Tras más de setenta años de conflicto en Palestina es difícil encontrar algo nuevo cada vez que se produce un pico de violencia, como el que está afectando a la zona desde la pasada semana. Por el contrario, es mucho más fácil identificar pautas que se repiten hasta la extenuación, como la que determina que la atención mediática se multiplica cuando desde la Franja de Gaza se lanzan cohetes, misiles o morteros contra territorio israelí. Eso implica de inmediato que se imponga la percepción de que son invariablemente los actores palestinos los que se empeñan, una vez tras otra, en reventar la calma y optar nuevamente por atacar intereses israelíes, obligando a estos últimos a reaccionar sin remedio.
Es, desde luego, imposible a estas alturas fijar con precisión quién, ya desde la época de la administración británica, tiró la primera piedra. Aunque sea menos difícil asignar responsabilidades directas a quienes conformaron el marco explosivo en el que se convirtió Palestina a partir de la Declaración Balfour (1917) –los británicos– y a quienes decidieron negar cualquier derecho a un pueblo, negando su mera existencia desde el momento en el que crearon su propio Estado –Israel (1948). Eso no exonera a los palestinos de tantos errores y atrocidades, pero permite al menos evitar lecturas en blanco y negro. No es en absoluto exagerado concluir que todavía la población de la región está pagando las consecuencias de una descolonización británica que durante demasiado tiempo se ha considerado equivocadamente como modélica.
Por eso, tratando de evitar el sesgo señalado anteriormente, es preciso recordar que la actual crisis violenta arrancó el pasado día 12 con la ejecución extrajudicial por parte de Israel del jefe de las Brigadas al-Quds, brazo armado de la Yihad Islámica en la Franja. Fue, sin duda, un acto premeditado contra quien Tel Aviv consideraba “una bomba de relojería viviente”, llevado a cabo con un ataque aéreo de precisión contra Baha Abu al Ata, mientras se encontraba con su familia en su domicilio (sobradamente conocido por las fuerzas israelíes y sus servicios de inteligencia). A ese ataque se sumó de inmediato el realizado al día siguiente contra un edificio ubicado en la localidad de Dir al Balah, con un balance de ocho civiles muertos (a los que se han sumado posteriormente en torno a una veintena más). Todo parece indicar que se trata de una chapuza, tanto por la forma de llevarlo a cabo (sin haber actualizado los datos de inteligencia acumulados desde que se definió como un potencial objetivo) como por la forma de presentarlo a la opinión pública (primero se dijo que era un puesto de mando de una unidad de lanzamiento de cohetes y misiles de la Yihad Islámica para, a continuación, reconvertirlo en el domicilio de un supuesto jefe del mismo grupo (un tal Abu Malhous) que habría sido eliminado en el ataque, y terminar admitiendo que solo eran ocho miembros de una misma familia sin conexión alguna con grupos violentos.
No se puede en ningún caso dejar de lado esas circunstancias si se quiere entender (que no justificar) el posterior lanzamiento de proyectiles desde Gaza contra territorio israelí, en una secuencia tantas veces vista. Una secuencia que, también como de costumbre, incluye una nueva tregua lograda con mediación egipcia en una clara demostración de que ninguno de los actores implicados desea una escalada que vaya más allá de lo habitual.
Y lo habitual es que Israel siga adelante con su estrategia de hechos consumados para hacerse con el control total de la Palestina histórica, mientras llega el tiempo de la retirada de Benjamín Netanyahu. Todo indica que finalmente Avigdor Lieberman parece haber decidido sumar fuerzas con Benny Gantz para poner en marcha una coalición gubernamental que, en cualquier caso, no cabe imaginar que vaya a suponer ningún alivio para los palestinos (ni de Israel, ni mucho menos para los del Territorio Ocupado y para los millones de refugiados dispersos por los países vecinos). Tan habitual como que los palestinos sigan siendo los perdedores netos de un proceso en el que ya ni siquiera los países árabes disimulan su falta de voluntad para estar a su lado. Y, por supuesto, tan tradicional como que la comunidad internacional siga mirando para otro lado a pesar de las diarias violaciones de los derechos humanos en Palestina.
Por su parte, la Yihad Islámica, en sintonía con Teherán, continúa apegada al guion habitual, procurando mostrar que sigue activa y que no se limita a aceptar la supuesta autoridad de un Hamas en horas cada vez más bajas.
Y así, cómo dice el cante de Pata Negra, pasa la vida