Sin ánimos de adentrarse en una inútil neo-kremlinología, se puede empezar a pensar que Putin está ganando con el pulso político-militar que ha lanzado en torno a Ucrania, aunque también pierde en otros aspectos. Un objetivo principal es que la OTAN no avance más hacia Rusia, lo que significa que Ucrania y Georgia no entren (él quiere que no puedan entrar) en la Alianza. Aunque todo esto tiene mucho mayor alcance. Se trata, para Putin, del orden europeo, y del global. Y ahí, está todo abierto.
Putin gana
Moscú ha recibido advertencias públicas de graves consecuencias en la respuesta, sobre todo económica y financiera, pero también de ayuda militar a Ucrania, de Occidente si Rusia invadiera Ucrania, incluida la paralización de la puesta en funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2 que le permitiría sortear al país vecino para llegar a Alemania. No significa una implicación militar directa de la OTAN más allá de su zona. Ahora bien, la lectura que puede haber hecho el Kremlin puede ser también la contraria: si no invade, no habrá sanciones, empezará a funcionar Nord Stream 2 y Ucrania se quedará fuera de la OTAN de hecho, aunque no de derecho, para el futuro previsible.
Occidente no se plantea realmente la entrada de Ucrania en la OTAN, aunque no le pueda cerrar la puerta formalmente, y sí enviarle armas. No le va a dar a Rusia garantías legales, pues no es políticamente posible, como no se las dieron a Gorbachov, aunque sí se le hicieron promesas verbales de no ampliación de la Alianza Atlántica a antiguos territorios dominados por los soviéticos (salvo Alemania del Este). Es algo que se dijo hace años, y que documentación desclasificada avala. Aunque en el Memorándum de Budapest de 1994, que violó en 2014, Rusia se comprometió a respetar la integridad territorial de Ucrania a cambio de la cesión armas nucleares en territorio ucraniano.
Quizá Putin busque la anulación, o lo que en la Guerra Fría se llamó la “finlandización”, de Ucrania. Quizá busque conseguir más, por proximidad geográfica, histórica y cultural. La posición rusa, que juega con los ases que tiene (la fuerza militar, el territorio y las materias primas –para empezar, el gas y el petróleo–, y sus capacidades de ciberataques), es un punto de partida, una nueva apertura en este ajedrez europeo y global, y no un punto de llegada. Si logra un cierto entendimiento con Occidente, y sobre todo con EEUU, se verá reconocida de hecho su anexión de Crimea en 2014, y mantendrá Ucrania como un “conflicto latente” como en otros lugares del espacio post-soviético.
La crisis con Ucrania se está desarrollando en unos tiempos de recomposición del espacio soviético, con Bielorrusia, y en Kazajistán, donde ha habido una mezcla de revuelta popular y de revuelta de las elites, desde transiciones no completadas a la democracia. De hecho, Putin teme tanto una verdadera democratización liberal de su entorno, y en primer lugar de Ucrania. Las revueltas en Kazajistán le han permitido a Rusia reactivar la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) para enviar un “contingente pacificador”, que no se retirará fácilmente. Pero apoyarse en regímenes autócratas no es una posición de fuerza.
En todo caso, lo que está en juego llega mucho más allá, o acá, de Ucrania. Para Putin ha llegado la hora de negociar un nuevo marco de seguridad para los próximos decenios de Europa. Debe saber que demasiados elementos de los tratados (con EEUU y con la OTAN) que ha propuesto no son aceptables ni para EEUU ni para los europeos occidentales (no ampliación de la OTAN y retirada de fuerzas de ésta hacia el Oeste, entre otras). No se le puede simplemente decir que no sin ofrecer alternativas “concretas” (el término lo usa Rusia) que nos interesen. Macron está en ello, cuando, como hizo en su discurso ante el Parlamento Europeo, habla –sin concretar– de un pacto de seguridad con Moscú y de un nuevo “orden de seguridad colectiva en Europa” frente a Rusia, con un diálogo “franco”. El presidente francés y, en este semestre, del Consejo Europeo, por un lado, y por otro Biden con sus declaraciones, han dividido a la UE y a la Alianza.
En esta crisis, la UE como tal –no tanto como algunos países miembros actuando conjuntamente, como Francia y Alemania, que pretenden resucitar el formato “Normandía” (ellos dos más Rusia y Ucrania)– ha quedado bastante anulada, dadas sus divisiones internas sobre cómo tratar a Rusia, el Brexit, la falta de una verdadera política común exterior y de seguridad, y el cansancio de la Unión ante nuevas posibles ampliaciones, lo que favorece las tesis de Putin.
