En caso de que estallase una guerra con China por Taiwán, muchos observadores parecen considerar que Europa sería prácticamente irrelevante en lo que concierne al combate real. Quienes esgrimen esta opinión suelen apuntar a las reticencias de Europa a enfrentarse a China o a la falta de capacidades militares sólidas que poder poner encima de la mesa. O bien prefieren que Europa se ocupe de sus asuntos, que se centre en la amenaza rusa, mucho más cercana a su territorio, y deje vía libre a EEUU para poner el foco en China.
Nuestro punto de vista es algo diferente.
Con toda probabilidad, una guerra por Taiwán que arrastrara a EEUU y a sus aliados asiáticos se convertiría en una lucha cruenta y prolongada que se propagaría más allá del Pacífico occidental. Las repercusiones estratégicas de un conflicto local que adquiriese características globales y, por ejemplo, incluyese combates por los océanos del planeta, conllevaría la participación militar de Europa de una u otra forma.
Para ahondar en este debate, hemos puesto el listón alto al centrarnos en el combate convencional con tecnología punta. Exponemos las condiciones que podrían incitar a Europa a optar por una participación militar. A continuación, examinamos las distintas aportaciones militares directas que podría efectuar Europa.
Lejos de quedar marginada desde el punto de vista estratégico en caso de guerra, Europa podría ofrecer capacidades operativas de una relevancia moderada que posiblemente inclinarían la balanza a favor de una hipotética campaña aliada en defensa de Taiwán. Los submarinos de propulsión nuclear podrían ser la aportación más valiosa de los países europeos.
1. El debate
En los últimos años, se ha observado una proliferación de ejercicios y simulacros bélicos para determinar la probabilidad y las consecuencias potenciales de un ataque a Taiwán por parte de la República Popular China (RPC). Estos ejercicios se han centrado sobre todo en el análisis de distintos escenarios alternativos, entre ellos, un bloqueo, una intensificación de ataques híbridos, la captura de islas en alta mar, una invasión en toda regla, etc., así como en el examen de las posibles repercusiones para EEUU, Japón, Australia y otras potencias regionales. En comparación, se ha prestado mucha menos atención a las implicaciones que tendría para Europa una guerra por Taiwán o incluso su posible papel en esa situación.
No cabe duda de que algunos análisis recientes han sopesado esos factores como fundamento jurídico de una posible respuesta de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ante una guerra por Taiwán, las implicaciones de esa guerra para las necesidades estadounidenses en cuanto a capacidad y la postura de la OTAN en Europa o el modo en el que la UE ayudaría a prevenir una agresión a través de contactos diplomáticos o sanciones. Más recientemente, hay quien ha apuntado a la posible contribución de Europa como un arsenal de democracia más amplio. A medida que el gasto europeo en defensa vaya repuntando, los europeos podrían ayudar mediante el suministro de municiones, drones y otros sistemas pertinentes a Taiwán, EEUU o Japón, contribuyendo así de forma indirecta a un dispositivo aliado más amplio destinado a la defensa de Taiwán. También podrían ayudar con otros recursos críticos no militares como el suministro de electricidad y materias primas, si bien hay que admitir que las dificultades logísticas de abastecer a Taiwán serían mucho mayores que en el caso de Ucrania.
La mayoría de las conversaciones sobre la posible contribución de Europa a la seguridad de Taiwán se centran en tiempos de paz y recalcan la naturaleza indirecta y ajena al plano militar de la ayuda europea. Es comprensible. En primer lugar, los europeos están divididos y se muestran vacilantes por lo que respecta a China. Es posible que la imagen de China en Europa se haya visto empañada en los últimos años, pero entrar en guerra con Pekín por la cuestión taiwanesa podría ser demasiado para algunos. En segundo lugar, las capacidades militares europeas son escasas. Además, en caso de guerra por Taiwán, esas capacidades se emplearían para apuntalar el efecto disuasorio en Europa Oriental Este, sobre todo cuando EEUU dirigiese su atención al Indo-Pacífico. De hecho, tanto Washington como sus aliados del Indo-Pacífico podrían instar a los europeos a solventar las carencias de fuerza en Europa para dar la mayor libertad de movimientos posible a EEUU en la región Indo-Pacífica.
