Señoras y señores
Las palabras que acabamos de escuchar son esclarecedoras y constatan la dedicación con la que los profesionales del Real Instituto Elcano y de la Agencia EFE trabajan por y para Iberoamérica.
Su quehacer, sin duda alguna, contribuye a extender ese vínculo que el escritor mexicano Carlos Monsiváis llamó “los aires de familia”, la gran familia iberoamericana.
Os doy la enhorabuena por vuestra labor.
Supongo que casi todos ustedes conocen uno de los cuentos más originales de Julio Cortázar. Me refiero al breve relato titulado “Instrucciones para subir una escalera”. Con magistral ingenio, el autor argentino describió, precisa y meticulosamente, los pasos a seguir para ascender por una escalera, certificando que los primeros peldaños son siempre los más difíciles.
Y así es. Los primeros escalones son siempre los más arduos. Pero, Iberoamérica ya ha dado esos pasos iniciales y no necesita instrucciones para subir. De hecho, lleva décadas escalando hacia el rellano de la plena democracia, hacia las plantas altas del desarrollo.
Un ascenso que nos debe llevar a otear un horizonte en el que 600 millones de ciudadanos iberoamericanos veamos mayores y mejores cotas de progreso y de bienestar.
Esa, y no otra, es la cima que debe coronar Iberoamérica.
Cuando en 1991 se celebró la Primera Cumbre Iberoamericana en Guadalajara, el objetivo era avanzar en un proceso político, económico y cultural común que estaba en ciernes.
Hoy, 18 escalones después, 18 años más tarde, el objetivo ya es otro: es reducir los desequilibrios que persisten en la región y consolidar ese espacio político, económico y cultural común que habla con voz propia en todo el mundo.
Un espacio al que dan forma 22 países que dialogan desde una identidad multicultural, pero convergente. Una identidad que hoy existe y que es fuerte. Una identidad que habla, en español y en portugués, desde algo que fue un sueño y que hoy es plenamente posible.
Y me atrevería a decir más: no sólo es plenamente posible, sino que la identidad iberoamericana es imperiosamente necesaria en un mundo que está cambiando a una velocidad vertiginosa.
En muy pocos años, el proceso de globalización ha definido un nuevo mundo, un nuevo espacio de consecuencias y magnitudes sólo comparables al nuevo mundo que se configuró en 1492. Lo económico, lo social, lo cultural y lo político se abren, hacia nuevos paradigmas.
Hace poco más de dos décadas, Iberoamérica estaba inmersa en lo que los académicos han llamado la tercera oleada de transiciones a la democracia, y enfrentaba todavía desafíos derivados de la Guerra Fría.
Hoy, sin embargo, en pleno siglo XXI, la realidad es muy distinta. Iberoamérica ha experimentado un ritmo de crecimiento en los últimos tres años de casi un 6 por 100 de media y atraviesa por el momento de mayor estabilidad política e institucional de los últimos dos siglos.
Pero, al mismo tiempo, no es menos cierto que en los últimos tiempos se ha visto azotada por dos severas crisis: primero, la crisis alimentaria y, ahora, la crisis económica global.
Y, en este punto, déjenme que les de un dato que se menciona poco, pero que da una idea de la magnitud de la crisis mundial que vivimos: en el último año se pueden haber volatilizado unos 60 trillones de dólares, es decir, una cifra muy próxima al Producto Interior Bruto anual del mundo, es decir, al equivalente del PIB del planeta entero.
Es obvio que nadie es inmune a esta crisis. Es evidente que todos nos estamos viendo afectados por este tsunami silencioso. Una crítica y gigantesca ola en forma de colapso financiero que es fruto de unas formas de actuar y de pensar basadas en el egoísmo y en la irresponsabilidad.
Unas formas de actuar y de pensar que debemos ya, de una vez por todas, meter en el baúl de los experimentos fallidos, que debemos poner en el balance negativo que suponen las ideologías y las políticas basadas en la especulación y en la ingeniería financiera y no en la economía real.
Una economía, la de los ciudadanos que, como ha asegurado recientemente Juan Somavia, el director general de la Organización Internacional del Trabajo, es la que siempre ha contado, es la que siempre ha construido democracia y la que nunca se ha devaluado.
Creo que sobran palabras, por lo tanto, para describir el reto que enfrentamos. Un reto al que, por supuesto, tenemos la obligación y la voluntad de dar respuesta.
Y es que, afortunadamente, las economías iberoamericanas se enfrentan a esta crisis internacional con la mejor situación macroeconómica de las últimas décadas.
