En un mundo en el que los datos parecen importar cada vez menos, ante la fuerza de las maquinarias mediáticas puestas al servicio de proyectos delirantes que prefieren jugar con las emociones y las creencias, conviene volver a ellos para desmontar planes como el que la administración Trump está perfilando para Palestina y los palestinos.
Por una parte, no es posible olvidar que Gaza es, literalmente, la mayor prisión del planeta, en la que Israel (con la colaboración del régimen golpista egipcio) confina a más de 1,8 millones de personas. La Franja tiene los días contados, en la medida en que los escasos acuíferos existentes están agotados y las aguas residuales están a punto de desbordarse y crear una situación de salud pública insostenible. Todo ello mientras cualquier cifra sobre desempleo queda superada de inmediato por una realidad que Israel impone y que ninguna autoridad local (sea Hamas o la Autoridad Palestina) puede contrarrestar, al tiempo que las diarias operaciones de castigo y las violaciones del derecho internacional llevadas a cabo por la potencia ocupante incrementan sin freno la desesperación de los gazatíes y disparan las opciones violentas en represalia.
Por otra, la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina en Oriente Medio) vive una situación de déficit estructural que no hace más que agravarse con el paso de los años (ya por encima de los cien millones a mediados de 2017), lo que pone en cuestión su capacidad para prestar servicios básicos a los ya más de 5,4 millones de refugiados palestinos en sus cinco zonas de actividad (Jordania, Líbano, Siria y el Territorio Ocupado Palestino de Gaza y Cisjordania). Y eso es así porque, como es sabido, la Agencia se nutre de las aportaciones voluntarias de los países miembros de la ONU y estas no hacen más que reducirse paso a paso. Con un presupuesto global que ya queda por debajo de los 1.000 millones de dólares (de 1.453 en 2016 se ha pasado a una previsión de 964 para 2017), se ha llegado al punto en el que no basta con cerrar programas, sino que sus responsables se enfrentan a la peliaguda tarea de debatir sobre si todavía es posible elevar más el número de alumnos por clase (en torno a los cincuenta actualmente) o si es menos grave reducir el número de beneficiarios de ayuda alimentaria para mantener un nivel aceptable de calorías diarias para cada uno, o reducir ese nivel para poder atender a más personas. Eso supone que su máximo responsable acaba convertido en un pedigüeño internacional, tratando de movilizar voluntades en un entorno crecientemente insensible a las penurias de los refugiados.
Y en esas estábamos cuando la Casa Blanca, por parte de quien se considera a sí mismo un “genio estable”, y su representante en las Naciones Unidas, Nikki Haley, han optado por apretar un poco más las tuercas a los palestinos y a quienes se atrevan a visibilizar algún tipo de apoyo a su causa. Así, con el trasfondo de la amenaza de cortar toda ayuda a los países que han decidido mostrar su rechazo a una decisión tan perniciosa como la declaración de Jerusalén como capital de Israel, el pasado día 2 ambos redoblaron su amenaza de cortar toda ayuda a los palestinos (desde 2008 ha rondado los 400 millones de dólares cada año, tanto directamente como a través de la UNRWA), dado que no muestran voluntad de reanudar la negociación con Israel. Una negociación que, en el fondo, apenas disimula que se trata de una imposición de los términos de la propuesta proisraelí que la propia Casa Blanca está diseñando y que supone, de hecho, la inviabilidad de un Estado palestino digno de tal nombre.
De llevarse a efecto esta amenaza, el colapso de Gaza será inmediato. Una perspectiva dantesca que incluso ha llevado al propio Ministerio de Exteriores israelí (con Benjamín Netanyahu al frente) a mostrarse escasamente entusiasmado, consciente de que una situación de tal magnitud supondría un nivel de radicalización y descontrol que no interesa ahora mismo a Tel Aviv. Eso no ha impedido, en todo caso, que líderes tan notorios como Yair Lapid –máximo dirigente del partido de centroizquierda Yesh Atid, con aspiraciones de desbancar al propio Netanyahu– apoye la propuesta estadounidense, dando el paso definitivo para desmantelar a una UNRWA que considera un escudo de terroristas y la responsable que haber generado (como si fuese una invención de la Agencia) un colectivo tan amplio de refugiados palestinos.
Si Netanyahu no se ha animado a mostrar abiertamente su apoyo a su fiel aliado estadounidense no es, obviamente, por un prurito ético o por una repentina simpatía por la UNRWA. Lo que explica su comedida reacción es la convicción de que el tiempo ya corre a su favor, como resultado de su propia acción diaria para hacer insoportable la vida a los palestinos, del apoyo explícito de Washington y de la pasividad del resto de la comunidad internacional (Unión Europea y países árabes incluidos). En definitiva, no necesita acelerar un proceso que le acerca a su objetivo de dominar totalmente la Palestina histórica. Y a nadie importa ya que así ocurra.