Venían conviviendo ambas en Bruselas desde 1966, pero de espaldas la una a la otra, como “en planetas diferentes”, según lo definió el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Las últimas crisis y amenazas, su complementariedad en un mundo en el que nada se resuelve del todo sólo con la fuerza militar, aunque esta sigue siendo necesaria, y el impacto psicopolítico del referéndum británico sobre el Brexit, han hecho que, en la cumbre de la OTAN en Varsovia, la UE y la Alianza Atlántica se den, finalmente, la mano y avancen hacia una cooperación más estrecha. No ha sido fácil. Ni lo será poner en práctica esta relación necesaria.
“Nuestra seguridad está interconectada”, dijo Jens Stoltenberg, el noruego a la cabeza de la OTAN, y es verdad que los nuevos riesgos y amenazas no conocen fronteras entre países, no digamos ya entre organizaciones. El acuerdo en Varsovia entre los presidentes del Consejo Europeo, de la Comisión y el secretario general de la OTAN para una “asociación estratégica” en materia seguridad y defensa, contempla hacer frente conjuntamente a las amenazas híbridas –combinación de propaganda y fuerzas irregulares, como ha ocurrido en la anexión rusa de Crimea y en Ucrania oriental–. Por primera vez ambas organizaciones llevarán a cabo en 2017 y 2018 ejercicios paralelos y coordinados a este respecto, además de colaborar en inteligencia, previsión y ciberdefensa, convertida esta última en un dominio en sí para la OTAN, pues ya cuenta con un mando propio en EEUU. Es un paso a “pareja de hecho” entre la Alianza y la Unión que, nada casualmente, hay que poner en relación con lo que dice al respecto la Estrategia Global sobre Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea de Federica Mogherini, que califica a la OTAN de “marco primordial” para la defensa colectiva de la mayoría de los Estados miembros de la UE, y aboga por esta colaboración. Es el hecho de que el presidente de Finlandia y el primer ministro de Suecia, Estados miembros de la UE pero no de la OTAN, participaran en el encuentro de Varsovia.
Sin duda la OTAN es enormemente superior en términos de capacidad de planeamiento militar y fuerzas a su disposición, aunque ahora la Unión puede avanzar en este terreno que los británicos pararon en el pasado. Pero la UE es mucho más capaz en términos de seguridad civil y de enfoque conjunto de lo civil y militar, aunque del papel jugado a este respecto por la Unión en Afganistán casi nadie se ha enterado. En el Índico, frente a Somalia, ha habido dos operaciones paralelas contra la piratería, una capitaneada por la OTAN (Operación Escudo Marítimo) y otra por la UE (Atalanta), ambas con éxito para garantizar el paso seguro de buques comerciales, pero se podría haber ahorrado una.
El “arco de inseguridad e inestabilidad en la periferia de la OTAN y más allá”, del que habla del que habla el larguísimo (30 páginas) comunicado final de la cumbre de Varsovia, es real. La OTAN mira hacia Rusia, con sus nuevos despliegues militares, limitados y disuasivos más que efectivos, en Polonia y los Bálticos. Pueden, sin embargo, resurgir las divisiones en la UE respecto a las sanciones a Moscú cuando éstas en unos meses se sometan a revisión y renovación, ya no de forma automática. El otro vector hacia el que mira la OTAN es el de Oriente, desde donde se impulsa una parte del actual terrorismo yihadista, frente al cual, ya sea en Ankara, París o Bruselas, ninguno de los atacados ha querido invocar el artículo 5 de solidaridad de la OTAN –como se hizo tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra EEUU–. La OTAN lanzará una nueva operación para controlar los flujos de migrantes que salen del caos en el que ha caído Libia (en lo que tanto la OTAN como la UE tienen responsabilidad), y que puede complementar la Guardia de Fronteras que, también en tierra y mar, está poniendo en pie la UE para reemplazar a Frontex.
Pero la OTAN mira mucho menos hacia el tercer vector, el resto del Norte de África y el África Subsahariana, especialmente el Sahel, origen de amenazas. No porque España no lo haya intentado, sino porque Francia lo ha frenado –son sus antiguas colonias y no quiere que la Alianza se entrometa allí– aunque coopera con la UE y bilateralmente con EEUU. Los norteamericanos, como bien ha explicado Félix Arteaga, prefieren dar prioridad a este respecto a su mando africano (AFRICOM), en el que desempeña un papel importante la base de Morón.
Un problema de los europeos, en la OTAN o en la UE, son sus capacidades militares. Aunque el gasto militar ha dejado de reducirse tras años de crisis, y 16 países de la OTAN lo aumentaron el año pasado, como señala un informe del Centre for European Reform (CER), la capacidad para el combate (combat readiness) de las fuerzas de muchos países europeos deja mucho que desear, sobre todo en comparación con EEUU. Por ejemplo, en 2014 un informe parlamentario en Alemania reconoció que casi la mitad de sus aviones de combate no estaban operativos. Vale para otros países. Aunque Berlín se propone asumir un papel más activo y potente en el desarrollo de la Europa militar. Pero que los europeos gasten más en defensa, si no gastan mejor, de poco servirá para impulsar la “autonomía estratégica” de la UE, es decir, la capacidad de actuar sin la OTAN y sin EEUU, que propugna Mogherini.
El impulso a la Europa de la defensa que dieron en 1998 Blair y Chirac en la declaración de Saint Malo quedó en nada. Luego llegó la cooperación militar bilateral entre Francia y el Reino Unido de los acuerdos de Lancaster House de 2010, sobre los que el efecto del posible Brexit está por ver. Paradójicamente, pese a la perspectiva de la salida británica, crece una UE que se quiere más autónoma en el terreno militar, sí, pero a la vez más atlantista y cooperativa con la OTAN. Es, decir, con EEUU.