Así lo pone de manifiesto el Tercer Anuario Iberoamericano del Real Instituto Elcano y de la Agencia Efe que hoy presentamos. Un anuario que, más que un libro, es una radiografía. Una placa que da cuenta de la piel, del esqueleto y de los músculos de Iberoamérica. Una radiografía que detecta a tiempo las enfermedades, que emite diagnósticos y que propone tratamientos.
Y el más importante de todos los tratamientos prescritos es, y lo comparto, la crucial importancia que tiene seguir construyendo este espacio de cooperación supranacional llamado Iberoamérica.
Este nuevo mundo de órdenes difusos, donde las orillas entre política nacional e internacional se están desvaneciendo, deja claro que España, que Argentina, que México, que Brasil, que Colombia o que cualquier país iberoamericano tendrá mucho que decir. Pero no sólo dentro de sus fronteras, sino también más allá de ellas.
Si hemos sido capaces de establecer mecanismos de concertación política; si estamos poniendo en común sectores tan estratégicos como la educación, la sanidad, la ciencia, la tecnología y la administración; si hemos puesto en marcha iniciativas para colaborar en campos tan relevantes como el sector audiovisual, la Seguridad Social y el mejor acceso a recursos naturales como el agua y la tierra, ¿cómo no vamos a ser capaces de aprovechar esta oportunidad para hacer oír con fuerza la voz iberoamericana en el concierto internacional?
Sé que no sólo somos capaces de hacerlo, sino que lo vamos a hacer. Porque estamos preparados para proponer nuevas reglas de juego en el comercio mundial, reglas que sean más justas, más transparentes y más solidarias.
Porque estamos preparados para construir un nuevo paradigma energético basado en las energías limpias. Porque estamos preparados para impulsar nuevos procesos de integración regional, y para exigir el cumplimiento de los Objetivos del Milenio. Estamos preparados, en definitiva, para seguir construyendo un Estado del bienestar global que no sea exclusivo de unos pocos, sino de todos.
Y lo vamos a hacer de la forma más inteligente y eficaz posible: apostando por la innovación, por la tecnología y por el conocimiento. Protegiendo el medio ambiente y promoviendo el desarrollo sostenible. Y, sobre todo, consolidando y extendiendo la ciudadanía, la participación, la democracia y sus conquistas.
Y es que las materias primas del nuevo marco mundial que entre todos debemos construir no pueden ser otras. Es irreversible: en el nuevo modelo de civilización, los grandes capitales estarán representados por la creatividad y la innovación, y los verdaderos paraísos no serán los fiscales, sino los que ofrezcan las mejores condiciones para el desarrollo de las nuevas tecnologías, los que pongan la imaginación al servicio de la innovación y de la cooperación.
Y ambas, por supuesto, al servicio de las personas, de las sociedades. Ahí, en estos paraísos, que yo llamaría “paraísos vitales”, estarán el bienestar, la riqueza y el progreso.
Y Europa e Iberoamérica, Iberoamérica y Europa, pueden ser, en alianza, ese “paraíso vital”, pueden representar esa idea de solidaridad común y de progreso compartido.
No es casualidad que la próxima presidencia española de la Unión Europea tenga entre sus grandes prioridades la profundización en la relación Euro-latinoamericana, poniendo especial énfasis en las políticas del conocimiento.
Ni tampoco es una casualidad que la decimonovena Cumbre Iberoamericana, que acogerá Lisboa este mismo año, tenga como epicentro de los debates, la Innovación, la Tecnología y el Conocimiento.
Es así porque, apostando por la Sociedad del Conocimiento, apostamos por el futuro. Pero este futuro ha de ser un futuro de todos, no de unos pocos. Ha de propiciar un modelo de sociedad más inclusivo, más equitativo, en el que el equilibrio entre el mercado y el Estado propicie un crecimiento más sostenible, más justo. En definitiva, más responsable.
Porque, especialmente en estos momentos de reconstrucción del orden mundial, no podemos perder de vista nuestro horizonte, ni poner en riesgo una sola de las conquistas democráticas por las que estamos luchando.
Porque construir Iberoamérica es construir ciudadanía. Y la ciudadanía se consigue avanzando en derechos, en legitimidad, en justicia social, en pluralidad, en igualdad, en consolidación de las instituciones, en cohesión social, avanzar en todo eso es seguir conquistando y consolidando parcelas democráticas que con tanto esfuerzo hemos ganado.
Por eso, hoy más que nunca, todos los países, y por supuesto los países Iberoamericanos tenemos que ser especialmente rigurosos y exigentes con nosotros mismos.
Es la hora de la política, de la gran política, no la hora de los cantos de sirena.
Es la hora de consensuar nuevos pactos, de remar todos juntos, no la hora de pescar en aguas revueltas.
Es la hora de reforzar la legitimidad institucional y de dar un paso adelante en la democracia inclusiva y participativa, no la hora de las aventuras personalistas o populistas.
