Es indudable que América Latina ha comenzado una nueva coyuntura política de la mano del nuevo ciclo económico impulsado por el descenso del precio de las materias primas. De momento la nueva coyuntura presenta bastantes imprecisiones aunque todo indica que el declive y la pérdida de prestigio de algunos de los gobiernos “largos” comenzados en la década anterior es una de sus principales características.
En efecto, entre los últimos meses de 2015 y febrero de 2016 tres elecciones sudamericanas han dejado en evidencia esta situación. Las parlamentarias venezolanas han otorgado a la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) una mayoría sumamente amplia que en condiciones normales le permitiría controlar al Ejecutivo. Sin embargo, en el contexto político de Venezuela han desatado un conflicto entre poderes, saldado con el predominio presidencial gracias a la subordinación del Tribunal Supremo de Justicia al gobierno.
En Argentina, la derrota del oficialismo y el triunfo de Mauricio Macri han permitido acabar con 12 años de gobiernos kirchneristas y comenzar una nueva etapa en la historia política del país. Finalmente, el referéndum boliviano ha enterrado las aspiraciones reeleccionistas de Evo Morales, aunque no sería descartable en el futuro la convocatoria de otro nuevo tras un “clamor insistente” de algunos movimientos sociales afines al gobierno.
A la vista de estos cambios y de la nueva coyuntura que se vive en la región se imponen dos preguntas que surgen de las diferentes interpretaciones y especulaciones alrededor de todo lo que está ocurriendo en la región. La primera es si habrá un golpe de péndulo hacia la derecha después del llamado giro a la izquierda ocurrido en la primera década del siglo XXI. Y la segunda, consecuencia de la anterior, es si estamos frente al fin del populismo.
Respecto al giro a la derecha se imponen varias puntualizaciones, comenzando por el hecho de que hasta ahora sólo en Argentina se ha producido un cambio de gobierno, lo que supone que todavía es pronto para hablar de un cambio de tendencia. Tampoco sabemos si habrá o no un efecto dominó en los próximos comicios latinoamericanos a raíz de la victoria macrista. Otro hecho importante a tener en cuenta es que la candidatura de Cambiemos englobaba a distintas fuerzas políticas, comenzando por la Unión Cívica Radical (UCR), lo que dificulta la adscripción política del nuevo gobierno.
Esto es algo similar a lo ocurrido en la década anterior cuando se adscribía a la “izquierda” a un gobierno en función de la posición política o ideológica del presidente, aunque fuera sostenido por una coalición muy amplia. Esto ocurrió, por ejemplo, en Chile y Brasil, donde los presidentes Lula, Rousseff, Lagos y Bachelet fueron apoyados por partidos de centro o centro izquierda. También porque se otorgaba el sello de izquierdista a cualquiera que simpatizara con el proyecto bolivariano de Hugo Chávez, caso del matrimonio Kirchner.
Sobre el fin del populismo hay que reconocer que se trata de una pregunta recurrente en la región, dada la fuerte y temprana implantación del fenómeno. Tras una primera oleada fundacional, la de los Vargas o Perón, en torno a la década de 1940, encontramos medio siglo después un nuevo brote populista más ligado a la derecha o a lo que se dio en llamar neoliberalismo, aunque sus principales exponentes, como Menem o Fujimori de liberales tuvieran muy poco o prácticamente nada. Finalmente llegó el populismo del siglo XXI, vinculado de forma aplastante con la izquierda regional.
En realidad, como se ha visto, el populismo latinoamericano ha demostrado no ser patrimonio ni de la izquierda ni de la derecha. De esta forma nada garantiza que en el futuro algunos de los nuevos gobiernos que surjan como respuesta al populismo bolivariano no puedan ser identificados como de derecha. A esto hay que sumar la capacidad de resistencia de algunos de los populismos todavía gobernantes, que pensaron en su día que habían llegado al poder para quedarse (eternamente). Como la alternancia no está precisamente en sus planes algunos intentarán permanecer a toda costa, lo que será causa de conflictividad en más de un caso.
Si el ascenso de Donald Trump es un hecho en Estados Unidos o si las preferencias electorales de las opciones populistas son una realidad en nutridos sectores sociales de algunos países europeos como Austria, Alemania, Francia, Holanda o el Reino Unido, no nos debe sorprender lo que ocurre en América Latina. En este caso, la posibilidad que surjan nuevos gobiernos populistas escorados a la derecha o que algunos de los gobiernos existentes logren mantenerse en el poder supone reconocer que el fin del populismo en la región está bastante lejano.