Se suele afirmar con frecuencia que la causa principal de las difíciles relaciones de Rusia con Europa y EEUU es que los occidentales no comprenden a los rusos. También acostumbra a decirse que no se puede identificar a Rusia con Putin, aunque no es menos cierto que Putin es un gobernante ruso típico, envuelto en los distintivos de la Historia y del nacionalismo. Para comprender a los rusos, vamos a hacer el ejercicio de imaginar lo que sus gobernantes nos dirían sin miramientos.
Al igual que cualquier otro líder de las potencias emergentes, el presidente ruso podría afirmar “todos somos hegelianos”. Si vosotros habéis olvidado, en nombre de la estabilidad político-social y el bienestar económico, vuestra historia, nosotros no lo hemos hecho. La Historia sirve para movilizar a nuestro pueblo, algo que la pospolítica europea es incapaz de hacer.
Vosotros decís valorar la armonización de sistemas políticos y económicos como fundamento de la paz y la seguridad en Europa. Decís creer en un mundo liberal, democrático y kantiano. En cambio, nosotros escribimos Historia con mayúscula, al modo hegeliano, y creemos en un Estado fuerte porque todo Estado débil conduce a la anarquía. En nuestra memoria sigue estando presente el período de los disturbios en Rusia, a comienzos del siglo XVII, finalizado con la llegada al poder de los Romanov en 1613. Y la presidencia de Yeltsin nos evoca ese período histórico. Somos, ante todo, nacionalistas, y Occidente no tiene derecho a decirnos como gobernar nuestro país, pues la situación de nuestro pueblo no es la misma que en los países occidentales. Si queréis entender nuestra política, leed al filósofo ruso Iván Ilyin (1883-1954), un crítico de los totalitarismos y de la “democracia formal”, un exiliado de la revolución que buscó una tercera vía. Putin hizo trasladar sus restos desde Suiza en 2005 y a veces le cita en los discursos.
Si comprendéis todo lo anterior, también entenderéis que el modelo de las relaciones entre Rusia y Occidente no puede ser el de Versalles, que en 1919 humilló a la Alemania vencida en la Gran Guerra, aunque vosotros llegarais a pensar que fuisteis los únicos vencedores de la guerra fría. Sabemos que tampoco podemos exigir el modelo de Yalta en 1945. No somos tan poderosos como Stalin, conquistador de media Europa, ni fomentamos una cruzada ideológica por el planeta. No predicamos los valores universales del comunismo sino nuestros intereses nacionales, que se construyeron al ritmo de la Historia, y no de tratados y acuerdos internacionales marcados por la coyuntura del momento. También vosotros, europeos y norteamericanos, tenéis vuestros intereses, y la mejor de defender los intereses mutuos son los acuerdos entre las grandes potencias. ¿Queréis un modelo de diplomacia para el siglo XXI? Fijaos en el Congreso de Viena, cuyo bicentenario acaba de cumplirse.
De Viena salió un orden internacional, que evitó guerras generalizadas en Europa durante un siglo, y en el que encontraron acomodo potencias con sistemas autocráticos (Austria, Prusia y Rusia) y potencias liberales o moderadas (Gran Bretaña y Francia). No es casual que Putin inaugurara en noviembre de 2014, cerca del Kremlin, un monumento al zar Alejandro I, uno de los principales protagonistas del Congreso de Viena. También estuvo presente Kyril, el patriarca de la iglesia ortodoxa. En aquella ceremonia, Putin alabó la obra del emperador ruso, estratega y diplomático de gran visión, y fundador de un sistema europeo de seguridad internacional. Subrayó el respeto mutuo de Alejandro por los intereses de los respectivos países, y a la vez añadió que aquel orden europeo se basaba además en valores morales. Probablemente estuviera también pensando en que la Rusia actual representa unos valores muy superiores a los de un Occidente inmoral y corrupto.
El Congreso de Viena otorgó a la Rusia zarista un estatus protagonista en el concierto europeo. En cambio, en la Posguerra Fría Occidente sólo ofreció a Moscú el Acta Fundacional para las relaciones Rusia-OTAN, y el Acuerdo de Colaboración y Cooperación entre Rusia y la UE. Tampoco es casual que ambos acuerdos fueran suscritos en 1997, durante la presidencia de Yeltsin. Demasiado poco para una Rusia que, en la época de Putin y mucho antes de la crisis de Ucrania, mostró ampliamente sus preferencias por los acuerdos económicos y políticos bilaterales.
¿Comprender a Rusia? El Congreso de Viena está asociado a conceptos como soberanismo, acomodo o concertación. No se asocia, como en el Acta de Helsinki, con los principios de respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, y de la libre determinación de los pueblos. El Acta Final del Congreso de Viena es, ante todo, un acuerdo entre las grandes potencias. Por el contrario, el Acta Final de Helsinki recoge entre sus principios la igualdad soberana, y los derechos inherentes a la soberanía, entre todos los Estados participantes de Europa y América del Norte.