Pronto se cumplirá un año del inicio de una pandemia que ha trastocado nuestras vidas, rehecho nuestras rutinas y reasignado nuestras prioridades. Y también ha tenido un impacto en el proyecto del Índice Elcano de Presencia Global.
Durante el primer confinamiento de primavera, tendríamos que haber estado elaborando nuestro tradicional Informe Elcano de Presencia Global. Sin embargo, decidimos no hacerlo. El Índice Elcano de Presencia Global es, creemos, muy útil para el análisis de tendencias estructurales y algo menos para las coyunturales, pues presenta un cierto desfase temporal, tardando un par de años en capturar acontecimientos globales (como ocurre con la Gran Recesión, que no se refleja hasta los datos de 2010). Resultaba evidente que en plena emergencia sanitaria y conmocionados por lo que comenzábamos entonces a vivir, hablar del pasado carecía de sentido cuando las miradas estaban puestas en el hoy y el mañana.
Por ello, dicho informe fue sustituido por un análisis de previsión del posible impacto que la pandemia podría tener sobre el proceso de globalización, sobre la base de lo que habíamos observado a raíz de la penúltima crisis, la Gran Recesión. Desde hace varias ediciones, veníamos detectando una interrupción del proceso de globalización desarrollado durante finales de los 90 y principios del siglo XXI, en dos sentidos. Por un lado, en la intensidad del proceso, detectándose incluso años de des-globalización; y, por otro lado, en un cambio en la naturaleza de la globalización, con un mayor protagonismo en los últimos años de la dimensión blanda. Y, como pudimos verificar al actualizar a final del año pasado nuestro análisis –ya en base a las estimaciones de las fuentes de las que bebe el Índice–, la pandemia ha venido a fortalecer esta tendencia, con un fuerte impacto negativo en la dimensión económica, y el afianzamiento de las variables blandas vinculadas con la digitalización, como la ciencia o la tecnología. No obstante, también se han generado tendencias nuevas como un fuerte impacto en las variables blandas que recogen, en esencia, el contacto personal internacional (turismo, migraciones o educación).
Tampoco parece haber duda del impacto de la pandemia en el fortalecimiento de los Estados nación, o tal vez sí porque, por un lado, conviene recordar que ya antes de la pandemia nos encontrábamos en una aparente reversión de lo global con el enquistamiento de las reformas de buena parte de los organismos multilaterales, relegados en los últimos años a lugar de enfrentamiento de intereses nacionales. Pero, por otro lado, la evidente dimensión global de la pandemia obliga a establecer mecanismos de coordinación, intensificándose por ejemplo durante este periodo la colaboración científica internacional, o acelerándose procesos que en otras condiciones no ocurrían con la misma velocidad.
Por tanto, la pandemia ha venido a incidir de lleno y de manera contradictoria en las cuestiones de gobernanza, global y regional, particularmente en la UE. Y es que en este año se ha materializado la histórica salida del Reino Unido, y puesto en evidencia la necesidad de mayor coordinación entre sus miembros, desarrollando, a una velocidad sin precedentes, respuestas fiscales comunes. Pero la UE es todavía una unión de Estados, y su fortalecimiento, o no, es reflejo de los mismos.
Precisamente por ello, la pandemia ha incidido en las tensiones geopolíticas vigentes y también en la proyección exterior de los principales protagonistas. Comenzando por China, epicentro inicial pero posterior ejemplo de estrategias sanitarias y proveedor mundial de materiales, aunque todavía con un incierto impacto en términos económicos y reputacionales. Continuando por Rusia, que ha potenciado su presencia blanda con el desarrollo de una vacuna propia que podría convertirse en parte de la solución a la escasez europea. Y terminando por EEUU, que ha relevado a un presidente negacionista –de la pandemia y del multilateralismo– por otro con aparente vocación de abordar las cuestiones globales. En otras palabras, durante este último año de pandemia hemos presenciado ambas tendencias, la mayor preocupación por las cuestiones globales, pero sobre la base de Estados más fuertes.
Y este fortalecimiento de la dimensión estatal se produce de manera simultánea al protagonismo que están adquiriendo determinadas empresas en el desarrollo, producción y distribución de vacunas y material médico. No es una cuestión menor. En los 10 años de vida del proyecto de Índice Elcano de Presencia Global ha surgido en varias ocasiones el debate sobre si los Estados son la unidad de medida adecuada en un periodo histórico en el proceso de globalización, y el modo en el que las economías nacionales se insertan en ella ha estado fuertemente influenciado por las empresas transnacionales.
Y es que, aunque la pandemia se ha llevado mucho por delante, algunas tendencias y viejos hábitos se mantienen bajo las reglas de la antigua normalidad. En nuestro caso, hemos tratado de mantener algunas de esas rutinas. En primer lugar, en cada nueva edición del Índice incorporamos 10 nuevos países que, en la edición 2021 que estamos ahora preparando serán Armenia, Benín, Brunei, Chad, Congo, Guinea, Moldavia, Mongolia, Níger y Papúa Nueva Guinea. Con ellos ampliamos el número de países para los que se calcula el índice a 140 países; un grupo que acoge al 97,1% de la población del mundo y genera el 97,6% de su PIB.
Era también costumbre de nuestra vieja normalidad la mejora metodológica del Índice en dos sentidos, actualizando periódicamente los coeficientes de ponderación, y puliendo los indicadores que definen las variables y dimensiones. Respecto a la primera cuestión, central en un Índice que agrega resultados, los coeficientes utilizados son fruto de encuestas a expertos en relaciones internacionales de think- tanks de diversos países. Cada tres años lanzamos una nueva encuesta con el objetivo de limar los sesgos que las respuestas tienen en relación al momento en el que se pregunta, que este año estarán sin duda condicionadas por la pandemia.
Y si en la edición del año pasado revisamos la forma de medir la presencia en Cultura y en Tecnología, este año nos hemos propuesto la posible incorporación de un indicador relativo a cambio climático (aunque todavía andemos dándole vueltas a si la variable debería referirse al cambio climático o al ambiental). Ésta es una cuestión compleja, que comienza con la discusión conceptual de qué queremos medir, continuará con la disponibilidad de datos y terminará con el modo en que se incorpore al propio Índice.
Un trabajo laborioso, pero sin duda gratificante, que esperamos resulte en una mejor comprensión del mundo en el que vivimos.