«¿Por qué importa América Latina?» es el título del más reciente Informe Elcano que intenta llamar la atención de la Unión Europea acerca del enorme potencial de una relación reforzada con la región latinoamericana, y que pretende dirigirse a las distintas organizaciones comunitarias, pero también a los gobiernos de los Estados Miembros, a las opiniones públicas y a los medios de comunicación, recordando los enormes beneficios que podrían derivarse del fortalecimiento de la relación euro-latinoamericana.
Por supuesto que esta relación no parte de la nada. La colonización europea del continente americano, con sus diversas variantes nacionales, comenzó hace más de cinco siglos. A partir de ese momento tuvo lugar un continuo flujo de europeos hacia todos los rincones americanos, que se aceleró con una magnitud inusitada en el período de las grandes migraciones atlánticas (1850-1930). Si bien este flujo continuó con altos y bajos, en las décadas finales del siglo XX y en los años iniciales del XXI fueron los americanos los que en números cada vez mayores iniciaron el camino de Europa.
De este modo las relaciones personales, familiares y sociales sostienen una relación muy estrecha, que se refuerza aún más a partir del desarrollo de patrones culturales y valores comunes. Durante años se insistió, precisamente, en que eran estos valores (defensa de las libertades, de los derechos humanos y de las instituciones democráticas) las que sostenían unos lazos densos y estrechos entre las dos orillas del Atlántico, a tal punto que era posible construir una alianza estratégica entre las dos regiones.
Siendo esto verdad, lo cierto es que Europa no se puede quedar en la afirmación de este enunciado para evaluar su relación con América Latina. Los europeos deberían ir mucho más allá y, pensando en términos estratégicos, reconocer cuánto hay para ganar y cómo se pueden defender mejor los intereses europeos (económicos, políticos y geostratégicos) a partir de la consolidación de esta relación birregional.
Y si bien siempre es un buen momento para reforzarla, la actual coyuntura es sumamente propicia. Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca como elefante en una cacharrería y ha golpeado buena parte de los factores que cimentaban la relación entre Estados Unidos y la Unión Europea. El proteccionismo comercial, los ataques a la globalización, la puesta en cuestión del esfuerzo (aunque escaso) de Europa en la defensa y los golpes a la OTAN, son algunas muestras de esta deriva.
Frente a esta situación, frente al auge de gobiernos cada vez más antiliberales y antidemocráticos, con un componente caudillista muy marcado y una deriva cada vez más clara a la perpetuación en el poder (casos de Putin en Rusia y de Xi en China), es evidente que la Unión Europea necesita de aliados confiables, con los cuales se puedan compartir buena parte de los valores occidentales y de sus instituciones democráticas.
La presencia china en América Latina no ha hecho sino aumentar, por momentos de forma exponencial, desde comienzos del siglo XXI. Es evidente que, en muchos aspectos, comenzando por las inversiones y el comercio, China puede ser un fuerte competidor para las economías y las empresas europeas. Pero China también puede ser una excelente oportunidad para la Unión. Por un lado, porque en muchos aspectos prefiere asociarse con actores que tengan un conocimiento cabal del terreno que pisan, pero también porque en la medida que no todo es rosa en este desembarco, la UE puede exhibir caminos y soluciones alternativas.
Pero, para que esto ocurra y llegue a buen puerto, la UE debe tomarse en serio a América Latina. El cierre de las interminables negociaciones con Mercosur, pese a que no es de entera y única responsabilidad europea, sería una potente señal a la contraparte americana del genuino interés de Europa en la relación. Pero no solo eso. Si se quiere apostar en serio por América Latina hay que acercarse a ella sin paternalismo, sin ese toque eurocéntrico que tanto ha caracterizado unas relaciones bastante asimétricas.
Sin embargo, para que la relación prospere ésta debe asumida de forma madura por ambas partes. La UE tiene que decidir qué es lo que quiere de América Latina, pero América Latina también debe decidir qué es lo que quiere de la UE. Y así como América Latina debería importarle a los europeos, Europa también debería importarle a los latinoamericanos.