Qué esperar de la segunda presidencia de Trump

Imagen nocturna del Capitolio de Estados Unidos de noche. En primer plano, un grupo de soldados de la Guardia Nacional patrulla el perímetro. trump
Soldados patrullan frente al Capitolio de Estados Unidos de noche. Foto: The National Guard (@thenationalguard).

Henry Kissinger, antiguo secretario de Estado de Estados Unidos (EEUU) y uno de los más finos analistas de las relaciones internacionales, decía en 2018 que Donald Trump podría ser una de esas figuras que irrumpen en el panorama político muy de vez en cuando, marcan el final de una era y ponen el mundo patas arriba sin ser muy conscientes de ello y, a veces, casi por accidente. Todavía es pronto para saber si así será, pero lo que es indudable es que la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses abre un panorama de enorme incertidumbre internacional. Su estilo caótico e impredecible, su desinterés por el orden liberal multilateral, su ninguneo de las alianzas tradicionales estadounidenses y su pulsión por establecer aranceles serán especialmente peligrosos para los europeos.

Dos cosas parecen claras: que Rusia es la principal amenaza de seguridad para la Unión Europea (UE) y que a Trump prácticamente no le importa lo que Putin haga en Europa. Pero a partir de ahí todo son incógnitas. Seguramente EEUU no abandonará la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) (el Congreso, aunque tenga mayoría Republicana, no lo permitiría), pero podría inaugurar lo que en Washington ya se ha bautizado como “OTAN durmiente”, una situación en la que EEUU saca a sus tropas de Europa, se resiste a nombrar embajador en la Alianza Atlántica, ningunea la organización y demanda que los europeos aumenten sustancialmente su gasto en defensa.

Donald Trump podría ser una de esas figuras que irrumpen en el panorama político muy de vez en cuando, marcan el final de una era y ponen el mundo patas arriba sin ser muy conscientes de ello y, a veces, casi por accidente.

El Congreso estadounidense no aprobará más fondos para apoyar a Ucrania. De los 60.000 millones de dólares que autorizó el pasado abril, quedan unos 6.000 millones por gastar y se liquidarán antes de que la presidencia de Trump comience el 20 de enero de 2025. Hay también hasta 50.000 millones de dólares adicionales disponibles procedentes de los rendimientos de los activos financieros rusos inmovilizados en los países del G7, pero la ingeniería financiera que rodea esa compleja operación podría demorar su desembolso. A partir de ahí, los europeos, si así lo deciden, tendrán que hacerse cargo del apoyo a Ucrania, tanto en lo económico (como hasta ahora) como en lo militar. Y, en este momento, no cuentan ni con la munición ni con el armamento necesarios, por lo que tendrían que comprarlos en otros países, sobre todo en EEUU.

La extrema derecha europea podría buscar consuelo en la promesa de Trump de terminar con la guerra con rapidez. Seguramente ofrecerá un acuerdo a Putin por el que Rusia se quede con la parte de Ucrania que ahora controla, pero es posible que Putin prefiera seguir adelante con la invasión, sabiendo que Zelensky, tiene cada vez menos apoyos. Es poco probable que la UE como tal esté en esa mesa de negociaciones. Y tal vez Ucrania tampoco. En todo caso, si Putin aceptara un acuerdo, la gran pregunta sería en qué medida ofrecerá garantías de seguridad creíbles para los europeos. Con una OTAN debilitada y el relato de que Rusia ha vencido en Ucrania, sólo un rápido y sustancial rearme europeo podría impedir que Rusia reanudara la invasión de Ucrania o los países bálticos (que sí son miembros de la UE y de la OTAN) en un futuro cercano. Dadas las actuales divisiones entre países europeos, no será fácil que Trump vuelva a ser un “federalizador externo” que lleve a una mayor integración –sobre todo militar y fiscal– en el continente como sucedió con su primer mandato. Es más probable que algunos de los países de la Unión, sobre todo los del este, intenten negociar bilateralmente para mantener el apoyo norteamericano a cambio de pleitesía.

