Los mercados de crudo se mantienen tensionados desde el inicio de las revueltas egipcias. El precio del crudo tipo Brent, que se mantuvo entre los 80 y los 90$ por barril hasta finales de diciembre de 2010, a mediados de enero rozó los 100$ por el temor a que el tráfico del Canal de Suez y el Suezmed se viesen perturbados. En febrero el precio superó los 100$ coincidiendo con la caída de Mubarak, y subió un escalón adicional hasta rozar los 120$ el 24 de febrero, cuando las revueltas se extendieron a Libia, y su capacidad de producción y exportación de crudo se vio drásticamente reducida por la salida de las compañías internacionales. Apenas unas horas después se interrumpió el flujo de gas hacia Italia por el gasoducto Greenstream. La interrupción de los suministros libios era un hecho y sólo el inmediato anuncio de Arabia Saudita de que compensaría las pérdidas de producción libia flexionó ese mismo día el precio hasta los 114$.
La semana previa al terremoto de Japón, cuando la evolución en Libia descartó la posibilidad de un cambio pacífico, el precio del Brent se mantuvo en los mismos niveles. El tsunami que arrasó la costa noreste japonesa tuvo un impacto importante, pero muy breve, sobre los precios del crudo: tras bajar de los 110$, el Brent se recuperó hasta el entorno de los 115$ en el que se ha mantenido hasta la fecha. De hecho, los precios del gas natural subieron con fuerza en la semana posterior por la mayor demanda esperada en Japón para suplir la pérdida del 25% de la capacidad nuclear de generación; la experiencia de terremotos pasados muestra que la tendencia tras los mismos es un aumento del consumo de gas y petróleo para la generación. Aunque es probable que su efecto se diluya en el tiempo, los serios problemas de la central nuclear de Fukushima han hecho despertar a un mercado del gas languideciente desde los precios máximos alcanzados antes de la crisis financiera internacional.
Los ataques de la coalición internacional a Libia no han despejado las incertidumbres sobre la evolución de la situación del país. Nadie puede anticipar en qué medida ni durante cuánto tiempo los combates afectarán a las infraestructuras de producción y exportación. En paralelo, las revueltas han alcanzado mayor intensidad en Bahréin y Yemen, ninguno de los cuales tiene el peso de Libia en el mercado de hidrocarburos, pero que trazan una envolvente en torno a Arabia Saudita (que ya ha intervenido en Bahréin), reforzada por la extensión de las protestas a otros productores del Golfo, como Kuwait u Omán. La posibilidad de que el desencuentro con los EEUU sobre la reacción a las revueltas afecte a su relación estratégica genera dudas adicionales sobre la consistencia del compromiso saudí. Arabia Saudita acaba de anunciar que aumentará el paquete de gasto aprobado recientemente (unos 30.000 mill. $) con otro superior a los 90.000 mill. $. Aunque la posición fiscal del reino es holgada, esto puede sesgar su política de extracción hacia el objetivo de aumentar los ingresos para financiar nuevas partidas de gasto. En ese caso, Arabia Saudita se encontraría en una posición envidiable a corto plazo: produciendo un millón de barriles/día adicionales a precios elevados, manteniendo el monopolio de la capacidad ociosa para seguir influyendo en el mercado, y permitiéndose(le) guardar las distancias con la ola de cambio que recorre la región. Lo que falta por ver es la sostenibilidad de esa estrategia en el tiempo y hasta dónde puede llevar los precios.