A veces, a la espera de comprobar si Donald Trump termina ya su carrera política y en mitad de una pandemia que repunta inquietantemente, basta una mirada a vuelapluma del panorama internacional para confirmar que muchas cosas no van bien. Así:
Israel aprueba la construcción de unas 5.000 viviendas en la Cisjordania ocupada, confirmando, por si era necesario, que nunca ha estado en la cabeza de Benjamin Netanyahu cumplir la condición de poner fin a la anexión, que se supone que figura en los acuerdos de normalización que ha firmado con Emiratos Árabes Unidos (EAU) y con Bahréin. Queda claro que son acuerdos que nada tienen que ver con la paz, como vuelve a quedar de manifiesto en el caso de Sudán, al que Washington presiona sin disimulo para que también reconozca a Israel si quiere salir de la lista de países que promueven el terrorismo.
Líbano, en mitad de una crisis sin igual, conmemora el primer aniversario del arranque de una movilización ciudadana que demanda una reforma en profundidad de un modelo político profundamente corrupto e ineficiente. La mejor señal de que, incluso con el agravante de la explosión del pasado 4 de agosto en el puerto de Beirut, la clase política no ha logrado alumbrar una alternativa, es el hecho de Saad Hariri vuelva a aparecer como la solución para conformar un nuevo gobierno. Y en una línea similar queda por ver en qué desembocan las movilizaciones que tienen lugar, con desigual nivel de participación, en Bielorrusia, Irak, Hong Kong, Argelia, o Tailandia, entre otros.
Suecia anuncia su propósito de elevar el gasto en defensa un 40% en cinco años y duplicar el número de conscriptos que serán llamados a filas (de 4.000 a 8.000) ante la creciente percepción de amenaza que siente desde Rusia. Una Rusia que, además de hechos consumados como la toma de Crimea, lleva tiempo aumentando su presencia en aguas y espacios aéreos de los países bálticos, en un claro intento de aumentar el control de su “near abroad”. Y algo similar, en relación con China, ha llevado a Australia a anunciar su plan de aumento del presupuesto de defensa en un 40% para la próxima década. Todo ello mientras la pandemia parece demandar mayor atención presupuestaria.
Corea del Norte acaba de aprovechar el desfile militar que conmemora el 75º aniversario de la creación del Partido de los Trabajadores para presentar en sociedad el Pukguksong-4 (4-AQ), un SLBM de combustible sólido con un alcance estimado en más de 2.000km que le garantiza una capacidad de segundo golpe, y el Hwasong-16, un ICBM de combustible líquido con un alcance estimado en unos 13.000km (cubriendo, por tanto, todo el territorio continental estadounidense) y probablemente capaz de transportar múltiples cabezas nucleares. Y, entretanto, se difumina el marco regulador de la proliferación de armas nucleares y, en apenas cuatro meses, el START III dejará de estar vigente, sin que ni Moscú ni Washington parezcan muy interesados en renovarlo.
Irán vuelve a poder comprar y vender armas trece años después de un embargo que, en todo caso, la Unión Europea parece dispuesta a mantener en la práctica. Un hecho que pone de relieve tanto el deterioro acumulado por EEUU al intentar prolongarlo (solo República Dominicana apoyó la idea estadounidense en el Consejo de Seguridad), como el temor a que ahora Teherán pueda aumentar aún más su apuesta militarista con el apoyo chino y/o ruso.
En Francia se registra un nuevo atentado de perfil yihadista con el asesinato del profesor Samuel Paty, ferviente defensor de la libertad de expresión, poniendo de manifiesto que, un año después de la eliminación de Abubaker al-Bagdadi, tanto Daesh como al-Qaeda siguen manteniendo una notable capacidad operativa a través tanto de sus diferentes franquicias y grupos asociados como de individuos y grupúsculos que se siente inspirados por una extremista visión del islam.
El Alto Karabaj, por si no hubiera ya suficientes, vuelve a asomarse a lista de conflictos activos, con abierta participación de actores externos como Israel y Turquía (principales suministradores de armas a Bakú), junto a Rusia (que procura mantener relaciones con ambas capitales). Como en tantos otros conflictos y crisis olvidadas –sean la que afecta a los rohinyá o las de Ucrania, Yemen, Siria y muchas otras– se vuelve a echar de menos un marco de relaciones internacionales volcado en la diplomacia preventiva y en la atención a las causas estructurales que alimentan los estallidos generalizados de violencia.
México trata de digerir que la DEA estadounidense haya ordenado la detención de Salvador Cienfuegos, todo un ministro de defensa de la época del presidente Enrique Peña Nieto, acusado de cuatro cargos de narcotráfico. No es solo un ejemplo más de la penetración del narcotráfico en las más altas esferas de las instituciones mexicanas, sino también la señal clara de que el problema ya no es solo de orden público, sino también de seguridad nacional.
Afganistán sigue sumido en un ciclo de violencia que no cesa, con los talibanes empeñados en demostrar que Washington ha sido derrotado y que el gobierno de Kabul no tiene capacidad para frenar sus aspiraciones de volver al poder. La explosión de un coche bomba en Feroz Koh (capital de la provincia occidental de Ghor), con más de una decena de muertos y un centenar de heridos, es solo un ejemplo más de lo que ha seguido sucediendo a pesar de las negociaciones intra afganas.
Por su parte, también se hace visible el aumento de la tensión entre las grandes potencias, sea entre China e India –en su frontera común en el Himalaya–, o entre EEUU y China- principalmente en los mares del sur y del este de China.
Y lo peor es que, a pesar de estas y tantas otras señales, la ONU ha terminado su asamblea anual sin pena ni gloria, desaprovechando su 75º aniversario para llevar a cabo una reforma que le permita cumplir el papel para el que fue creada. Por mucho que, a primera vista, parezcan sobrados sus 49.000 millones de dólares de presupuesto anual –contando 33 agencias y las operaciones de paz–, está claro que, además de la falta de recursos (sobre todo si se los compara con los 1,917 billones de dólares que suman los presupuestos de defensa a nivel mundial), lo fundamental es que no existe una voluntad política entre sus 193 miembros para darle el protagonismo que le corresponde en la búsqueda de la paz.