No se sabe quién es Q pero ha dado lugar a un movimiento conspiratorio en EEUU –ahora con espejos, o espejismos, en Europa a vigilar–, que precede la pandemia pero que ha crecido espectacularmente al amparo de los confinamientos y la crisis económica y social. ¿Es una persona o un grupo de ellas? ¿Es producto de un uso malévolo de inteligencia artificial entrenada con posts conspiratorios? ¿Hay alguna potencia extranjera detrás? Hay diversas teorías, ninguna concluyente. En todo caso, ha dado lugar a un movimiento, una teoría de la conspiración, QAnon (el Anon viene de “anónimo”). Hace tiempo que el FBI se lo tomó en serio al calificarlo, en un memorándum interno en 2019, de “potencial amenaza terrorista nacional”. QAnon es hijo, en parte, de las redes sociales, de las que resulta difícil echarle, aunque Reddit lo ha eliminado de su servicio, Twitter ha suspendido miles de cuentas relacionadas, y Facebook ha dado pasos en esa dirección.
En unos años, y mucho más en los meses de la pandemia, este agitador en Internet y las redes sociales ha conseguido un seguimiento asombroso que se puede contar en cientos de miles, aunque es difícil dar una cifra exacta pues a menudo se confunden sus simpatizantes con los que le siguen en sus “descargas” (drops, así se llaman y ya van más de cinco millares de ellas). En estas, en claves sometidas a muchas interpretaciones, va desgranando, entre otras, las conspiraciones que ve contra Trump, convertido en héroe del movimiento. Pretende defender al presidente del “Estado profundo”, una elite de funcionarios, servicios de inteligencia y militares que, asegura, conspiran contra él. Q, con su propia firma, da a entender que es un alto funcionario con un alto grado de acceso a secretos oficiales. Preservar su anonimato le resulta esencial para su credibilidad entre sus seguidores.
Parecía un fenómeno marginal, hasta que ha entrado en el debate público general y se ha convertido en mainstream, lo que dificulta la manera de contrarrestarlo. Puede tener consecuencias en lo que ocurra el 3 de noviembre y después, pues en algunos de sus drops recientes, Q está haciendo llamamientos a una insurrección armada de la gente si Trump –tras un fraude de los conspiradores, según su punto de vista– pierde la presidencia del país.
Esta historia empieza por el llamado Pizzagate, anterior pero que estalló en las redes tras la elección de Trump en noviembre de 2016. Según este bulo, Hillary Clinton y otros demócratas iban a ser detenidos por operar una red global de tráfico de menores para pedófilos desde el sótano de la pizzería Comet Ping Pong en Washington. Incluso llevó el 4 de diciembre de 2016 a Edgar Welch a entrar allí armado con un rifle de asalto y al ver que no era lo que sospechaba (ni siquiera había sótano), se entregó a la policía. Pero, pese a lo increíble que resulta, el bulo del abuso y sacrificio de menores por una clique demócrata persiste.
Las teorías conspiratorias de Q para poner en pie un nuevo orden mundial son complejas. Su presciencia es, como cabía esperar, equivocada y llena de contradicciones, pero a sus seguidores no parece importarles. Un 56% de los republicanos, según una reciente encuesta, cree que la teoría conspiratoria de Q es en parte o totalmente verdad. Este ha explotado la idea de “la calma antes de la tormenta” a la que en alguna ocasión se ha referido el propio Trump, que ha retuiteado algunos mensajes y comentarios de seguidores de QAnon. Algunos de estos simpatizantes declarados han entrado en la política, como Marjorie Taylor Greene, candidata republicana por Georgia. El tema del tráfico de menores le ha abierto espacios de normalidad, pues como indicaba un análisis de Bloomberg, ¿quién se puede oponer a #SaveTheChildren? Pero resulta sorprendente que este tipo de bulos sobre demócratas –que ha recogido hasta el senador de Texas Ted Cruz– arraigue.
Q apareció en octubre de 2017 en el foro marginal 4chan (posteriormente se trasladó a otros) con sus mensajes en clave. Pero es con el COVID-19 y los confinamientos el interés por QAnon y la actividad on line se disparó. Según la publicación Mother Jones, el número de tuits con su hashtag dobló entre 2019 y abril de 2020, cuando la primera ola de la pandemia y los confinamientos y cierres de negocios estaban haciendo estragos. El coronavirus lo alimentó. Los analistas suelen ver una relación entre la ansiedad y la teoría de la conspiración en estos tiempos duros. QAnon está recogiendo parte de los negacionistas del coronavirus, de los que se oponen a las vacunas y al movimiento Black Lives Matter.
Muchos en la derecha encuentran que QAnon es excesivamente extremista, aunque crean en la existencia de un “Estado profundo” que va contra Trump. Para Kevin Roose, de The New York Times, QAnon no es un movimiento político propiamente dicho. Pero como bien ha analizado Quassim Cassam, la función de las teorías de la conspiración es promover una agenda política. Quizá, como también se describe en ocasiones, se asemeje a un “videojuego multijugador masivo en línea” debido a que crea unos ámbitos de supuesta realidad compartida con muchos otros. Para Adrienne LaFrance, en un extenso análisis en The Atlantic, no se trate simplemente de una teoría de la conspiración sino del “nacimiento de una nueva religión”. Desde luego, cuenta con verdaderos “creyentes”. Y ha tomado prestadas ciertas expresiones de movimientos evangélicos y escatológicos, como la idea del “advenimiento” de un futuro atractivo, para ellos. LaFrance recuerda cómo el historiador Norman Cohn, en su famoso libro En pos del milenio: revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media de 1957, consideraba que el milenarismo surge en zonas y períodos de profundo cambio social y económico y de desigualdad económica muy patente. Como los que estamos viviendo.
EEUU es muy dado a teorías conspirativas, que en algunas ocasiones han tenido fundamento. No tienen por qué ser plausibles sino contrarians. En la actualidad crecen en el caldo de cultivo generado por el propio Trump con sus noticias falsas, y algunos guiños hacia este movimiento. Reflejan una falta de confianza en el establishment, del que Trump ha conseguido distanciarse, aunque sea el comandante en jefe y uno de sus hombres de negocios con éxito. QAnon es mucho más que un fenómeno marginal. Podemos estar ante lo que Miguel de Unamuno llamaba un “protofenómeno”.