No cabe duda de que Europa podría esgrimir otros instrumentos de coerción (por ejemplo, amenazar con sanciones) para influir en el análisis de coste-beneficio que llevase a cabo Pekín al plantearse una invasión de Taiwán. También es cierto que los europeos suelen dar prioridad a las amenazas más próximas geográficamente, sobre todo a raíz de la prominencia del revisionismo ruso. Dicho lo cual, existen motivos de peso para pensar que el efecto contagio a nivel mundial de una guerra en el estrecho de Taiwán podría modificar sobremanera la composición de lugar de Europa. Por lo tanto, resulta sensato examinar las condiciones que podrían trastocar las preferencias de Europa y valorar las posibles contribuciones militares directas que podrían aportar los europeos en caso de conflicto.
2. ¿En qué condiciones lucharía Europa a favor de Taiwán?
Cabe argumentar que la respuesta europea a una guerra por Taiwán estaría condicionada en gran medida por al menos cinco grupos de factores interrelacionados: el contexto, la duración, el tipo de implicación de EEUU, el alcance geográfico y el momento en el que se produjese.
La primera condición tiene que ver el contexto estratégico más amplio. ¿Se trataría de una guerra aislada por Taiwán u ocurriría al mismo tiempo que una guerra activa –o una amenaza creíble de que estallase– en Europa? ¿Rusia aprovecharía la guerra de Taiwán como distracción para asestar golpes o intensificar sus agresiones en Europa? Al respecto, ¿ayudaría Rusia directa o indirectamente a China a atacar Taiwán? Sin duda, una guerra en Europa restringiría de manera considerable la capacidad de los europeos de participar en una guerra por Taiwán, al menos en el plano militar. En cambio, una guerra global o multiterritorial podría servir de acicate para la implicación militar de Europa en el Indo-Pacífico.
La segunda condición es la duración. ¿La guerra por Taiwán sería un conflicto breve o un enfrentamiento largo y prolongado? El concepto hellscape (escenario de pesadilla, entorno hostil extremo) del Mando del Indo-Pacífico de EEUU y el concepto de la defensa total de la propia Taiwán subrayan la importancia que reviste garantizar que la guerra no se pierda con rapidez, alterando el ritmo operativo de la maquinaria de guerra china con el fin de ganar el tiempo necesario para ofrecer una respuesta más organizada –y colectiva–. Cuanto más se prolongue la guerra, más posibilidades habrá de que los países europeos puedan contribuir a la defensa de Taiwán.
La tercera condición es la naturaleza de la implicación estadounidense. ¿EEUU aportaría una ayuda considerable pero indirecta a Taiwán o las tropas estadounidenses se enfrentarían directamente al Ejército chino? Se trata de una pregunta crucial para los europeos, ya que tienen una alianza con Washington (si bien confinada a la zona euroatlántica) y, para ellos, la seguridad de EEUU es inseparable de la de Europa.
Un cuarto factor crítico que guarda mucha relación con el tipo de implicación de EEUU es la extensión geográfica de la guerra. No es lo mismo una contienda circunscrita a las islas costeras o a la propia isla de Taiwán que una guerra sinoestadounidense que se extienda por las primeras, alcance a la segunda y se propague por el océano Índico.
El quinto factor tiene que ver con el momento en el que estallase la guerra; por ejemplo, no es lo mismo que ocurriese en 2027 –una fecha que aparece con frecuencia en los cálculos de especialistas y servicios de inteligencia– o dentro de 10 años. Suponiendo que el gasto militar europeo mantenga su trayectoria ascendente, los europeos estarían en condiciones de ofrecer una contribución militar más sustancial dentro de 10 años que dentro de dos.
Cada vez hay más consenso en torno a que una guerra entre grandes potencias como China y EEUU traería consigo profundos trastornos que abarcarían todo el planeta. Por lo tanto, es probable que una guerra en el estrecho de Taiwán que arrastrase a EEUU y que se prolongase hasta propagarse fuera de Asia acabara obligando a Europa a intervenir, incluso aunque ocurriese en los próximos cinco años y hasta si Rusia supusiese una amenaza en el flanco oriental europeo. En ese sentido, resulta útil esbozar las características de esa posible guerra para determinar dónde podrían resultar más eficaces las aportaciones de Europa.
3. ¿Qué caminos llevarían a ese desenlace?
