0,2% para la OCDE. Dos terceras partes de la actual población árabe tiene menos de 30 años (o, lo que es lo mismo, 300 millones de árabes nacieron después de 1992). Una tercera parte del total tiene menos de 15 años (150 millones aún no habían nacido en 2007). La mayoría absoluta de los árabes viven hoy en países sumidos en conflictos violentos, sometidos a la ocupación o gobernados por regímenes muy autoritarios.

Se estima que en la región árabe se tendrían que crear hasta 65 millones de nuevos puestos de trabajo de aquí a 2030 para llegar a niveles de participación laboral similares al de los países de renta media. A ese impactante dato hay que sumar que el 64% del empleo total en la región árabe es informal, con malas condiciones de trabajo y limitada estabilidad laboral. El contexto actual no parece idóneo para crear las condiciones que permitan dar ese salto. En el conjunto de la región árabe, las políticas para contener la inflación podrían ejercer presión sobre sus ya débiles cuentas fiscales, empeorar las condiciones de financiación, provocar la salida de capitales y frenar el crecimiento.

Las sucesivas disrupciones vividas en el último decenio (conflictos regionales, oleadas de refugiados, la pandemia del COVID-19, la invasión rusa de Ucrania, la inseguridad alimentaria, la inflación y perspectivas de recesión mundial, etc.) están aumentando las presiones sobre numerosos países árabes. Esto ocurre sin que dichos países antes hayan abordado muchos de los retos preexistentes, sobre todo en áreas como el desempleo, la innovación, la competitividad, el desarrollo del sector privado y, sobre todo, el buen gobierno y el establecimiento de instituciones modernas y transparentes. Todo lo anterior ha llevado a crecientes –y alarmantes– niveles de endeudamiento. Líbano, país que sufre un colapso multidimensional, ya se declaró en suspensión de pagos en marzo de 2020, mientras que países como Túnez y Egipto (este con más de 100 millones de habitantes) están en zona de riesgo de colapso económico.

La pregunta que todo dirigente europeo se debe hacer hoy no es la que encabeza este artículo, sino: “¿Qué opciones le quedarán a la UE cuando vuelvan las revueltas árabes?”.

La ciudadanía árabe muestra cada vez menos esperanza en el futuro de sus países en términos económicos y políticos. Esa tendencia queda clara en las sucesivas oleadas de las encuestas de opinión regionales que realiza el Arab Barometer. Un dato relevante es que, en los 10 países árabes en los que se realizó la encuesta en 2020-2021, una mayoría de los encuestados consideró que la democracia, a pesar de sus limitaciones, era el mejor sistema para gobernar sus países. Sin embargo, una tendencia extendida en la región es que los regímenes autoritarios se sienten robustecidos, reprimen con más fuerza, vulneran más los derechos humanos y revierten los tímidos avances democráticos de anteriores décadas.

La pregunta que todo dirigente europeo se debe hacer hoy no es la que encabeza este artículo, sino: “¿Qué opciones le quedarán a la UE cuando vuelvan las revueltas árabes?”. Si los regímenes cuestionados por sus pueblos optan por reprimirlos con dureza, ¿seguirá la UE tratando con dichos regímenes en términos puramente transaccionales? De ser así, ¿cómo lo percibirían unas sociedades árabes que han visto a los países europeos volcarse a favor de Ucrania so pretexto de defender los valores democráticos y proteger a los civiles de la tiranía y la agresión?


Tribunas Elcano

Nueva iniciativa del instituto que pretende recoger los análisis realizados por expertos/as sobre temas que están dentro del ámbito de nuestra agenda de investigación. Su publicación no está sujeta a periodicidad fija, sino que irán apareciendo a medida que la actualidad o la importancia de los acontecimientos aconsejen que acudamos en busca de la interpretación que pueda proponer la amplia comunidad académica que colabora con el Real Instituto Elcano, o miembros del equipo de investigación del Instituto.


Imagen: Una gran multitud se reúne en la plaza Tahrir en El Cairo (Egipto) durante las protestas en julio de 2011. Foto: Ahmed Abd El-Fatah from Egypt (Wikimedia Commons / CC BY 2.0).