El 4 de junio se cumple el 25 aniversario de la represión del movimiento de la plaza de Tiananmen, que sacudió China en la primavera de 1989. Aunque no cabe duda de que su relevancia ha tendido a exagerarse fuera de China, es la protesta más masiva a la que ha tenido que hacer frente el Partido Comunista Chino durante el período reformista, iniciado a finales de los años 70 del siglo pasado. Esta efeméride nos brinda una excelente oportunidad para reflexionar sobre la naturaleza de este movimiento, frecuentemente mal interpretado, y sobre las perspectivas de cambio político en China.
¿Qué pasó en 1989?
Entre mediados de abril y principios de junio de 1989 se sucedieron por ciudades de toda China protestas contra los resultados de las reformas que estaba implementando el gobierno. El epicentro del movimiento fue la plaza de Tiananmen, en Pekín, ocupada durante semanas por los manifestantes, en su mayoría estudiantes, que clamaban contra la corrupción, el deterioro de las condiciones de vida y la falta de libertad de prensa y de expresión.
Fuera de China tiende a idealizarse el movimiento de Tiananmen, que es representado generalmente como un intento de establecer un régimen democrático en China. El gobierno chino, por el contrario, lo demoniza y lo condena como un levantamiento antirrevolucionario incitado desde el extranjero, sobre el que ha prohibido cualquier forma de discusión y conmemoración. Como de costumbre, la realidad es bastante más compleja y se aleja de este tipo de visiones maniqueas.
No fue un alzamiento planificado, sino una revuelta espontánea, heterogénea y bastante desorganizada, que aspiraba a reformar el sistema de gobierno existente, no a sustituirlo por otro. En un contexto de desaceleración económica, alta inflación, desmantelamiento de los servicios públicos y corrupción galopante, los estudiantes chinos miraban con anhelo a los cambios que se estaban fraguando en la Unión Soviética y se preguntaban: ¿dónde está el Gorbachov chino?
Durante las primeras semanas, la actitud constructiva de los manifestantes chocó con la intransigencia de las autoridades, plasmada de forma especialmente palmaria en un editorial del Diario del Pueblo el 26 de abril y en la imposición de la ley marcial el 20 de mayo. Esto radicalizó a los estudiantes hasta el punto de hacer ingobernable el movimiento, lo que acabó con cualquier posibilidad de entendimiento entre las partes. Una de las líderes estudiantiles más influyentes comentaba pocos días antes de la supresión violenta de las protestas que el objetivo de los estudiantes debía ser provocar una matanza por parte de las autoridades. Solo así se podría detonar un levantamiento popular masivo que acabase con el régimen.
La matanza finalmente se produjo en la noche del 3 al 4 de junio cuando la cúpula del partido movilizó al ejército para aplastar la revuelta en Pekín. En los días y semanas siguientes se sucedieron los arrestos, los juicios sumarios e incluso las ejecuciones. Aunque no existen datos concluyentes, el número de víctimas civiles fue de, al menos, 218, y el de detenidos de unos 1.600.
A pesar de los augurios de numerosos expertos, del levantamiento popular masivo, ni rastro. El Partido Comunista Chino fue uno de los cinco partidos comunistas que consiguieron mantenerse al frente de un régimen de partido-Estado tras la crisis global del comunismo entre 1989 y 1992.
¿Qué impacto tiene actualmente el movimiento de 1989?
Entre las figuras más prominentes que participaron en el movimiento, ya fuesen estudiantes, trabajadores o intelectuales, algunos tan conocidos internacionalmente como Liu Xiaobo, se extiende una valoración bastante crítica del mismo. En retrospectiva lo perciben como un movimiento romántico, voluntarista, bienintencionado, pero demasiado emocional, irracional e irresponsable. Puede decirse que entre los disidentes chinos se ha impuesto una interpretación trágica, que expresa con especial precisión Han Dongfang, uno de los sindicalistas más activos durante las protestas. Para Han el movimiento era como una fruta que aún no estaba madura:
“La gente tenía tanta hambre que cuando descubrieron esta fruta se abalanzaron sobre ella y se la tragaron entera. Esto les produjo un fuerte dolor de estómago y un gusto amargo en la boca. ¿Debían haberse comido la fruta? Podría decirse que no, pero tenían tanta hambre… También podría decirse que sí, pero comieron algo que estaba verde, que no era comestible”.
Esto no es óbice para que sigan criticando la brutal represión que sufrieron y utilizando el movimiento de 1989 como un símbolo a favor de un proceso de liberalización política en China. Uno de los grupo más activos al respecto es el de las Madres de Tiananmen, que demandan una profunda reevaluación oficial de los hechos.
Más allá de Hong Kong, cuya población apoyó activamente al movimiento de Tiananmen, y dónde todavía se celebran vigilias multitudinarias para rememorarlo, el desconocimiento y la indiferencia son las reacciones más frecuentes entre la población china a la hora de analizar las protestas de hace 25 años. Especialmente significativa es la falta de conexión entre los universitarios chinos de hoy con las movilizaciones estudiantiles de entonces. A lo largo del siglo XX los estudiantes chinos han tomado las calles en numerosas ocasiones para ponerse al frente de las protestas sociales, pues sentían que esa era su responsabilidad para salvar su país, independientemente del coste personal que esto pudiese acarrearles. Hoy en día es evidente que los jóvenes chinos están bastante apolitizados y esto, más allá de los ingentes esfuerzos del régimen por desmovilizar a la población, se debe a que no consideran que su país necesite ser salvado.
