El pasado mes de junio, el emir Hamad bin Khalifa al-Thani abdicó en favor de su hijo Tamim. Nacido en 1980, cursó sus estudios superiores en Reino Unido, desempeñó labores de gobierno junto a su padre y es ahora, con 33 años, el gobernante más joven del mundo árabe.
El legado del emir saliente es espectacular. Desde que ascendiera al poder en 1995, Qatar ha alcanzado uno de los niveles de PIB más altos del mundo y se ha convertido en un país con una frenética actividad diplomática que nada tiene que ver con su pequeño tamaño y escasa población: creó y desarrolló Al Jazeera, el medio de comunicación más importante e influyente del mundo en lengua árabe (aunque también emite en inglés); alberga desde 2003 el Doha Forum, uno de los foros más importantes a nivel mundial sobre asuntos de actualidad internacional; ha mediado en conflictos de Oriente Medio y África, como en Chad y Darfur, Eritrea, Palestina o Chipre y aloja en su territorio la mayor base militar estadounidense del Golfo.
Todo esto fue conseguido por el emir Hamad, quien tomara las riendas del poder tras un golpe de Estado no sangriento contra su propio padre. Dado el alcance de su impresionante “salto hacia adelante”, ha sido considerado desde el mundo árabe uno de los líderes regionales más dinámicos y carismáticos.
Es por ello que su abdicación en favor del ahora emir Tamim bin Hamad al-Thani, supuso una gran sorpresa. Es la primera vez que un soberano árabe pasa el mando a un heredero (sin muerte o golpe de Estado de por medio). Este nuevo emir es, además, el primer dirigente del Consejo de Cooperación del Golfo nacido después de la independencia de su propio país, ocurrida en 1971.
¿Caben esperar cambios significativos en las políticas de este “pequeño gigante” que es el Estado de Qatar?
Una pregunta más que pertinente, ya que, si bien el joven Tamim ha formado parte activa del gobierno del país bajo la dirección de su padre, el primer cambio que ha realizado ha sido, precisamente, en el mayor estandarte político de Qatar: la política exterior. Ha depuesto a quien fuera ministro de Asuntos Exteriores desde 1992, y primer ministro desde 2007: su poderoso primo Hamad bin Jassim al-Thani. Su relevo no es en absoluto baladí, dado el perfil multilateral que Qatar emprendió bajo el anterior emir, y dadas las actuales complicaciones en sus apuestas regionales.
En el caso de Siria, Qatar fue bajo el mandato de Hamad uno de los grandes opositores al régimen de Bashar al-Asad, y el hecho de que la comunidad internacional ahora haya iniciado un diálogo con éste supone un varapalo a la postura qatarí. Además, el apoyo de Hamad (como antes hiciera en Libia) a las facciones rebeldes, algunas de ellas extremistas, supuso un roce con los Estados Unidos, le ha granjeado cierta animadversión desde la comunidad internacional y ha llevado a Arabia Saudí, su principal competidor regional, a liderar el apoyo a los rebeldes.
Otro de los grandes contratiempos, más sangrante si cabe, ha sido el derrocamiento de los Hermanos Musulmanes y Muhammad Morsi en Egipto. Hamad mostró un entusiasta apoyo político e invirtió, antes del golpe cívico-militar, una ingente cantidad de dinero en forma de donaciones, préstamos e incluso recursos energéticos, con un valor estimado de unos 8.000 millones de dólares. Ahora, el nuevo régimen militar en Egipto está siendo apoyado y financiado por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait.
El anterior emir invirtió también recursos, financieros y energéticos, en distintas entidades de los Hermanos repartidas por el mundo, así como en partidos y grupos políticos de índole islamista, ya sea en Siria, Gaza, o en las revoluciones árabes de 2011 en Libia y Túnez. De esta forma, el apoyo financiero y mediático (a través de Al Jazeera) a los grupos y partidos islamistas y a los levantamientos sociales ha supuesto un conflicto con otros líderes del Golfo, dado el miedo de que dichas revoluciones salpicaran a sus propios países. Ha creado, además, fricciones con la sociedad civil local de algunos países: en Túnez, la oposición liberal tilda al gobierno islamista de ser lacayo de Qatar y, en Libia, Qatar es acusado de apoyar a las milicias islamistas en detrimento de la unidad nacional.
Ante este panorama, indudablemente más convulso que durante los años en los que Hamad gobernó al país, hay analistas que leen la abdicación en clave de “reconocimiento del fracaso”: fracaso ante una diplomacia tan activa y de tal alcance que ha acabado por irritar a sus vecinos del Golfo, a Estados Unidos, a las sociedades del Magreb y a la comunidad internacional. Otros expertos sugieren que con el nuevo emir se busca un perfil más introspectivo y centrado en las cuestiones internas. Ello se puede apreciar con el nombramiento del nuevo primer ministro, Abdullah bin Nasser al-Thani, que compagina dicho cargo con el de ministro del Interior. Asimismo, una serie de cambios internos en áreas como la salud, la educación, la cultura y el deporte, y la creación de diversas agencias independientes de los Ministerios se interpretan como una forma de desarrollo institucional y progresiva regularización del gobierno, según fuentes qataríes.
Sin embargo, en cuanto a política exterior, no cabe duda de que el joven Tamim habrá de proseguir en la consolidación de Qatar en la región, limar asperezas con sus vecinos, evitar apostar por más “caballos perdedores”, y reflexionar acerca de la imagen que, como país, quiere dar a su vecindario y al mundo.
Palabras como «reevaluación», «recalibración» y «corrección» se han hecho ahora recurrentes en los círculos diplomáticos del país. De esta forma, está aún por ver la capacidad del nuevo emir para ponerlas en marcha y mantener al tiempo el peso que Qatar consiguiera bajo el mandato de su padre.