Un entendimiento de Rusia con Occidente incluiría un nuevo acuerdo sobre misiles de alcance intermedio, tras el error de la denuncia por Trump del acuerdo INF de 1987 (Reagan-Gorbachov) que los prohibió en Europa, ante los misiles 9M729 rusos y las preocupaciones frente al creciente poderío nuclear chino. No se puede olvidar que las armas nucleares son la primera preocupación de Washington con Rusia. Y los europeos no quieren que vuelvan a su continente, ni siquiera a Kaliningrado.
Putin pierde
Si ya lo hizo en 2014 con la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea, cuando la OTAN andaba desnortada, y la vergonzante y precipitada salida de Afganistán socavó la imagen global de la Alianza, con sus últimos movimientos amenazantes, Putin ha resucitado esta Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Ha generado un nuevo nacionalismo ucraniano, aunque quizá lo que le gustaría a Moscú es un cambio más pro-ruso en la política ucraniana y de sus líderes.
Con su manejo de los suministros de gas en invierno, y su influencia en los precios, la Rusia de Putin ha puesto de relieve la dependencia europea en esta fuente de energía (un 40% del gas que consumen los europeos viene de Rusia), especialmente cuando las tensiones entre Argelia y Marruecos han agravado la situación. El resultado puede ser que Europa diversifique sus fuentes, especialmente con la importación de más gas licuado desde EEUU.
Si invadiera Ucrania, las sanciones económicas y financieras podrían dañar gravemente la economía rusa, provocando una mayor dependencia de China. Las finanzas y la bolsa y el rublo acusan ya un efecto, aunque las cuentas nacionales no van mal, con un petróleo que ha subido. La economía rusa se ha hecho más resistente a esas posibles sanciones que tendrán un límite dada la dependencia gasística europea. Sin embargo, ésta ya no es la Rusia comunista, sino un sistema mucho más marcado –aunque con limitaciones– por el mercado. Los oligarcas, con mucho dinero en Occidente, también tienen mucho que perder.
También pesan las actividades occidentales en el Mar Negro y en las proximidades de Ucrania.
¿Por qué ahora?
Lo que plantea ahora Rusia lo hubiera podido intentar hace unos años, igualmente, y de hecho Putin lo viene barruntando desde hace tiempo. ¿Por qué ahora? Ucrania era sólo una parte de los planes de Putin.
Una razón ha sido que la anexión de Crimea y la ocupación del Donbas no han dado los resultados esperados en términos geopolíticos. Otra puede ser la pérdida de popularidad de Putin de cara a las elecciones presidenciales de 2024, a las que la reforma constitucional por él impulsada le permite presentarse. Lograr un nuevo orden de seguridad, global y europeo, más favorable a Rusia, o al menos la recuperación de su status de gran potencia, para un país con el PIB de Italia, le serviría. EEUU, con la Administración Biden, ha empezado a escucharle algo más, está por ver hasta dónde.
Son tiempos también de debilidad occidental. Muchas democracias occidentales están siendo más cuestionadas desde dentro, a comenzar por la de EEUU. Putin y los suyos ven que EEUU ya no es lo que era (ni militar, ni tecnológica, ni económicamente), internamente está dividido y tiene un presidente con el futuro muy oscuro. Si en noviembre próximo pierde el control del Congreso, que sólo mantiene a duras penas, o el resultado electoral se bloquea en los tribunales, Biden y los demócratas se verán debilitados también en el escenario internacional en la segunda parte de su mandato.
La obsesión de EEUU con China había dejado en un segundo plano a Rusia. Quizá uno de los mayores errores occidentales en los últimos lustros ha sido no cultivar una relación constructiva con Rusia –como planteó Bush padre con Yeltsin– y echarla a los brazos de China. Doble pérdida, doble error estratégico occidental, que Putin está aprovechando.
También Putin puede querer medir los cambios de liderazgo en Europa, desde Berlín a París, pasando por otras capitales. Por no hablar de la crisis en la globalización y en general en el mundo que ha supuesto el COVID-19, una pandemia que persiste. Como recuerda el historiador británico Adam Tooze, Putin fue el primero en 2007-2008 en alertar de que el crecimiento global podía no producir armonía y convergencia, sino conflicto y contradicción.
Suspense
Tras la reunión de Blinken y Lavrov en Ginebra, el anuncio de que Moscú tendrá respuesta a sus demandas esta semana abre un nuevo compás de espera y de consultas entre aliados. Dependiendo de esa respuesta, Putin actuará de una manera u otra. Pero actuará. Está por ver cómo funciona esa disuasión en la que se basa la OTAN, y en la que está participando muy activamente España. De momento se mantiene el suspense.
Imagen: Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y vicepresidente de la Comisión Europea, en Ucrania. Foto: Genya Savilov / EC – Audiovisual Service, ©European Union, 2022.