Este 1 de julio arranca la presidencia austriaca de la UE. Una denominación periodística poco rigurosa puesto que, en realidad, los Estados miembros no presiden el conjunto de la organización sino solo una de sus instituciones: el Consejo. La Comisión, el Parlamento o el Banco Central tienen sus propios presidentes (Jean-Claude Juncker, Antonio Tajani y Mario Draghi, respectivamente) y es únicamente en el órgano intergubernamental a nivel ministerial donde Austria asumirá ese papel durante el próximo semestre. Además, desde 2010 esa responsabilidad rotatoria ha perdido bastante relevancia puesto que ya no se encarga de las cumbres de jefes de Estado o de gobierno, convertidas en institución aparte (el Consejo Europeo, con presidencia estable que ahora ostenta Donald Tusk), ni tampoco de conducir la configuración de asuntos exteriores (que hoy es responsabilidad de Federica Mogherini), y ni siquiera controla todos los asuntos económicos y financieros (puesto que el Eurogrupo, liderado en estos momentos por Mário Centeno, asume muchas decisiones importantes).
Con todo, el semestre sigue siendo una fuente de influencia, prestigio, coordinación interna y proyección exterior para los gobiernos nacionales que lo desarrollan: (a) influencia porque, no en vano, la Presidencia del Consejo sigue preparando el orden del día y gestionando la negociación (tanto la intergubernamental como la que se realiza con Comisión y parlamento) de todos los procesos legislativos. (b) Prestigio porque los demás Estados miembros conocen así mejor a quien la ejerce y, si lo hace de forma neutra y profesional (“honest broker”), gana reputación en el resto de capitales como socio fiable. (c) Coordinación interna porque los países que asumen esta responsabilidad aprovechan el reto para preparar sus estructuras, europeizar sus agendas y poner al día sus mecanismos gubernamentales o administrativos de toma de decisiones. (d) Y, por fin, proyección exterior porque el semestre es una ocasión para hacer diplomacia pública sobre Europa y el país en cuestión, tanto en casa (en Viena ahora mismo hay exposiciones, conciertos y actividades que se han programado para la ocasión) como fuera (como se demuestra en este mismo post).
Austria tiene una relación ambivalente con la integración europea a la que llegó solo en 1995, tras acabar la Guerra Fría, casi cuarenta años después de la firma del Tratado de Roma. De acuerdo a los sondeos sobre sentimiento de ciudadanía europea o deseos de abandonar la UE, su población se sitúa en un nivel de europeísmo medio-alto, a poca distancia de España. En contraste, cuando el Eurobarómetro pregunta a los austriacos si creen que la pertenencia les ha beneficiado son más críticos que los españoles y, sin embargo, son mucho más benévolos al juzgar si su voz cuenta en Bruselas: contestan que sí, a diferencia de los españoles que se sienten bastante menos empoderados. Datos esperables pero interesantes que explican por qué allí no se ganan elecciones prometiendo “más Europa” y por qué su Parlamento eligió hace pocos meses a un jovencísimo primer ministro democristiano que se perfila como uno de los futuros líderes del europeísmo según lo entiende la derecha. La coalición conservadora de Sebastian Kurz incluye además una fuerza populista euroescéptica, el Partido de la Libertad de Austria o FPÖ, lo que ha provocado inquietud interna y externa; sobre todo en lo tocante a políticas migratorias y la eventual alianza de Viena con otras capitales donde hoy cotiza alto el rechazo al extranjero: Roma, Budapest o Varsovia.
En todo caso, las tradicionales preferencias de Austria en la UE han sido ideológicamente matizadas; en parte, por la influencia del otro gran partido nacional, el socialdemócrata, y la práctica de grandes coaliciones sostenidas sobre ambos lados del espectro político que justo se rompió hace poco, si bien ya en 2000-2005 hubo otra controvertida alianza entre el centroderecha y la derecha radical. Austria ha sido siempre un país defensor de un mercado interior ambicioso (aunque crítico con los abusos en la libre circulación de personas y con los acuerdos comerciales demasiado liberales), se ha alineado con la interpretación germánica ordo-liberal en política económica y monetaria (pero aderezada con apelaciones a un pilar social fuerte y atención especial al empleo juvenil), se ha apuntado a todos los avances de la integración (sin perjuicio de adoptar el típico papel de estado contribuyente neto que no quiere aumentar el gasto del presupuesto), y ha postulado la necesidad de una UE fuerte en el mundo (pese a su neutralidad y su perfil bajo en temas de seguridad). También ha destacado por su política antinuclear y, por supuesto, por su preocupación hacia los temas migratorios.
Todos esos temas estarán en su agenda del semestre que será muy intensa al acercarse el fin de la legislatura y del plazo para negociar el Brexit. Cuatro asuntos concretos destacan sobre los demás:
- El más delicado, sin duda, todo lo relativo a frontera exterior, refugiados y beneficios sociales de los extranjeros (un asunto extremadamente sensible en el país desde que en 2015 tuvo que gestionar la llegada de un millón de peticionarios de asilo y a día de hoy son casi 200.000 los que siguen allí). Pese al populismo, e incluso la xenofobia, del socio menor de Gobierno, Austria ofrece buenas prácticas y puede ayudar a reducir la fractura actual que hay en este tema entre los estados occidentales y del Este (a cuenta de las cuotas) o entre los periféricos y los centrales (por la falta de solidaridad en la gestión de los flujos irregulares).
- En cuanto a la negociación del marco financiero plurianual, que aún está en su etapa inicial, Austria debe esforzarse por no olvidar su papel neutral y tratar de reducir las distancias que hoy separan a los países ricos de los beneficiarios del presupuesto. Sería interesante colocar el foco de la discusión no en las contribuciones nacionales y el lado del gasto, sino en la eficiencia y en las fuentes de ingreso.
- En temas de ampliación, por sus vínculos históricos y geográficos con los Balcanes occidentales, Viena pretende avanzar en las negociaciones, al tiempo que plantea repensar completamente la relación con Turquía para que sea sólida pero sin perspectiva de adhesión.
- Por último, en las negociaciones con el Reino Unido, Austria tiene que perfilar el acuerdo de salida respetando los mandatos negociadores y satisfaciendo los delicados equilibrios en lo referente a los derechos de las personas, la frontera irlandesa, y el periodo transitorio hasta que los británicos pasen a tener una nueva relación con la UE.