Uno de los objetivos iniciales de la Presidencia alemana del Consejo de la UE durante la segunda mitad de 2020 era revisar el Plan de Acción de Diplomacia Energética de la UE (EU’s Energy Diplomacy Action Plan). La idea consistía en dar respuesta a las transformaciones experimentadas recientemente por la geopolítica global y regional de la energía en los últimos años. No obstante, la crisis del coronavirus ha acelerado esas transformaciones, por lo que gestionar las consecuencias geopolíticas de la transición energética se ha convertido ahora en una labor más urgente, tanto a nivel global como en el espacio euro-mediterráneo.
En un análisis publicado recientemente sobre la necesidad de equilibrar geopolítica y Pacto Verde Europeo para elaborar una narrativa energética euro-mediterránea comprensiva, se argumenta que el Plan de Acción de Diplomacia Energética debería abarcar cuestiones que la actual política energética euro-mediterránea y sus instituciones no abordan. La complejidad de estas relaciones no se limita a elementos como la cooperación técnica, la construcción de grandes infraestructuras y la consecución de una seguridad energética, enfocada de manera simplista a reducir la dependencia energética de la UE frente a la región. En la última década aspectos como el cambio climático, la transición energética y el despliegue de las energías renovables en la región acompañan a las transformaciones geopolíticas relacionadas con la creciente rivalidad euro-rusa, la revolución no convencional estadounidense y la creciente volatilidad geopolítica de la propia vecindad mediterránea de la UE. De esta manera, la geopolítica energética euro-mediterránea está evolucionando en, al menos, cinco áreas:
- La lucha contra el cambio climático y la transición energética están incorporando gradualmente las energías renovables y la electricidad a un escenario geopolítico hasta ahora dominado por el petróleo y el gas natural.
- Los mercados del petróleo y del gas están experimentando su propia transformación, con la emergencia de nuevos productores tanto mediterráneos como foráneos, especialmente de gas natural.
- Los equilibrios de economía política en la región mediterránea también han cambiado, aumentando las presiones internas para reformar el sector, mejorar su gobernanza y corregir los excesos extractivos de las élites rentistas.
- El nuevo ciclo político de la UE supone una doble apuesta por un enfoque más geopolítico para su acción exterior, y por el Pacto Verde Europeo.
Finalmente, la pandemia del coronavirus parece haber acelerado la transformación energética europea como respuesta a la crisis, poniendo la recuperación verde al frente de la agenda europea, si bien existen riesgos que podrían ralentizarla.
Todas estas transformaciones requieren un guion renovado y más sofisticado de las relaciones energéticas euro-mediterráneas, en vez de uno basado exclusivamente en la securitización del acceso a los recursos fósiles, o en la reducción de la dependencia energética. El Pacto Verde Europeo y la recuperación verde ofrecen una narrativa energética de naturaleza menos geopolítica y más cooperativa, basada en el poder blando de unos modelos energéticos respetuosos con el medioambiente y atractivos a nivel social y económico. Seis elementos pueden articular una narrativa basada en el poder verde, entendido como un componente esencial del poder blando en el nuevo contexto energético global, que conciba la energía como vector de cooperación y desarrollo sostenible en el Mediterráneo:
- Interdependencia en lugar de dependencia: las estrategias de seguridad energética basadas en reducir la dependencia limitan las oportunidades de la cooperación; además, el discurso de la independencia muta fácilmente en otro similar acerca de la dependencia de las renovables generadas en el exterior.
- Desarrollo en vez de rentismo: la población de Argelia, Egipto o Libia no está dispuesta a mantener el pacto perverso del estado rentista, contentándose con subsidios ni servicios públicos deficientes a cambio de los excesos extractivos de sus élites, y la UE no puede percibirse como cómplice.
- Sostenibilidad ambiental y no su degradación: la UE debe convertir la energía en un vector de desarrollo sostenible, extendiendo el Pacto Verde al Mediterráneo sin replicar el modelo extractivo fósil, y generando valor añadido, empleo, industrias locales, transferencias tecnológicas y desarrollo energético (modernización, justicia y buen gobierno energéticos).
- Situar la lucha contra la amenaza compartida del cambio climático en el centro del discurso energético euro-mediterráneo, apostando por la financiación climática y la cooperación técnica y tecnológica.
- Transitar desde la geopolítica de los mega-proyectos a la micro-geopolítica de la seguridad humana y ecológica, abandonando los megaproyectos fósiles (gaseoductos, oleoductos y terminales de exportación) y evitando su sustitución por infraestructuras eléctricas centralizadas guiadas por la misma lógica, respondiendo a las demandas sociales de la ribera sur y a la adaptación al cambio climático (salud, prevención de desastres por eventos meteorológicos extremos y de desarrollo lento, agricultura, actividades costeras y sector turístico).
- Acelerar y priorizar la recuperación verde en el marco euro-mediterráneo mediante el empleo del instrumento de recuperación del Next Generation EU, apoyando la transición energética en la región conforme a los compromisos condicionales de los vecinos Mediterráneos en el Acuerdo de París, fomentando la integración energética regional mediante sendas de descarbonización óptimas para ambas orillas.
La importancia de la inclusión de estos elementos en una narrativa energética euro-mediterránea más completa y equilibrada será crucial por varios motivos. En primer lugar, para modificar la extendida percepción entre los vecinos mediterráneos de que la UE solo pretende securitizar y extraer sus recursos energéticos, tanto fósiles como renovables. Segundo, para ayudar a cambiar la percepción de que la UE actúa en colusión con las élites del sur, a las que apoya a expensas del bienestar general de sus ciudadanos. En tercer lugar, para evitar que Europa, la gran contaminadora histórica del Mediterráneo, siga viéndose como una potencia que pretende imponer sus tecnologías y empresas renovables, transitando hacia una economía sostenible en la que la vecindad mediterránea no podrá competir sin ayuda. Una estrategia energética euro-mediterránea alineada con el Pacto Verde podría ayudar, además, a reducir el riesgo de que la ribera sur quedara atrás en la recuperación verde de la crisis del coronavirus y aumente la brecha en el nivel y modelo de desarrollo con sus vecinos europeos.