Por el contrario, de puertas para afuera, la cruenta represión de las protestas sigue pasando factura al régimen, ya sea como un lastre para la imagen internacional de China o como detonante de un embargo de armas por parte de la UE y EEUU que todavía sigue vigente. Puede decirse por tanto que, salvo en Hong Kong, la influencia actual de estos trágicos sucesos es mucho mayor a nivel internacional que a nivel interno.
¿Qué perspectivas de cambio político hay en China?
Una de las principales enseñanzas que extrajeron las autoridades chinas del movimiento de Tiananmen fue que no era suficiente con apelar al desarrollo económico para mantenerse en el poder. En la segunda mitad de la década de los 80, los dirigentes chinos descubrieron por experiencia propia que ningún gobierno tiene la receta para garantizar un rápido e ininterrumpido crecimiento económico. Esto hacía imprescindible buscar fuentes alternativas de legitimidad para consolidar su mandato en un contexto económico poco propicio. Como no estaban dispuestos a instaurar un régimen democrático, decidieron recurrir al nacionalismo.
El Partido Comunista Chino se presenta a sí mismo como la única fuerza política capaz de desarrollar China y convertirla de nuevo en una gran potencia internacional, rechazando, por tanto, la idea de que la reforma económica y el fin del sistema de partido-Estado tenían que ir de la mano. Este discurso oficial, que considera el mantenimiento de un gobierno fuerte como un requisito imprescindible para asegurar la unidad del país y el orden social necesarios para culminar la modernización de China, ha conseguido convertirse en predominante entre la población. La difusión de esta postura oficialista se vio espoleada por la espectacular recuperación de la economía china y los devastadores efectos económicos y políticos de la súbita liberalización política y económica experimentada por la Unión Soviética y Yugoslavia.
En otras palabras, no es probable que haya importantes reformas políticas a corto plazo, pues no existe una demanda significativa de las mismas ni dentro ni fuera del régimen. A pesar de mostrarse muy crítica con muchos aspectos del régimen, el grueso de la población china no considera que sea conveniente reemplazarlo por otro. Podemos decir, por tanto, que la democratización de China es un asunto que preocupa mucho más fuera de sus fronteras que dentro.
¿Cuáles son los escenarios más probables?
Dada la situación actual, sólo una profunda crisis económica o internacional, que minase alguna de las fuentes de legitimidad del régimen, podría propiciar a corto plazo el fin del monopolio del Partido Comunista Chino sobre el poder político. Esto no garantizaría ni mucho menos el establecimiento de un régimen democrático. Es más, en el primer caso lo más factible sería un régimen populista, que prometiese mejorar el nivel de vida de la población, y en el segundo una dictadura militar dispuesta a enarbolar la bandera del nacionalismo chino.
Pero dejando de lado estos escenarios improbables, si el Partido Comunista Chino consigue mantener un nivel de desarrollo económico aceptable y la integridad territorial de China, lo más seguro es que asistamos, sino estamos asistiendo ya, a un proceso de liberalización política progresivo. Las autoridades chinas son conscientes de que la sociedad es dinámica y que para mantenerse en el poder debe adaptarse a dichos cambios, como han venido haciendo en las últimas décadas. Varios centros de pensamiento gubernamentales están trabajando en este tema y en cómo podría seguir gobernando el partido en diferentes contextos socioeconómicos. A medida que va aumentado su nivel de vida, la población china se vuelve más exigente con sus líderes y no se conforma con un gobierno paternalista, que se limite a cubrir sus necesidades socioeconómicas, sino que también quiere disfrutar de mayores libertades civiles y derechos políticos. El porcentaje de población que ha dado este salto del materialismo al post-materialismo es aún muy limitado y, dadas las dimensiones geográficas y demográficas de China, así como sus profundas desigualdades, este será un proceso lento. Tampoco podemos dar por descontado que este régimen más liberal tenga que ser necesariamente democrático, pues podría ser un modelo tecnocrático, similar al vigente actualmente en Singapur. Otra opción sería que, al igual que ha sucedido en otras sociedades confucianas como la japonesa, la coreana o la taiwanesa, se llegara a implantar en China un régimen democrático. Sobre esta base, hay quien vislumbra incluso la posibilidad de que en pocas décadas el Partido Nacionalista Chino pueda llegar a competir electoralmente con el Partido Comunista Chino en una China unificada.
En cualquier caso, como no tenemos una bola de cristal que nos permita confirmar cuál será el futuro de China, sólo nos queda esperar que sea elegido libremente por los ciudadanos chinos. Para que esto sea así tendrán que cumplirse dos requisitos. Por un lado, las autoridades chinas tendrán que aceptar la posibilidad de que la sociedad les demande un cambio de régimen que no garantice la perpetuación del Partido Comunista Chino en el poder. Por otro, Occidente debe asumir la hipótesis de que el pueblo chino pueda querer un sistema de gobierno diferente al nuestro. ¿Estaremos todos a la altura de ese desafío?