La crisis del euro, además de dividir a los países europeos, se está convirtiendo en una pesadilla para los ciudadanos. En los países del sur la pertenencia a la moneda única implica austeridad, recortes y convulsión social. En los del norte, ser parte del euro supone aceptar una solidaridad impuesta. Y, como bien han mostrado las elecciones europeas, los partidos con una postura crítica ante la moneda única han subido como la espuma en casi todos los países.
Por ello resultan tan sorprendentes (e interesantes) los datos del último informe de tendencias de opinión publicado por el Pew Research Center, que indican, además de otras muchas otras cosas, que el apoyo al euro sigue siendo muy alto.
Ante la pregunta de si prefieren volver a las monedas nacionales o mantenerse en el euro, el 72% de los alemanes, el 69% de los griegos, el 68% de los españoles y el 64% de los franceses prefieren mantener la moneda única. La gran excepción es Italia, donde el apoyo al euro es sólo del 45%.
La confianza en el euro en Alemania no es sorprendente. El país ha sorteado la crisis con relativa comodidad y, además, su poder ha aumentado de forma espectacular desde la creación de la moneda única, especialmente a raíz de la crisis que comenzó en 2010. Para su sector industrial exportador, que es la columna vertebral de su economía, el euro ha sido una bendición porque ha puesto fin a décadas de devaluaciones por parte de sus socios comerciales del sur. Además, en la última década, las empresas han ampliado sus mercados hacia Asia.
Más sorprendente es el apoyo en Grecia, cuyo PIB se ha contraído casi un 25% desde el inicio de la crisis y cuya población ha sufrido ajustes sin precedentes. Y algo parecido podría decirse de España, donde, aun estando muy lejos de los ajustes griegos, se ha producido un importantísimo aumento del desempleo y existe una fuerte contestación a las políticas de austeridad, que se identifican mayoritariamente con Bruselas, Berlín y Frankfort. En estos casos la explicación más plausible para el apoyo ciudadano a la moneda única es el miedo al caos que generaría una salida del euro. Aunque tampoco hay que descartar que los ciudadanos consideren al euro como una garantía externa para que sus países sigan políticas “responsables” en un momento en el que la valoración de sus políticos nacionales ha caído en picado.
Es interesante ver como en Francia el apoyo al euro es menor de lo que cabría esperar, habida cuenta de que fue desde París desde donde se convenció a Alemania para que aceptara la moneda común tras la reunificación de 1989, justamente como un modo de europeizar a la nueva gran Alemania. En la medida en que los avances en la gobernanza del euro están llevando tanto a una alemanización de las políticas económicas europeas (incluso en Francia) como a dar pasos hacia una zona euro más integrada y con mayores poderes en Bruselas (y menos en las capitales nacionales), la opinión pública francesa, que siempre ha querido que la UE fuera una Francia ampliada, se siente cada vez más incómoda y podrían estar comenzando a percibir que más Europa implica menos Francia, sentimiento que ha catapultado el voto anti europeísta del Frente Nacional.
El caso de Italia es el más difícil de explicar, sobre todo por el colapso del apoyo al euro en tan solo un año. Pareciera que el debate público está dominado por las versiones antieuropeistas de Grillo y Berlusconi, que habrían contribuido a un sentimiento nacionalista y anti europeo que no se había hecho visible en el pasado. Es posible que estos datos para Italia sean coyunturales. De no serlo, serían preocupantes, ya que si Italia saliera del euro nadie podría asegurar que la moneda única pudiera sobrevivir.