“Francia está en guerra”, y los ataques terroristas coordinados en París han constituido un “acto de guerra” del Estado Islámico (ISIS o Daesh), según señaló ayer en Versalles, ante las dos cámaras reunidos en Congreso, el presidente francés François Hollande. Y efectivamente, estamos en una guerra, si bien nada convencional. Francia y otros países lo están contra Daesh en Irak y Siria y en partes de África, y la organización, que es terrorista y mucho más, también lo está contra toda una serie de enemigos. El frente es cambiante y global. En las últimas semanas, y con un número de víctimas civiles que alcanzan niveles bélicos, Daesh ha provocado atentados masivos en Ankara (un centenar de muertos) y en Beirut (40 muertos), la explosión de un avión ruso que volaba sobre el Sinai (224 muertos) y ahora otro ataque en París (tras los atentados de enero, además del frustrado en un tren de alta velocidad). Por desgracia hay que prever que haya mañanas.
Es grave, doloroso, y para muchos incomprensible. Pero no es una guerra existencial para Francia y los otros países atacados –desde luego no para EEUU–, como lo fuera la Guerra Fría, con su peligro de aniquilamiento nuclear, o la invasión nazi. No pone en jaque la existencia de Francia –sí la del Estado Islámico como Estado terrorista–, aunque puede afectar a nuestras esencias y a nuestro modo de vida, por el miedo y por la necesidad de defenderse, o por la manera de enfocar una construcción de Europa en la que el terrorismo yihadista vuelve a hacer renacer las fronteras, que de todas formas están resurgiendo de la mano del rechazo a los refugiados que huyen de ese mismo horror vivido en París pero que ellos viven a diario en Siria o Yemen, aunque entre los que huyen se puedan colar algunos de estos fanáticos. Hollande lo ha dicho con claridad: los atentados se planificaron en Siria, se organizaron en Bélgica y se ejecutaron en Francia. Y es grave que también figuraban, como en enero, jóvenes franceses educados en la escuela republicana, dispuestos a matar muriendo en nombre de su fe religiosa, que, cabe recordarlo, es minoritaria en el Islam. Pero estamos en un mundo en el que los pocos tienen mucha fuerza.
Los euroescépticos en ascenso han aprovechado lo ocurrido en París para pedir el cierre de las fronteras de sus países y poner fin no ya a la llegada de refugiados sino a toda inmigración. Konrad Szymanski, el ministro de Asuntos Europeos en el nuevo gobierno antieuropeo de Polonia, ha señalado que su país, que lo había aceptado a regañadientes, ahora rechazaría el cupo de refugiados que le tocaba (7.500). Otros, como el gobierno de Eslovaquia, siguen sus pasos. Incluso Nicolas Sarkozy ha echado gasolina al fuego al reclamar, en vez de la unidad, un cambio en la política exterior y de seguridad de Francia. Y del otro lado del Atlántico, Donald Trump, aspirante a candidato republicano a la presidencia de EEUU, también ha aprovechado lo de París para rechazar la inmigración (en ese caso esencialmente latina).
Daesh es un movimiento apocalíptico. Quiere conquistar Oriente Medio, y otras partes del mundo, pero no Europa (aunque cuidado con las constantes alusiones, como al-Qaeda, a recuperar al-Ándalus). Aquí se trata, como ha dicho Daesh en su comunicado reivindicativo, de que sigamos –todos somos franceses estos días– “oliendo el olor de la muerte por haber estado a la cabeza de la cruzada, haber osado insultar al profeta, haberse vanagloriado por combatir el islam en Francia y golpear a los musulmanes en tierras del califato con sus aviones que no les han servido de nada en las calles malolientes de París”. Anuncian “el principio de la tormenta” y que “sentiréis miedo de ir al mercado”. Se trata de vencer a la voluntad de los que les atacan por medio del terror, del horror. Es una guerra asimétrica y terrorista –Hollande ha hablado de “terrorismo de guerra”– que no usa la fuerza para forzar una negociación, mientras que sus oponentes dejan de hablar de “contener” para pasar a “aniquilar” a Daesh. Las frases, comprensibles, de todos los dirigentes sensatos estos días de que llevarán a los culpables ante la justicia, suenan a hueco ante estos suicidas que no es que sean irracionales con su fanatismo, es que no siguen la nuestra.