En Oriente Medio, Trump mantendrá su apoyo incondicional a Israel, pero su objetivo a medio plazo será reactivar los Acuerdos de Abraham impulsados al final de su primera presidencia e interrumpidos por la guerra en Gaza, que aspiraban a normalizar las relaciones entre Israel y muchos de sus vecinos. También se centrará en debilitar a Irán con más sanciones, lo que podría cambiar los equilibrios de poder en la región en favor de Arabia Saudí. Por lo tanto, aunque Trump dará carta blanca a Netanyahu para continuar asediando Gaza (y tal vez Cisjordania) y bombardeando el sur del Líbano, no parece estar interesado en una escalada militar en la región, por lo que seguramente evitará, al igual que Joe Biden ha hecho hasta ahora, que Israel bombardee objetivos militares y nucleares iraníes. No debe esperar, por tanto, ningún avance en la solución de dos Estados entre Israel y Palestina que promueve la UE, y habrá que ver si la destrucción de Hamás y Hizbulah, y un Irán con menor profundidad estratégica en la región y debilitado por la eliminación de sus proxis, permiten abrir un periodo de mayor estabilidad en Oriente Medio (aquí la incógnita es en qué medida y con qué medios Rusia apoyará a Irán). Recordemos que Trump repitió hasta la saciedad durante la campaña electoral que bajo su primer mandato no hubo guerras y que si era reelegido terminaría las que Ucrania y Oriente Medio. Otra cuestión es que pueda conseguirlo y a qué precio para la legitimidad del derecho internacional y los derechos humanos, que siguen siendo los valores que defiende la UE.

Si Trump es efectivamente un aislacionista que no quiere abrir nuevos conflictos y que busca alcanzar acuerdos que lo presenten como ganador ante la opinión pública estadounidense, la gran pregunta es cómo será su política hacia China y si mantendrá el paraguas de seguridad sobre Taiwán, Japón, Corea del Sur e incluso Australia (ya ha sentenciado, en su habitual estilo transaccional, que Taiwán debe pagar por su defensa y no sería raro que comenzara a decir algo similar sobre Japón y Corea).

Tanto demócratas como republicanos temen el auge de China. Además, como ha explicado Jeremy Shapiro, los expertos republicanos en política exterior se dividen en “tribus”: los, “priorizadores”, que quiere centrar todos sus recursos en contener y debilitar a China (dejando Europa a su suerte); los que abogan por lacontención y defienden que EEUU se involucre cada vez menos militarmente en otras partes del mundo, incluida China; y los “primacistas”, que defienden que EEUU siga siendo el policía del mundo como en los últimos 70 años, y que al estar en clara minoría no tendrán prácticamente cabida en su Administración. A priori, Trump, su vicepresidente Vance y todo el movimiento Make America Great Again (MAGA), están en el grupo de los de la contención. Además, parecen convencidos de que, con una retórica de fortaleza agresiva, el uso estratégico de la guerra económica y el aumento del gasto militar, sus enemigos los respetarán y evitarán provocarlos, lo que impedirá nuevos conflictos (Trump podría utilizar la fuerza militar de forma puntual, tal vez contra los cárteles en México y América Central, para mandar un mensaje de fortaleza a sus adversarios). Pero más allá de que la Administración Trump termine abogando por una política exterior basada en el abandono de sus aliados, el aislacionismo y los aranceles, seguramente habrá cada vez más presión para que dedique más recursos a contener a China y doblegarla en la carrera tecnológica, habida cuenta de que en Washington se considera que, en algún momento, el ejército chino será una amenaza real para la hegemonía militar norteamericana (algo que no opinan del ruso). Aun así, qué hará exactamente con relación a Taiwán sigue siendo una incógnita.

Sí parece claro que la principal herramienta para ejercer presión sobre China serán los aranceles, que podrían subir al 60% para todos los productos (y al 200% en el caso de los vehículos eléctricos). Lo más probable, por tanto, es una guerra comercial abierta con China de mayores proporciones que la que tuvo lugar durante el primer mandato de Trump, donde los aranceles subieron de media del 4% al 25% y China respondió con medidas equivalentes. Aunque a Trump parece importarle menos la seguridad económica que a su predecesor, los controles a la exportación o el filtrado de inversiones entrantes y salientes chinas seguramente se mantendrán y hasta es posible que la guerra comercial alcance también a los estudiantes chinos en EEUU y viceversa. En definitiva, el actual camino del de-risking, que alineaba las políticas económicas europeas y estadounidenses con relación a China será remplazado por un intento mucho más claro por parte de EEUU de desvincular su economía de la de China, lo que tendrá enormes costes para los consumidores estadounidenses.

