Según la última edición del Democracy Index de la Unidad de Inteligencia de The Economist, hay más países con regímenes autoritarios e híbridos que países democráticos: 91 Estados frente a 76. En la categoría de “democracias”, 54 países tienen democracias imperfectas, y solo 22 son “democracias plenas”. De hecho, estas últimas representan la cifra más baja en cantidad de países (13,2%) y en términos de población mundial –sólo un 5,7% vive en ellas. Aun cuando las democracias imperfectas albergan una buena parte de la población (42,7%), los regímenes autoritarios e híbridos siguen superando a las democracias. Así pues, el 51,6% de la humanidad vive en Estados en donde, en mayor o menor medida, no se garantizan elecciones libres e imparciales ni pluralismo político, existe un grado significativo de inestabilidad institucional (o de disfunción parcial o total), el marco de Estado de Derecho y la lucha contra la corrupción son débiles, la sociedad civil es frágil, la libertad de prensa y de expresión son sustituidas por mecanismos de censura, y el sistema judicial no se caracteriza por su independencia.
Ahora bien, este escenario no es algo nuevo. Desde la primera edición del índice en 2006, el promedio global de democracia se ha situado en torno a 5,5 puntos; es decir, dentro del rango que contempla a los regímenes híbridos (de 4 a 6 puntos). No obstante, esta edición se diferencia de las anteriores al alertar que 2019 ha sido el año con el peor promedio global desde su creación (5,44 puntos en una escala de 0 a 10). Este resultado es incluso más bajo que el registrado en 2010, el año con la coyuntura más débil en términos de calidad democrática tras el inicio de la crisis económica y financiera mundial. El factor-tractor que señala el informe es el declive democrático en América Latina –por el fraude electoral y la corrupción– y en África Subsahariana –por la represión ante las protestas masivas en las calles.
Lo que sucede, sin embargo, va mucho más allá: es el inicio de una segunda fase en la “recesión democrática” que Thomas Friedman señalaba en 2008. Friedman hablaba de un retraimiento de las democracias debido al declive de la influencia de Estados Unidos y el ascenso de nuevas potencias (que se refleja en el retorno de la narrativa del great-power competition). Aquí, con un nuevo escenario una década después, proponemos que la desaceleración del demos –en el caso de los países democráticos– ya no apela solamente a una crisis vinculada a la reconfiguración de dichas fuerzas geopolíticas y su efecto en las diversas dimensiones del multilateralismo –comercial, diplomacia pública, o en valores. También se debe al hecho de que las democracias se están olvidando de su razón de ser y actuar; y, sobre todo, de ir por delante de los cambios transnacionales y globales que les afectan desde una perspectiva de riesgo-país. Los últimos años han convertido al orden global en un sistema bifurcado: una estructura a la que, si se quiere pertenecer, sus agentes deben dedicar mayores esfuerzos; pero unos Estados los cuales, al mismo tiempo, están perdiendo la capacidad de hacerlo ya que su propia agencia se está poniendo en duda desde el seno de sus sociedades.
Lo confirma, sin duda, el hecho de que la única variable del índice que asciende respecto a 2008 es la movilización política –de 4,59 a 5,28. Que 2019 haya sido el año de las protestas en las calles o que se esté hablando de una slowbalisation –que ya se haya superado el pico máximo de integración global, entrando ahora en una fase de recesión o crecimiento lento– son síntomas de la necesidad de que las democracias readapten su forma de mirarse a sí mismas y al futuro cercano, caracterizado por la falta de control pleno sobre fenómenos aparentemente exógenos –como el cambio climático y la digitalización–, que en cambio forman parte de la idiosincrasia de cada uno de los Estados, pues son éstos los responsables tanto de su génesis como de la respuesta a los mismos.
