La desaparición de EEUU de la escena global extraña a cualquiera que haya seguido la política internacional durante las últimas décadas. Su ausencia de la reciente conferencia de donantes promovida por la Comisión Europea –que pretendía pasar página tras la descoordinada respuesta a la COVID-19 y dar la bienvenida a un plan global para financiar una vacuna– fue muy notable. Todos llegaban tarde, pero EEUU ni siquiera se presentó y ni pudo –o no quiso– argumentar su ausencia. De aquello que distinguía a EEUU de otras potencias como China y Rusia –su gran red de aliados y su capacidad para movilizar países y construir coaliciones– no queda ni rastro.
Estábamos acostumbrados a ver a EEUU dirigiendo a la comunidad internacional, asumiendo el liderazgo y gran parte de la carga en todas las grandes crisis de la post-Guerra Fría. Washington siempre estaba ahí, incluso cuando mostraba una inicial reticencia a liderar, como en las primeras etapas de la guerra en la ex Yugoslavia en los noventa, o en la campaña aérea contra Gaddafi en 2011. Estaba ahí al tomar conciencia de las posibles consecuencias de no actuar, como en algunas de las respuestas de índole humanitaria. Otras veces veía necesaria su participación para defender el multilateralismo, la autoridad de Naciones Unidas o las alianzas a las que pertenecía. En 1994 mantuvo 100.000 tropas estadounidenses en Bosnia para proteger a sus aliados europeos que ya estaban allí. Comprometer sus recursos en Europa era un precio que merecía la pena pagar para preservar una alianza que EEUU necesitaba para otros propósitos e intereses.
Pero cuando EEUU manejó las grandes crisis de las últimas décadas, no actuó solo, porque no hubiera podido resolverlas por sí mismo. Trabajó con el G20 para hacer frente a la crisis financiera del 2008; contuvo el brote del ébola en Sierra Leona y Liberia trabajando con franceses, la OMS y las autoridades locales; fue capaz de crear una coalición de más de 50 países para combatir al ISIS y para reconstruir Afganistán; celebró grandes cumbres en Washington para poner freno a la proliferación nuclear y negoció el acuerdo del clima de París. Tendió la mano a Rusia, China y la UE para presionar a Irán y congelar sus actividades nucleares, y George W. Bush, para muchos un emblema del unilateralismo estadounidense de principios del siglo XXI, organizó una gran coalición internacional para luchar contra el VIH en África.
Ningún reto global ha sido superado solo con Washington, pero tampoco sin él. La crisis del coronavirus era una nueva ocasión para que la comunidad internacional buscara el liderazgo de EEUU y para que éste se pusiera al frente estableciendo criterios, abordando las carencias médicas, compartiendo información sobre los desarrollos de las vacunas e impulsando medidas económicas.
Pero, por primera vez, la situación es diferente. La crisis sanitaria y económica en casa es su prioridad, y así ha sido también para el resto de países del mundo. Sin embargo, no se puede obviar que esta crisis es diferente por ser cuasi universal e indiferente a los enfoques y a las soluciones nacionales.
El liderazgo estadounidense sería de nuevo crucial para ayudar al mundo a levantar la cabeza y anticiparse a una posible segunda oleada. Pero EEUU no solo ha decidido estar ausente –poco podrá esperarse de un G7 que preside– sino que ha abierto aún más las fisuras que ya fracturaban el sistema internacional, retirando la financiación a la OMS y otros tipo de ayudas internacionales, e inflamando la retórica contra China, en un momento en el que convendría tenerla en el mismo barco al menos para la búsqueda de una vacuna.
Pero lo que más preocupa es que no parece que haya demasiado interés ni por parte de los republicanos ni de los demócratas para asumir un mayor papel internacional. Los miembros del Congreso están absolutamente centrados en la situación doméstica, quizás porque no están teniendo una buena respuesta en casa. Apenas se escuchan las clásicas voces liberales internacionales, apenas se articula dentro de EEUU la importancia del liderazgo global del país.
De forma creciente, tanto desde el Partido Republicano como Demócrata se está poniendo en entredicho la política exterior de EEUU desde el final de la Guerra Fría. Mientras Washington ampliaba sus esferas de influencia y sus compromisos en el exterior con la creencia de que el estadounidense medio se beneficiaría de la huella global de EEUU, los ciudadanos no pensaban lo mismo. El incremento de la deuda federal, el estancamiento de los salarios y la degradación de las infraestructuras no era correlativa a la expansión internacional. Por eso, una mayoría se opuso a las intervenciones de sus gobiernos en el exterior, con la excepción de las respuestas a los ataques directos contra ellos. Ante esta visión de los estadounidenses, no es de extrañar que los últimos cuatro presidentes prometieran durante sus campañas hacer menos fuera y más dentro de casa. Hoy en día son muchos lo que piensan que el supuesto compromiso de EEUU de utilizar su poder “único” para “doblegar” al mundo hacia los ideales de democracia, libre mercado, estado de derecho y derechos humanos les ha dejado en una situación peor que a principios de los noventa. En resumen, la política exterior ha sido errónea tanto bajo los gobiernos demócratas como republicanos. Donald Trump, sin embargo, no ha traído la solución.
Los que aún esperan ver una reacción de EEUU a nivel internacional se agarran a las encuestas del Pew Research Center y del Chicago Council on Global Affairs que muestran que los estadounidenses, en su mayoría, quieren que el país siga implicado internacionalmente y que trabaje con los aliados. Y es que los estadounidense son orgullosos, no les hace gracia que se les acusen de “blandos” cuando se trata de seguridad nacional, ni que les digan que se retiran, ni que les pongan la etiqueta de perdedores; al mismo tiempo quieren que la carga se comparta con socios y aliados de una manera más justa, no les gusta el proteccionismo de los otros y son escépticos ante el uso de la fuerza militar y el despliegue en Oriente Medio y Afganistán. Al sector privado tampoco le gusta competir con empresas subvencionadas en China o en Europa, aunque siguen apoyando la globalización y las inversiones en el extranjero.
La política exterior de EEUU está en cuarentena desde antes de que apareciera el coronavirus, pero la actual crisis y su no-repuesta puede tener consecuencias en su credibilidad y su legitimidad. Con unas elecciones en el horizonte, lo que EEUU necesita es una política exterior nueva y completa.