Mientras la guerra en Bosnia –misión de paz en terminología voluntarista- tenía lugar, las milicias serbo-bosnias que cercaban Sarajevo desencadenaban periódicamente una oleada de disparos que causaban víctimas entre la población civil y vergüenza entre los militares de la Fuerza de Protección de Naciones Unidas (UNPROFOR) que no podían intervenir debido al sistema de doble llave que dejaba en manos del Representante Especial de Naciones Unidas la decisión de usar la fuerza que le proponían los responsables militares.
Uno de aquellos días, las autoridades militares alertaron del bombardeo y solicitaron al mando civil de Naciones Unidas instrucciones sobre qué tenían que hacer. El mando civil, receloso de emplear su llave, se tomó su tiempo para decidir mientras los proyectiles y las personas caían como moscas en Sarajevo. Después de muchas horas y bastantes muertos, el Representante Especial del Secretario General de Naciones Unidas descolgó el teléfono, marcó el número del mando militar y enérgicamente le espetó: Please general, do something!
Desde entonces, esta frase: hacer algo, ha pasado a reflejar uno de los síndromes más presentes entre quienes tienen que decidir o recomendar el uso de la fuerza. Consiste en pedirle a los mandos militares una acción cuyo objetivo final no está muy claro –no se sabe lo que hay que hacer- disociándose de la responsabilidad de la ejecución. El síndrome está asociado a la falta de un análisis riguroso de la situación, los costes y las consecuencias de una acción militar, y lo pueden padecer tanto los gobiernos como sus opiniones públicas, especialmente aquellas que no conocen las contraindicaciones de las recetas militares a problemas de amplio espectro. Ante la emergencia de un enésimo conflicto armado en nuestras proximidades, aquellos que se niegan habitualmente a invertir dinero y recursos humanos para desmovilizar sus causas profundas, a “gastar” dinero en capacidades militares o a emplear la fuerza para responder al uso indiscriminado de la misma, no dudarán en aliviar su mala conciencia proponiendo rápidamente que se haga algo. Presionados para intervenir, los gobiernos deberían estudiar cuidadosamente los costes y oportunidades de su intervención y de su abstención, pero a veces las opiniones públicas y los aliados influyentes pesan más y se toma la decisión de hacer algo antes de estudiar qué hacer.
Como resultado, a veces se ordenan intervenciones militares sin estrategias de entrada o de salida bien calculadas. Sin saber cuál es el estado final deseado y sin querer asumir los riesgos y costes que precisan. Son, precisamente, los responsables militares quienes tienen que casar los recursos con los objetivos en sus análisis de riesgos y cuando aquellos no casan tienen la obligación de ponerlo en conocimiento de sus gobiernos para que reduzcan el nivel de ambición o aumenten los recursos asignados a una misión. Algunas veces los gobiernos son receptivos a las sugerencias y rectifican pero a veces la respuesta vuelve a ser la que ya conocen…
P.D. (si no la adivinan pueden pedirle pistas al general McChrystal)