La conocida frase “The economy, stupid!” (que erróneamente se cita como “It’s the economy, stupid!”), acuñada en 1992 por el estratega de la exitosa campaña de Bill Clinton contra George H.W. Bush, podría reformularse en la próxima contienda electoral del 2020 sustituyendo “economía” por “política exterior”. Si bien esta última no ha sido casi nunca una de las prioridades de los votantes estadounidenses, sí es un área que recae en gran parte bajo el control del presidente, mucho más que otros asuntos de política doméstica. Y eso ya es bastante.
Pero ha sido la crisis entre Washington y Teherán y el asesinato de Qasem Soleimani lo que ha hecho que el último debate entre los principales aspirantes demócratas se abriera con una pregunta sobre su capacidad para ser “comandante en jefe” y sobre el papel de EEUU en el mundo. Era una oportunidad para cerrar la tradicional brecha con los republicanos en materia de seguridad nacional, para mandar un mensaje claro sobre la dirección que debería tomar la política exterior, y para capitalizar la promesa incumplida de Trump de acabar con las guerras para centrarse en casa. Es muy fácil criticar la errática política exterior de Trump, por lo que había que tratar de ofrecer algo más. Pero no se logró.
Joe Biden, principal favorito, repitió ante la audiencia su error por haber votado a favor de autorizar la ofensiva contra Irak que se lanzó en 2003, acusó a Trump de querer empujar al país peligrosamente hacia una guerra contra Irán y presumió de su bagaje como vicepresidente de Barack Obama. A nadie sorprende que sea el favorito para dirigir la política exterior (48%), seguido de Bernie Sanders (14%).
Sanders, por su parte, se enorgulleció de haberse opuesto a la guerra en Irak y de tratar de frenar la guerra en Yemen declarando inconstitucional la participación de EEUU. Prometió que como presidente resolvería los conflictos en la mesa de negociaciones y no con el uso de la fuerza.
El alcalde Pete Buttigieg, veterano de guerra, apostó por una nueva visión de la política exterior que haga frente a todas aquellas amenazas que nada tienen que ver con las de hace 15 años, como la ciberseguridad, el cambio climático y las interferencias electorales. También enfatizó su experiencia como oficial de inteligencia de la Armada.
Elisabeth Warren, otra de las grandes favoritas, prometió mantener a salvo el país identificando las amenazas y sabiendo cómo gastar el dinero después de reducir los presupuestos de defensa. Prometió que como presidenta y “comandante en jefe” traería las tropas a casa y rebajaría la tensión en Oriente Medio porque los estadounidenses no quiere una guerra con Irán.
¿Qué es lo que quieren los estadounidenses?
Según una encuesta de USA TODAY/Ipsos Poll, una mayoría (55%) piensa que el asesinato de Suleimani ha puesto a EEUU en una situación más vulnerable que antes y solo un 24% piensa que el país está más seguro. No obstante, un 42% apoyó la acción, con mayor respaldo de los republicanos que los demócratas como era de esperar. Donald Trump, por su parte, trata de sacar ventaja de lo que en ciencia política se llama “rally around the flag effect” que explica el incremento del apoyo al presidente de EEUU en periodos de crisis. Un efecto que se produce porque se reducen las críticas al gobierno y porque el país se une alrededor del “comandante en jefe”. Pero no es una regla de oro y parece que ahora tampoco. La oposición no ha dejado de criticarle y el Congreso ha expresado su alarma por cómo se ha llevado a cabo el proceso de toma de decisiones. A eso hay que añadir otros factores, como que el país está cansado de guerras.
Los votantes estadounidense, y en especial los demócratas, buscan desesperadamente una política exterior diferente. Es cierto que los republicanos se siguen posicionando mejor a la hora proteger al país de amenazas externas. No obstante, la distancia se ha reducido desde la llegada de la Administración Trump (en 2019, un 50% confiaba en los republicanos y un 44% en los demócratas), y otras encuestas sugieren que es el propio Trump quien no da confianza en los temas de política exterior.
Un reciente estudio del Center for American Progress presentaba 20 afirmaciones de política exterior que los encuestados debían puntuar. La que obtuvo más puntuación fue la idea de que “para seguir siendo competitivos en el mundo, EEUU debe invertir más en infraestructuras, educación y sanidad”, y la que menos puntuación obtuvo: “EEUU debe priorizar el gasto militar y de defensa, aunque signifique recortar en otras áreas”. Al mismo tiempo, el 51% cree que EEUU “es más fuerte cuanto toma el liderazgo en el ámbito global para proteger los intereses nacionales y avanzar en los objetivos comunes con otros aliados”, frente a un 44% que piensa lo contrario.
Según otro estudio del Euroasian Group Foundation, un tercio de los estadounidenses dice que EEUU “no es una nación excepcional”. Éste es un punto de vista mayoritario entre los demócratas y los menores de 30 años, con cada vez más ciudadanos abiertos a imaginar su país como una nación del mundo y no por encima de él. Pero, por otro lado, sería un error pensar que EEUU debe dejar su papel global. Muchos de los aspectos de su poder –economía, poder militar, arsenal nuclear– siguen invariables a pesar de los cambios que están ocurriendo.
La presidencia de Donald Trump ha sacudido los principales pilares de la política exterior de EEUU desde el final de la II Guerra Mundial. Aunque existían desencuentros, había un consenso entre demócratas y republicanos en los asuntos principales: que EEUU tenía que jugar un papel activo en los asuntos mundiales y contener la expansión de los regímenes comunistas. Esta política comprometía todos los niveles del poder estadounidense: diplomáticamente a través de la construcción de instituciones multilaterales y alianzas en Europa, Asia y el continente americano; económicamente a través de la ayuda al desarrollo; y abierto al comercio y a los flujos financieros .
Ahora todo parece cambiar con la Administración Trump (y en el mundo), y una creciente polarización política dificulta aún más la política exterior de EEUU. Es más difícil llegar a acuerdos sobre el uso de la fuerza, y prácticamente imposible hablar de fracasos que podrían servir para aprender para acciones futuras. El riesgo de bandazos de una administración a otra complica cada vez más los compromisos a largo plazo con aliados y adversarios.
EEUU sigue empantanado en interminables guerras, con una diplomacia hecha jirones y los estadounidenses hambrientos de inversiones extranjeras para sus grandes planes de infraestructuras, mientras las grandes amenazas (como el cambio climático) ya están aquí. En el 2020 los candidatos no solo deben identificar los problemas sino ofrecer soluciones reales, y una nueva narrativa sobre el papel de EEUU en el mundo.