Existen distintas vías hacia un conflicto generalizado que gire en torno a Taiwán y llegase a involucrar a Europa. Es posible que las tentativas chinas de ejercer una coerción cuasibélica fracasasen por completo y obligasen a Pekín a intensificar la escalada, o bien que resultasen contraproducentes y provocasen la intervención de terceros. También es posible que un asalto militar que se limitase en exclusiva a Taiwán abocase aun así a una guerra regional más amplia. Otra posibilidad es que Pekín empezase una guerra dirigida contra las fuerzas y las bases militares estadounidenses y aliadas en un primer momento para nivelar la contienda y llevar la iniciativa en el campo de batalla. China incluso podría poner en jaque al territorio continental estadounidense con el empleo de armas cibernéticas y dirigiendo otros medios cinéticos contra infraestructuras críticas.
No emitiremos juicios sobre la posibilidad de que se materialicen estas vías. La cuestión es que China podría acabar viéndose inmersa en un conflicto de mayores dimensiones aunque su estrategia inicial consistiese precisamente en evitar esa posibilidad. Además, nuestro objetivo consiste en determinar cuáles de las características constantes de una guerra ampliada resultarían tener más peso para las opciones europeas de implicación militar en caso de decidir oponerse a la agresión china.
Para librar y ganar una guerra en el estrecho de Taiwán, la doctrina militar china especifica tres tipos de campañas: bombardeos aéreos con lanzamiento de misiles; un bloqueo; y una invasión anfibia de la isla. Estas operaciones no tendrían por qué excluirse mutuamente. Por ejemplo, un bombardeo y un bloqueo podrían ser la antesala de una invasión. Para multiplicar al máximo las probabilidades de éxito, el Ejército chino trataría de hacerse con el control local del aire, los mares y otros ámbitos e intentaría negárselo al enemigo. Sus misiles terrestres, su poderío aéreo y sus fuerzas navales, así como su maraña de sistemas de defensa antiaérea y antimisiles, respaldarían toda una serie de operaciones contra la isla. La red militar china de exclusión y negación de acceso sería muy densa y letal para las fuerzas hostiles en torno a Taiwán, el estrecho de Taiwán y los mares y cielos circundantes.
En el caso hipotético de una guerra regional contra EEUU y sus aliados, el Ejército chino montaría una defensa de avanzada y pondría el punto de mira en las bases regionales a lo largo del primer y el segundo archipiélago hasta conseguir que los acercamientos a la China continental resultasen muy onerosos para el enemigo. La doctrina militar china y el despliegue a gran escala de capacidades ofensivas de largo alcance comportan que los mandos militares chinos bombardearían desde el aire y con misiles algunos emplazamientos importantes como la base aérea de Kadena, la base naval de Yokosuka y las instalaciones ubicadas en Guam. La aviación costera, los submarinos y los misiles terrestres antibuque impedirían el acceso al mar de Filipinas y las operaciones en la zona. Las defensas en la China meridional, tanto las bases de la isla de Hainán como las situadas en el archipiélago artificial de las islas Spratly, amenazarían el tránsito y el movimiento por el mar de la China Meridional. Hay pruebas fehacientes de que Pekín plantearía dificultades a las operaciones submarinas aliadas en esa zona.
Aparte del Pacífico Occidental, el escenario con más probabilidades de albergar contactos hostiles sería el océano Índico, región en la que la Armada china mantiene una flotilla naval rotatoria desde 2008 y donde China cuenta con una base militar permanente en Yibuti. La postura globalizadora de la Armada china y su intención doctrinal de contar con una presencia global indican que una escalada horizontal que derivase en un conflicto multiterritorial es una posibilidad muy real. Mike McDevitt sugiere que, en caso de guerra en el estrecho de Taiwán con implicación de EEUU, el conflicto escalaría con rapidez hasta convertirse en una guerra naval global, con enfrentamientos entre las armadas china y estadounidense a lo largo y ancho del planeta. Como también observa Aaron Friedberg, la debilidad relativa de la Armada china en el océano Índico podría tentarla a “asestar el primer golpe” para desequilibrar a EEUU y obligar a las tropas estadounidenses a desviar recursos del frente central en el Pacífico hacia ese teatro de operaciones secundario.