¿Cómo pueden las democracias asumir la incertidumbre del largo plazo en un escenario en el que ya no vale el mero marco de riesgo-país? El primer error es asumir que se pueden predecir eventos futuros concretos. El segundo es creer que el futuro se parecerá al presente (casi nunca es así). No es cuestión de saber lo concreto, sino lo tendencial: de ahí que exista la necesidad de expertos especializados en la formulación de políticas (policy-making) sobre asuntos futuros específicos, que tengan a su vez una mirada holística del mundo internacional, de manera que puedan complementarse para fomentar esta reconversión de la democracia. Para superar estos puntos ciegos y ángulos muertos, las instituciones públicas pueden y deben implementar metodologías de análisis de riesgo por las cuales –sabiendo que algo probablemente ocurrirá, pero sin saber cuándo, dónde ni cómo exactamente– puedan disponer de planes de contingencia de respuesta rápida.
Las técnicas de inteligencia son de gran utilidad para mejorar la preparación de un país a la hora de asumir tendencias y cambios repentinos. Estas técnicas suelen ser utilizadas a nivel táctico a corto plazo, pero su redefinición con una mirada estratégica y a largo plazo es algo en lo que se debe y se puede trabajar. Se utilizan para la planificación de políticas públicas en Estados Unidos, y suponen a su vez un puente facilitador de diálogos acertados entre aquellos sectores que en otros países como España se ven como esferas inconexas, cuando en realidad no lo son. El primer paso es identificar los errores del pasado: en concreto, aquellos que eran evitables y los que no. Para ello, existen muchas opciones, aunque nos limitaremos a hablar de unas pocas. La primera es cuestionar una visión que en cierta coyuntura recibió un amplio apoyo y un consenso sólido para poder, fueran sus efectos positivos o negativos, construir escenarios alternativos y estudiar posibles evoluciones de tal input (técnica devil’s advocacy de la CIA). Otra forma es poner bajo escrutinio las consecuencias políticas más graves que un evento poco probable tendría si ocurriera: ésta es la matriz “elevado impacto/baja probabilidad”, que es tremendamente útil al servir como puente entre errores no observables del pasado y la preparación ante cambios fortuitos debido a variables que raramente se tendrían en cuenta. Asimismo, si lo que queremos es disponer de protocolos de actuación preventivos, una técnica valiosa es el análisis what-if, un método que ya se utiliza en el Instituto de la Unión Europea para Estudios de Seguridad en París, en el que no se analizan las consecuencias de un evento improbable, sino las causas de cada uno de los escenarios futuros planteados (actores involucrados, regulaciones, factores sociológicos y económicos). Finalmente, si lo que se pretende no es la prevención interna o mayores capacidades de respuesta, sino más bien la posibilidad de contemplar discursos adversos o castigos externos ante cierta decisión, la técnica red teaming proporciona a una organización un punto de vista totalmente contrario, ayudándole a identificar las debilidades en sus capacidades de resolución de problemas, así como a superar sesgos culturales con los agentes con quienes se relaciona.
Estas técnicas –y tantas otras con mayor profundidad y estructuración analítica, sean de naturaleza diagnóstica, de oposición o de pensamiento creativo– demuestran que si una democracia plena, como es la española, ambiciona tener una mirada estratégica, debe responder a la volatilidad precoz y temprana de los fenómenos no solo en clave de “isla” (estatocéntrica), sino de “órbita” (en sus esferas de influencia) y de “comunidad” en un mundo global, donde lo local es aún más importante debido al mayor margen de maniobra por parte de actores no estatales y grupos privados.
La voluntad política y los recursos son activos esenciales a la hora de asentar el anclaje estratégico en una democracia que quiere ir por delante de los hechos. El desarrollo, éxito y efectividad sostenida de dichos esfuerzos residirá, pues, en dar un paso adelante en la recopilación de nuevas formas de comunicación con otros países, así como de nuevas especializaciones a nivel interno. En resumen, en el atrevimiento de aglutinar mentes e ideas decisivas, con una mirada lógica y holística (al modo de la técnica outside-in thinking) con el fin de garantizar en un mundo de incertidumbres y que no funciona en clave país, unas democracias actualizadas, recicladas, que estén a la vanguardia de responder ante los problemas y a las personas.