Daesh, como también al-Qaeda y la miríada de grupos radicales violentos con una u otra marca, son en parte producto de los errores estratégicos de Occidente en Afganistán tras la invasión soviética, en Irak, en Siria, en Libia, etc. De guerras empezadas pero no acabadas. El Estado Islámico se forjó, cabe recordarlo, entre ex funcionarios y militares del régimen de Sadam Hussein en las cárceles del Irak ocupado tras la destrucción del Estado que supuso la invasión norteamericana junto a algunos aliados. Esto no justifica el terrorismo. Más se trata de intentar comprenderlo, aunque sólo sea para diseñar la estrategia en su contra. Pues como no hace mucho señaló un alto mando militar norteamericano, no sólo “no hemos derrotado a Daesh”, sino que “no entendemos siquiera la idea”. Y Daesh es sólo una parte, ahora la más importante, de este yihadismo.
En todo caso, y pese al regreso de las fronteras y los muros, queda demostrado que lo de fuera y lo de dentro están íntimamente ligados, que no se puede pretender que el frente esté allí lejos, en Siria o en Irak, y que la situación se vaya a resolver meramente con bombardeos, menos aún si son esencialmente occidentales o rusos, pues nos acaba rebotando. Estos bombardeos ni siquiera han logrado parar el tráfico de petróleo, y dinero, desde los territorios ocupados por Daesh. Ayer, por primera vez, bombardeos de EEUU alcanzaron unos de esos camiones.
Pese a algunos éxitos, se está poniendo de manifiesto el fracaso de la estrategia occidental, si alguna vez la hubo, frente a Daesh. Es verdad que no es fácil diseñarla. Pero una semana antes de los atentados de París el presidente Obama, supuestamente la persona mejor informada en el mundo, afirmaba que Daesh “no está ganando fuerza” y que se estaba logrando “contener” el movimiento. Es necesario hacer mucho más, o acciones muy diferentes, lo que implica una coordinación con Rusia –lo de París puede propiciar un acercamiento entre Obama y Putin– y un cierto entendimiento, muy difícil de lograr, pero esencial, entre Irán y Arabia Saudí. Resolver Siria segaría la hierba bajo los pies de Daesh. En las negociaciones de Viena ha habido un avance para una transición en Siria, pero sigue sin haber acuerdo sobre el papel de al-Assad. Y si Daesh plantea una amenaza a Occidente, aún mayor es la que plantea a los países y sociedades árabes y musulmanas. Esto no se resolverá si éstas no se implican a fondo.
Es significativo que Hollande no haya apelado a la solidaridad del artículo 5 de la OTAN, que hubiera imposibilitado la participación de Rusia e Irán en una gran coalición contra Daesh, sino del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y, por primera vez, de la activación del artículo 42.7 del Tratado de la UE, según el cual
“si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance”.
Al final la solución, allí y aquí en nuestras propias sociedades, llegará no sólo con las armas, necesarias pero no suficientes, sino ganando corazones y mentes. Esta no es sólo una guerra militar, es también una guerra de ideas. Los occidentales, aunque pueden ayudar en Oriente Medio y aunque los drones de EEUU hayan podido acabar con “John el Yihadista”, el verdugo de rehenes, y con otros dirigentes del Estado Islámico, ya no pueden imponer su voluntad en la región. Y en la propia Europa se necesita mucha más coordinación de información y operación entre países. Los yihadistas, muchos de ellos nacionales de Estados de la UE, sí que se coordinan, como va poniendo de manifiesto la investigación en curso sobre los atentados de París.
Estamos ante una escalada en esta guerra. En lo militar, en respuesta a la de Daesh con los atentados en París, Francia ha lanzado ataques contra Raqqa, en Siria, bastión del movimiento, e irá a más, en coordinación con EEUU y otros. Pero es una escalada asimétrica.
Christopher Coker, catedrático de la London School of Economics, acaba de publicar un interesante libro sobre La guerra futura (Future War, Polity Press, 2015), en el que ve un cierto paralelismo entre este yihadismo del siglo XXI y lo que fue el anarquismo violento a principios del siglo XX. Pero sobre todo recuerda algo que ya Clausewitz apuntaba, y es que la guerra “sirve un propósito: solidifica grupos y los hace más exitosos en competencia con otros”. Y mientras los occidentales, añade Coker, confiamos en algoritmos de computadoras para combatir a distancia y sin peligro, otros, como Daesh, “pueden seguir queriendo morir como mártires de su fe”, como están demostrando. Para Daesh, los ataques de París y los otros son una forma de reforzar su atractivo entre sus seguidores, y seguramente contaba con la escalada, con atraer aún más a los que llama “los cruzados” a aquellas tierras para desencadenar lo que ellos ven como el apocalipsis. Aunque en realidad no quieran una plena intervención por tierra.
Daesh y otros movimientos yihadistas con su barbarie (que es una forma perversa de modernidad) plantean una amenaza a la esencia de Europa, de sus sociedades abiertas y tolerantes. Hay que hacer lo posible para acabar con el Estado Islámico, pero sin caer en sus propias trampas y sin dejar nuestras esencias en el empeño, pues de otro modo habremos perdido.