Las campañas militares de China estarían a cargo de la mayor armada, la mayor potencia de misiles convencionales del mundo y la mayor fuerza aérea de la región, con una inmensa base industrial situada cerca del frente. China posee, por tanto, la masa crítica necesaria para infligir fuertes daños en una fase inicial con la intención de barrer determinadas zonas próximas al continente asumiendo un número ingente de bajas sin que esa situación conllevase una parálisis estratégica.
4. Implicaciones para Europa
Un conflicto generalizado como el descrito anteriormente condicionaría las decisiones europeas sobre el mejor uso posible de sus escasos recursos militares. A modo de ilustración, planteémonos cuáles serían las situaciones en las que Europa podría aportar al conflicto sistemas de combate de alta gama como cazas y buques de guerra.
La zona inmediata del conflicto en torno a Taiwán y el área del Pacífico Occidental, que abarca bases aliadas y estadounidenses en el primer y el segundo archipiélago, estarían muy disputadas. En ese contexto, la red militar china de exclusión o negación de acceso concedería una importancia extraordinaria a la capacidad de supervivencia. En líneas generales, las plataformas de gran envergadura como los grandes buques de guerra y las aeronaves no sigilosas serían vulnerables al operar dentro del ámbito de reconocimiento y ataque de China. Se explican así los argumentos favorables a mantener los efectivos estadounidenses de gran valor, como por ejemplo los portaaviones de combate, al este del segundo archipiélago.
Un entorno tan letal también podría ser poco idóneo para los cazas sigilosos F-35, que pronto estarán a disposición de las fuerzas aéreas europeas. Por su autonomía limitada, los F-35 dependerían en exceso en sus operaciones de las bases aéreas regionales ubicadas dentro de la zona de alcance del armamento militar chino, así como de aviones cisterna de gran tamaño muy vulnerables. En el caso hipotético de una guerra extendida, China ya habría atacado, y posiblemente neutralizado, las principales bases aéreas situadas a lo largo del primer archipiélago de las que dependerían los F-35. Además, esos cazas de combate podrían resultar muy necesarios en Europa y son aeronaves que ya se encuentran en servicio en los aliados de la región del Indo-Pacífico.
En cambio, los escenarios extrarregionales como el océano Índico quedarían en gran medida fuera del alcance de la red de exclusión o negación de acceso de China, pese a que su armada mantiene cierta presencia en la zona y misiles de alcance regional como los DF-26 que, en teoría, podrían poner en jaque el tráfico marítimo en el golfo de Bengala. En ese sentido, los portaaviones de combate y los efectivos de acción en superficie de Europa podrían resultar eficaces para llevar a cabo misiones de escolta y operaciones bélicas de interdicción y lucha antisubmarina a lo largo de grandes extensiones del océano Índico, una región importante para la proyección del poderío aliado y en la que Francia y el Reino Unido cuentan con bases y territorios de ultramar.
Dejando aparte los sistemas sofisticados, Europa estaría bien posicionada para ofrecer capacidades de gama baja adaptadas al entorno operativo específico. Por ejemplo, se podrían emplear fuerzas de operaciones especiales, naves de ataque rápido con misiles y otras unidades tácticas para eludir la detección de los sensores chinos en los combates de proximidad a lo largo de los estrechos y en los angostos canales marítimos de los primeros archipiélagos. La conclusión es que el escenario bélico, ya sea cerca o lejos de China, presenta parámetros que permiten que los dirigentes europeos tomen decisiones bien fundamentadas sobre las plataformas que descartar y las capacidades que ofrecer a la hora de sumarse a la contienda.
5. Los submarinos como la aportación europea más decisiva
Entre los distintos sistemas sofisticados que podría ofrecer Europa, destacan sus capacidades submarinas, en especial los submarinos nucleares ofensivos y, en menor medida, sus submarinos diésel de ataque. Las armadas europeas cuentan con una flota combinada de 66 submarinos, entre ellos submarinos nucleares de ataque como los siete submarinos británicos de la clase Astute y los seis franceses de la clase Barracuda. La movilidad, el alcance y la resistencia de los submarinos de propulsión nuclear permitirían que el Reino Unido y Francia desplazasen estos buques de guerra desde aguas europeas hasta el Indo-Pacífico, pese a que la persistencia de la amenaza rusa en el Atlántico Norte podría limitar su disponibilidad. Cabe señalar también que las semanas que tardarían estos submarinos en llegar a sus bases en Asia, suponiendo que iniciaran su desplazamiento desde Europa, implicaría que los bandos en liza habrían optado ya por una guerra prolongada.
