Por primera vez en los últimos cuatro años, Pakistán registró en 2015 un descenso en el número de contagios de polio. El país surasiático es, junto con su vecino Afganistán, el único en que esta enfermedad que afecta al sistema nervioso y causa parálisis irreversible, especialmente entre los menores de 5 años, sigue siendo endémica. Por eso, el retroceso del virus en Pakistán, donde el año pasado se documentaron el 73% de todos los casos a nivel mundial, ha insuflado de optimismo a la OMS ante la posibilidad de que la extinción de la polio sea pronto una realidad.
No es casualidad que los progresos alcanzados en este ámbito en 2015 hayan coincidido con una caída notable de la actividad terrorista e insurgente en el país. Los esfuerzos por erradicar la enfermedad se han visto permanentemente obstaculizados por los atentados de los talibán contra el personal médico que participa en las campañas de vacunación y las fuerzas de seguridad que les escoltan, pero también por su negativa a autorizar la inmunización de los menores que viven en las áreas bajo su control y por las amenazas y castigos que han impuesto a los padres que vacunan a sus hijos. La incidencia del virus y el deterioro de la situación de seguridad están tan estrechamente relacionados que, en cierta medida, el número de infectados por polio se ha convertido en un indicador del avance del integrismo en Pakistán.
La oposición violenta a la inmunización es, en realidad, un desarrollo relativamente reciente en la actividad de los grupos yihadistas que operan en el país. Aunque las primeras fatuas contra los programas anti-polio fueron emitidas por clérigos radicales a mediados de la década pasada, su hostilidad se intensificó tras la operación con la que el gobierno estadounidense dio muerte a Osama bin Laden en mayo de 2011 en su refugio de Abbottabad, a 50 km. al norte de Islamabad. Con el propósito de tomar muestras de ADN de los residentes de la vivienda ocupada por el entonces líder de al-Qaeda, la CIA puso en marcha una falsa campaña de vacunación contra la hepatitis B que, tras descubrirse, desató la furia de los radicales y dio rienda suelta a sus fabulaciones. A partir de entonces se generalizaron las teorías de que el personal médico actuaba como espía al servicio de Estados Unidos, de que las campañas de inmunización no servían sino para obtener inteligencia utilizada en los ataques con drones, o bien para esterilizar a los pakistaníes y detener así el crecimiento de la población musulmana.
De acuerdo con los datos recogidos por la Global Terrorism Database de la Universidad de Maryland, la ofensiva contra los equipos de vacunación se inició ese 2011 y se recrudeció un año después (véase gráfico). En 2012, cuando Pakistán estaba más cerca que nunca de acabar con la enfermedad según el organismo encargado de supervisar los programas anti-polio, los talibán lanzaron 16 atentados contra vacunadores que frustraron los progresos en la extinción del virus logrados hasta entonces. Los atentados se duplicaron en 2013, cuando se registraron 33 episodios violentos, y alcanzaron su mayor cota en 2014, con 38 ataques y secuestros.
En paralelo, los casos de polio se dispararon. La mayoría de ellos se produjeron en las áreas tribales situadas al oeste del país, a lo largo de la frontera con Afganistán, donde los talibán y sus organizaciones afines tienen su santuario y, en consecuencia, donde mayores han sido las dificultades para desarrollar las campañas de inmunización. Es precisamente en esa zona donde el ejército pakistaní lanzó a mediados de 2014 una operación militar a gran escala que ha provocado la dispersión de las organizaciones yihadistas, el deterioro de sus capacidades operativas y la reorientación de sus acciones ofensivas hacia objetivos de las fuerzas armadas y de seguridad. Ello podría explicar la sustancial caída en el número de atentados contra equipos anti-polio en 2015: un total de 16, un 58% menos que un año antes.
La intervención militar desencadenó también el desplazamiento interno de más de un millón de pakistaníes, un movimiento poblacional masivo que ha tenido consecuencias dispares en lo que a la lucha contra el virus se refiere. Si bien al principio colapsó a las autoridades sanitarias, lo que agravó las consecuencias de los atentados contra vacunadores ocurridos en 2014 y provocó la propagación de la enfermedad a los lugares de destino de los desplazados, una vez controlada la situación ha permitido la suministración del fármaco entre los habitantes de las áreas tribales antes de que estos retornaran a sus hogares. Debido a esta circunstancia y al descenso de los ataques, los casos de polio documentados en 2015, 54, registraron una extraordinaria caída del 82% respecto a 2014.
Aunque esperanzadora, la disminución en el último año del número de atentados y de contagios por la enfermedad no asegura la perdurabilidad de los logros en la extinción de la poliomielitis. Para que el país sea retirado de la lista de países endémicos tendrá que pasar un año sin que se produzca un solo contagio, y para que sea considerado definitivamente polio free otros dos más sin nuevos brotes. Eso significa que al menos en los próximos tres años los equipos sanitarios deberán poder acceder de forma segura a cualquier parte del territorio pakistaní para poder suministrar el fármaco. ¿Cómo podrá Pakistán lograrlo si el ejército está lejos de controlar la totalidad del territorio en el que operan los talibán, donde la pervivencia del virus es más acusada, y si no cesa la retórica conspirativa en torno a la vacuna que extienden los clérigos radicales, y que ha penetrado en ciertos sectores de la sociedad pakistaní? Pese al entusiasmo de la OMS, la cuenta atrás no podrá comenzar este 2016: el país ya ha notificado 13 casos de polio en lo que va de año.