En cuanto los aranceles sobre las importaciones chinas estén establecidos, seguramente en marzo o abril, Trump iniciará su contienda comercial con la UE. Para él, la Unión es un rival comercial y no un aliado geopolítico, lo que seguramente llevará a la eliminación del Trade and Technology Council, que ha servido como foro de diálogo económico transatlántico durante los últimos cuatro años, así como a relaciones mucho más tensas tanto con Bruselas como con Berlín. En este contexto, sería importante que la Comisión Europea adoptara un tono transaccional con Trump, poniendo sobre la mesa lo antes posible una oferta comercial que evite que Washington imponga los aranceles. La UE, y sobre todo sus principales exportadores como Alemania, están pasando por una situación económica de debilidad, por lo que aranceles del 10% o 20% sobre las exportaciones a EEUU podrían resultar letales. En todo caso, la UE también tiene que estar preparada para reevaluar su relación económica con China y con otros países del sur plural si efectivamente no puede evitar un conflicto comercial abierto con EEUU, especialmente si la situación en Ucrania evoluciona de forma poco favorable para Europa. Y, finalmente, si la guerra comercial entre EEUU y China se intensifica, algunos países y productos europeos podrían salir beneficiados debido a la desviación y creación de comercio.

En materia de energía y clima se puede dar por sentado que Trump sacará de nuevo a EEUU del acuerdo de Paris y tal vez también de la convención marco de Naciones Unidas contra el cambio climático. También que promoverá la producción de combustibles fósiles todavía más de lo que la Administración Biden lo ha hecho en los últimos años desregulando el sector. Sin embargo, es poco probable que el Congreso elimine las enormes inversiones verdes e incentivos fiscales de la Inflation Reduction Act (IRA) porque benefician a muchos estados republicanos y porque se las considera una pieza clave para ganar la carrera industrial y tecnológica a China. Es posible que revise los 59.000 millones de dólares en inversiones tecnológicas del Chips Act por considerar que esta ley es demasiado intrusiva y utiliza la política industrial para hacer política social y redistributiva. Recordemos que uno de los objetivos de Trump, tal vez inspirado por la “motosierra” de Javier Milei en Argentina, es recortar drásticamente el gasto federal, tarea que seguramente encomendará a Elon Musk. Y, en la misma línea, también es bastante probable que, además de las bajadas de impuestos, haya un marcado giro hacia la desregulación en prácticamente todos los sectores económicos, empezando por el tecnológico, donde además seguramente se derogará la normativa de regulación de la Inteligencia Artificial (IA) aprobada por Biden. La promesa trumpista de potenciar los cripto activos requerirá normas más claras para que EEUU, retrasado en comparación a otras jurisdicciones por la gran incertidumbre que rodea al sector, pueda ver crecer este mercado. Y si ya era poco probable que Washington acelerara su proyecto de creación de un dólar digital, ahora es seguro que se dejará de lado. Los libertarios de Silicon Valley que tanta influencia parece que podrían tener en el gobierno Trump/Vance, lo ven como una intolerable intromisión del Estado en la vida privada.

Por último, Trump se hará cargo del país con una economía en pleno empleo y fuerte crecimiento. La combinación de bajadas de impuestos, aranceles y deportaciones de inmigrantes ilegales (que seguramente serán menos de las prometidas) podrían acelerar algo la inflación, por lo que la Reserva Federal tendrá difícil seguir bajando los tipos de interés e incluso podría subirlos en 2025. Predecir la evolución de la bolsa y las divisas es casi imposible, pero, por el momento, el dólar se ha apreciado y las acciones están subiendo. Lo que sí es seguro es que el déficit y la deuda pública estadounidenses aumentarán y seguirán en su actual trayectoria insostenible a largo plazo. Si se confirma la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, no habrá problemas con aumentar el techo de deuda, por lo que no habrá sustos en los mercados financieros en los próximos meses. Pero a largo plazo, dar por sentado que EEUU podrá seguir endeudándose a las actuales tasas por emitir la moneda de reserva global será una apuesta cada vez más arriesgada, especialmente si Trump va adelante con su idea de reducir la independencia de la Reserva Federal.