Los submarinos europeos de ataque de propulsión nuclear tendrían a su disposición una red de instalaciones de apoyo y puertos base, en especial los situados fuera de la zona de alcance del armamento militar chino como Hawái y Diego García. Por su parte, en caso de propagación del conflicto, Guam y Yokosuka serían objeto de ataques casi con toda seguridad, si bien podrían ofrecer algún tipo de apoyo en el contexto de la contienda. Además, a partir de 2027, el buque australiano HMAS Stirling será la base de la Fuerza de Rotación de Submarinos-Oeste, compuesta por submarinos nucleares de avanzadilla del Reino Unido y EEUU. Dicho de otro modo, para apostar en mayor medida por los submarinos se podrían aprovechar las infraestructuras ya existentes y las iniciativas en curso, por lo que se reduciría la duplicación de esfuerzos.
El gran punto fuerte de los submarinos es su capacidad de supervivencia, muy superior a la de los efectivos navales y aéreos de superficie durante, como mínimo, el futuro próximo. Dejando a un lado las zonas más disputadas, como por ejemplo el litoral de China, pueden operar casi con total impunidad dentro de la zona de alcance del armamento militar chino. A menos que se produzca un avance revolucionario que haga transparentes los mares, unas fuerzas submarinas competentes son muy difíciles de detectar.
Los submarinos europeos sacarían partido de la tradicional flaqueza estructural de China en la guerra antisubmarina, si bien hay que decir que el gigante asiático ha empezado a subsanarla. En cualquier caso, las fuerzas submarinas estadounidenses y aliadas no tendrían rival hasta, como mínimo, una generación completa. De hecho, la promesa de salvaguardar la superioridad submarina fue uno de los motivos subyacentes de la gran apuesta de Australia de albergar una fuerza submarina de propulsión nuclear en el marco de las relaciones con el Reino Unido.
Quizá lo más importante sea que los submarinos nucleares de ataque europeos satisfarían dos necesidades acuciantes de EEUU. En primer lugar, las fuerzas armadas estadounidenses, lo que incluye a sus fuerzas submarinas, ha experimentado un descenso de la capacidad que se prolongará durante lo que queda de la década de 2020 hasta los primeros años 30. Las decisiones políticas erróneas, las restricciones presupuestarias y la atrofia de la base industrial han impedido que la Armada estadounidense pueda mantener el ritmo de producción necesario para cumplir con sus objetivos relacionados con la estructura de sus efectivos. En ese sentido, la flota submarina contará con fuerzas más reducidas y obsoletas que en décadas anteriores. Sirva de muestra que, a pesar de que la Armada estadounidense calcula que necesita 66 submarinos para llevar a buen puerto sus misiones globales, en la actualidad solamente cuenta con 49. Se prevé que esta flota se reducirá aún más hasta 47 submarinos nucleares de ataque en 2030 –ese sería el nivel mínimo– antes de remontar a 50 en 2032 e ir subiendo poco a poco hasta 64 o 66 submarinos a lo largo de 30 años. Un aspecto crítico relacionado es que, por ahora, los aliados de EEUU en la región carecen de esa capacidad.
Aun así, cabría esperar que esa flota tan infradimensionada tuviese que soportar una carga muy pesada en caso de conflicto. Los submarinos estadounidenses se encargarían de dar caza a portaaviones y efectivos de combate en superficie como los buques anfibios que atraviesen el estrecho, llevar a cabo ataques contra distintos objetivos en tierra, seguir el rastro de los submarinos estratégicos chinos con misiles balísticos y hundir los submarinos enemigos. Los que agoten sus armas tendrían que volver a puerto a reabastecerse, por lo que quedarían fuera de combate durante un tiempo. A pesar de la superioridad táctica, las pérdidas serían inevitables.
Habida cuenta de la enorme demanda de submarinos, las aportaciones aliadas en forma de submarinos de propulsión nuclear servirían para compensar sobremanera la carga operativa. Es cierto que las fuerzas armadas de Japón cuentan con una flota de submarinos modernos que tendrían un papel importante en caso de que estallase un conflicto relacionado con Taiwán, pero sus submarinos de propulsión diésel carecen de cualidades como la resistencia que poseen los submarinos nucleares. En ese sentido, los submarinos de ataque europeos aportarían flexibilidad y opciones –aparte del aspecto meramente cuantitativo– a la campaña de la coalición.