Y a todos, y muy especialmente a los responsables políticos, estemos gobernando o en la oposición, corresponde una enorme responsabilidad.
El planeta entero está esbozando el andamiaje de un nuevo modelo de gobernanza económica global. Un nuevo mundo que para ser económicamente más responsable y efectivo va a necesitar estar social y políticamente más unido.
Es el momento de aportar ideas, de hacer oír nuestra voz. Es el momento de proponer avances y nadie debe quedarse al margen porque a todos nos va mucho en el empeño.
España, desde luego, así lo está haciendo y así lo está propiciando desde el primer día. Tenemos el diagnóstico. Tenemos las propuestas. Tenemos el objetivo. Por eso fuimos promotores de una respuesta concertada a la crisis por parte de la Unión Europea. Por eso, el pasado noviembre, en Washington, España estuvo presente por primera vez en una cumbre del G 20.
Y por eso, hoy, el Presidente Zapatero está en Londres contribuyendo a la construcción compartida de un orden más seguro, más equitativo y más equilibrado para todos.
Pero, lamentablemente, cuando todos debemos alzar la mirada, hay quienes siguen con la mirada baja, centrados en su ombligo. Es penoso ver que cuando países, fuerzas políticas y agentes sociales de todo el planeta están sumando esfuerzos hay quien decide -una vez más- quedarse al margen y dedicarse a poner piedras en el camino.
Y es que, apenas ha comenzado la reunión del G 20, y ya quienes apoyan las tesis que condujeron al mundo a esta difícil encrucijada han decidido descalificar los esfuerzos que los principales países estamos haciendo para lograr salvar esta situación y diseñar una geografía económica, política y social más justa.
Es sólo un síntoma más de la estrechez de miras de una ideología ensimismada y afectada por una necrosis de ideas -la del egoísmo, el interés particular, y el sálvese quien pueda- que les ha llevado, y nos ha llevado a todos, a esta crisis.
Y es lógico, la globalización sólo fue para ellos la globalización del dinero, nunca la de la responsabilidad y la equidad. Ahora, en un mundo que afortunadamente camina en otra dirección, poco pueden aportar más allá de sus malos augurios.
Señoras y señores,
En este momento en el que todos nos ponemos a prueba, Iberoamérica debe responder y va a responder. De aquí a 2011 se celebrarán más de 17 procesos electorales en Iberoamérica, 13 de ellas presidenciales. Cada elección será un latido más, un latido del corazón iberoamericano.
Latidos que deben bombear diálogo, que deben impulsar ideas, debates y propuestas para sacar adelante nuestras sociedades. Latidos, al fin y al cabo, que deben insuflar vida, y vida democrática, a este cuerpo que configuramos todos los ciudadanos iberoamericanos.
Nuestro potencial es inmenso. No hay más que abrir las páginas del anuario del Real Instituto Elcano y de la Agencia EFE para constatarlo.
En sus páginas está escrito lo que somos como colectividad. Están las cifras, están los datos, están los hechos que describen lo que encarnamos. Hay análisis que auscultan nuestros valores, análisis que perfilan nuestra forma de ser y que explican nuestras encrucijadas.
Pero hay mucho más: en este Anuario están, sobre todo, los espejos en los que mirarnos, están las brújulas con las que orientarnos y están, por supuesto, los ojos con los que contemplamos al mundo.
Un mundo que también nos mira y que espera lo mejor de Iberoamérica, que espera lo mejor de los iberoamericanos en este momento de fuertes vendavales, de grandes turbulencias. Unos vientos que no nos van a impedir que despeguemos. Porque, para este despegue, para este viaje, para el viaje del progreso, sí que estamos preparados.
Me despido de todos ustedes no con mis palabras, sino con las palabras de Gabriela Mistral, la primera latinoamericana en ganar el premio Nobel de Literatura.
Una mujer que fue ejemplo y orgullo iberoamericano y que en esta Casa, en la Casa de todos los iberoamericanos, encuentra homenaje en el anfiteatro en el que hoy nos encontramos.
La poetisa chilena escribió que cada uno de nosotros somos responsables de apartar las piedras del camino.
Pues bien, en la medida en que pueda, cuenten conmigo para despejar el camino, cuenten conmigo para echar a un lado los obstáculos que nos dificulten subir esa escalera que, como decía al principio, nos debe llevar al piso donde se encuentra nuestra familia: la gran familia iberoamericana.
Sé que en los directores, investigadores y trabajadores tanto de Elcano como de la Agencia EFE tengo grandes aliados.
A todos ellos, y a todos ustedes, les doy las gracias por el gran trabajo realizado.
Muchas gracias a todos.