En segundo lugar, como ya se ha mencionado, una guerra por Taiwán podría propagarse con rapidez al océano Índico. En vista de la disminución de efectivos, no está claro hasta qué punto podría lidiar el Ejército estadounidense con un frente secundario en el que China optase por emplear sus fuerzas marítimas expedicionarias a modo de distracción. Además, los responsables estadounidenses de la toma de decisiones no han tenido que pensar en serio en librar una guerra en distintos escenarios simultáneos desde el apogeo de la Guerra Fría, y parece poco probable que hayan refrescado esas habilidades ahora atrofiadas que tan necesarias resultan para combatir en un conflicto global contra un rival de un nivel parejo. En resumen, EEUU podría necesitar toda la ayuda posible en el ámbito submarino.
Si se desplegasen los submarinos europeos en la región del Indo-Pacífico en el contexto de un gran conflicto convencional, podrían servir para defender el perímetro amplio a lo largo de las líneas exteriores del primer archipiélago. Podrían mantener abiertas las rutas de acceso al teatro de operaciones para EEUU y las fuerzas aliadas y, al mismo tiempo, encapsular a la armada china dentro de los confines de ese primer archipiélago. En su condición de centinelas, los submarinos europeos podrían interceptar a las fuerzas submarinas y de superficie chinas que intentasen salir del mar de la China Meridional a través del estrecho de Malaca al oeste, el estrecho de Luzón al este y todos los puntos intermedios.
Los submarinos de ataque también podrían jugar a la ofensiva. Los submarinos nucleares europeos, armados con misiles de crucero para ataques terrestres de largo alcance, podrían atacar objetivos chinos como las bases en el mar de la China Meridional desde una distancia segura. Con la intención de neutralizar los intentos de China de abrir un nuevo frente a modo de distracción, los submarinos podrían cortar las líneas de comunicación entre las fuerzas expedicionarias chinas en el océano Índico y sus bases en el continente, con lo que perderían la posibilidad de contar con refuerzos y reabastecimientos. Asimismo, podrían poner en riesgo el acceso y uso por parte de China de las vías marítimas críticas que tan esenciales resultan para alimentar su motor económico. De hecho, esas amenazas irían dirigidas a aprovechar el miedo psicológico profundamente arraigado en China de que el país quede aislado de los mares.
Algunas de estas misiones potenciales, como por ejemplo la represión del enemigo a lo largo de una vasta extensión del océano Índico, requerirían de mucho capital y de una masa crítica específica para llevarse a cabo. En ese sentido, la aportación de Europa dependería del número de buques de ataque que pudiera desplegar de forma realista en el Indo-Pacífico. Asumamos que las armadas europeas presenten un coeficiente de disponibilidad de cuatro a uno, es decir, que el ciclo rutinario de despliegue, acondicionamiento avanzado y las tareas de puesta a punto requieran de cuatro submarinos para mantener uno listo para la acción en cualquier momento. Asumamos también que los submarinos que se encuentren inmersos en ejercicios, entrenamientos o inspecciones se podrían poner en marcha en caso de emergencia. En ese caso, una flota conjunta anglofrancesa podría desplazar, en teoría, entre tres y cuatro submarinos nucleares de ataque a aguas asiáticas en tiempo de guerra.
Podría parecer una contribución escasa que no serviría para decantar la balanza de la correlación de fuerzas, pero son varias las opciones que respaldarían el valor operativo de los submarinos nucleares europeos. En primer lugar, estos buques de ataque podrían combatir junto a las flotas de superficie para limpiar los mares de amenazas. Los buques de guerra europeos actuales y futuros también podrían combinar su potencia de fuego con la participación de fuerzas submarinas para lanzar salvas de misiles de crucero contra objetivos terrestres. De hecho, ya existe un precedente: el HMS Triumph, un submarino de propulsión nuclear de la clase Trafalgar, su sumó a los dos destructores, dos submarinos de ataque rápido y un submarino armado con misiles de crucero de la Marina estadounidense para disparar más de 120 misiles destinados a acabar con las defensas antiaéreas integradas de Libia durante la operación Amanecer de la Odisea en 2011.
En segundo lugar, los submarinos nucleares británicos y franceses podrían complementarse con submarinos cazadores de propulsión diésel e independiente del aire que se encuentren en servicio en otras armadas europeas. Pese a ser menos versátiles que sus hermanos nucleares, la demanda de este tipo de buques por parte de otras armadas oceánicas indica que serían relevantes desde el punto de vista táctico en lugares como el océano Índico. De hecho, las armadas australiana, canadiense e india se están planteando –o se han planteado en el pasado– optar por los submarinos Scorpene franceses, los Type 214 alemanes y los S80 españoles. Para compensar el largo tránsito necesario para llegar hasta el teatro de operaciones asiático, estos submarinos podrían estacionarse de manera rotatoria en bases de Australia Occidental y en Diego García, donde existen instalaciones equipadas para darles servicio. De este modo, un grupo central de submarinos de ataque nucleares anglofranceses, acompañados de otros submarinos de ataque diésel y eléctricos europeos, podrían sumar los efectivos necesarios para marcar la diferencia en una eventual contienda bélica.
En tercer lugar, en la medida en que los números disponibles definiesen la misión, los submarinos europeos de propulsión nuclear podrían destinarse a la defensa de cuellos de botella geográficos como los presentes a lo largo y ancho del archipiélago indonesio. Un papel de centinela más sedentario aliviaría la exigencia de tener que echar más cascos al agua y podría resultar más adecuado para una pequeña flota de submarinos de propulsión nuclear si se viesen obligados a combatir sin la ayuda de otros contingentes. En este sentido, unos pocos sistemas sofisticados podrían tener un efecto desmesurado en las elucubraciones y los cálculos de los enemigos al disuadirlos desde el principio de asumir determinados riesgos. El miedo a sufrir una emboscada por parte de los submarinos europeos que estuviesen al acecho podría persuadir a la marina china de no transitar por ciertos estrechos o de optar por largos rodeos.
Sea cual sea la función que puedan desempeñar los submarinos británicos y franceses de propulsión nuclear, desde la defensa de un perímetro hasta los ataques en tierra, lo cierto es que ayudarían a mejorar el reparto de la carga bélica entre los aliados. Podrían mitigar o neutralizar algunas amenazas que, de no ser abordadas, distraerían e inmovilizarían recursos estadounidenses escasos. Dicho de otro modo, los buques europeos permitirían que EEUU concentrase sus esfuerzos en el enfrentamiento principal en las inmediaciones de Taiwán o en misiones prioritarias en otras regiones. Si el Ejército estadounidense estuviese volcado al máximo en el frente central alrededor de Taiwán, una de las contribuciones más encomiables que podría hacer Europa en el contexto de este esfuerzo bélico hipotético sería reducir la necesidad de hacer dolorosas concesiones entre distintos escenarios y subescenarios geográficos.
6. Seguir la lógica
A pesar de que existe una lógica estratégica y operativa para que Europa efectúe una aportación significativa en caso de guerra por Taiwán, el traslado de recursos escasos como los submarinos de propulsión nuclear sería una empresa destacable que exigiría mucha previsión y buenos preparativos. Los planificadores de la defensa tendrían que hacer cálculos sobre el nivel de riesgo aceptable en el propio frente en caso de enviar los submarinos a Asia. Al fin y al cabo, Rusia sigue contando con una formidable fuerza submarina a la que Europa tendría que enfrentarse, sobre todo si Moscú decidiese aprovechar la oportunidad de que la gran potencia norteamericana estuviese enfrascada en combates a gran escala en Asia.
Los acuerdos y convenios de acceso con socios y aliados se tendrían que formalizar antes de que se produjese una crisis o estallase una guerra. De hecho, el despliegue rutinario de submarinos en tiempos de paz en el Indo-Pacífico podría contribuir a reforzar la disuasión. Europa tendría que destinar capital intelectual a, entre otras cosas, el desarrollo de conceptos de operaciones, funciones y misiones, una división adecuada del trabajo, la interoperabilidad con las fuerzas submarinas aliadas o la gestión del espacio marítimo para evitar accidentes fratricidas entre submarinos aliados que operen en zonas próximas. Si Europa se decantase por esta lógica, tendría que ponerse manos a la obra desde ya mismo.
(*) Traducción al español del artículo en inglés publicado en War on the Rocks titulado ‘‘Can Europe Fight for Taiwan?‘‘, del 8 de enero de 2025.