A la OTAN no le gusta ya hablar de frentes, porque designarían enemigos. Por ello, prefiere que todo sean flancos: el del Este (colindante con Rusia) y el del Sur. Pero tampoco. Es una terminología en desuso por lo que ahora se habla de una OTAN de 360º, y si acaso de “fronteras” en ambos vectores, como ha hecho Donald Trump en Bruselas. Es decir, mira a todas partes, aunque, como se ha visto con el atentado de Manchester, la amenaza –el bicho– está a la vez dentro y fuera en el caso del terrorismo yihadista que no conoce fronteras. Es esta amenaza la que hace que el frente sea de 360º e incluso interior a este círculo. La cuestión es si la OTAN es la organización adecuada para encarar este riesgo.
La OTAN ya colabora en este terreno, con el uso de sus aviones de vigilancia AWACS, en apoyo de la coalición internacional contra Estado Islámico (ISIS o Daesh) en Oriente Medio. Trump, en su reunión (que no cumbre, la verdadera será en 2019 para el 70º aniversario de una Alianza duradera) de la semana pasada con los aliados, insistió y consiguió que la OTAN como tal se integrara en dicha coalición. Dieron su brazo a torcer Francia y Alemania, que ven escaso papel para la OTAN en la lucha antiterrorista y consideran que la imagen de la Alianza en el mundo árabe, y más aún tras el caos de Libia, puede resultar contraproducente si hay que ganarse los corazones y las mentes de las poblaciones locales. El paso formal poco cambia la realidad: “No significa que la OTAN vaya a participar en operaciones de combate”, señaló Jens Stoltenberg, su secretario general. Además, todos los Estados miembros ya eran parte de esta coalición.
Trump ha, afortunadamente, cambiado respecto a la OTAN. Ya no la considera “obsoleta”, aunque la Alianza afronta muchos desafíos, desde las ciberamenazas a las capacidades militares reales. Internet es un nuevo frente también para la lucha contra el terrorismo, como ha puesto de relieve el G7. La imagen de la Alianza mejora a ambos lados del Atlántico, incluso en España tras una bajada. Ante amenazas más impredecibles, la cultura de la OTAN vuelve a llevar hacia la disuasión. En el caso de Rusia, está claro, aunque no la quiera calificar de enemiga. Tras Crimea, Ucrania y las presiones sobre los Bálticos, la OTAN ha redescubierto frente a Moscú este lenguaje de la disuasión y la defensa, aunque quiera evitar toda provocación. Dentro de la ambigüedad propia del concepto, disuasión implica hablar de guerra y nadie lo quiere hacer.
Ahora bien, en el caso del terrorismo yihadista cabe preguntarse cómo se puede disuadir a gente que está dispuesta a inmolarse para matar, para hacer daño. La disuasión frente al terrorismo suicida es imposible, porque la disuasión parte de la racionalidad de los actores. Hay que ir con otro enfoque de acciones preventivas, contra el terrorismo y contra las causas del terrorismo, como se dijo. Quitarle al Daesh, como antes a al-Qaeda, su base territorial que es más estratégica y simbólica es importante, si bien ¿qué vendrá después?
Se necesita ante todo coordinación de los servicios de información. De hecho, la OTAN cuenta ya con una nueva división de inteligencia, la Joint Intelligence and Security Division (JISD). Y, en Nápoles, un hub para la recolección de inteligencia y conocimiento sobre el Sur. ¿Hasta donde llega este Sur para la OTAN? Por oriente hasta Afganistán. Hacia abajo, el Magreb. África subsahariana es algo de lo que EEUU (y Francia y otros países) se ocupan ahora esencialmente por su cuenta o en la UE. En todo caso, España ante este Sur no es para nada flanco (ni retaguardia que es lo que era en la Guerra Fría). Francia, por su parte, no quiere que haya una financiación extraordinaria de la OTAN en la lucha contra el terrorismo.
La única vez que la OTAN activó su Artículo 5 (el de la defensa mutua: un ataque contra un aliado es un ataque contra todos) fue tras los atentados terroristas contra EEUU del 11 de septiembre de 2001. Y sobre esa base, durante largo tiempo, se legitimó la acción aliada en Afganistán. El compromiso con este Artículo es algo que todos los presidentes de EEUU han ido reafirmando de forma incondicional. Hasta que llegó Trump, quien se ha resistido a apoyarlo pública y explícitamente como presidente, tras rechazarlo como candidato. Silencio que resulta aún más notorio en las palabras pronunciadas por él en la inauguración de un monumento al 11S y al Artículo 5 en la nueva sede de la OTAN. La ambigüedad sobre este compromiso (otra cosa es sobre la forma en que se respondería ante un ataque) socava la Alianza.
“Proyectar estabilidad” es ahora el lema de la orientación hacia el Sur. Es decir, no tanto intervenir militarmente cuanto reforzar capacidades locales contra la desestabilización, o construir instituciones post-conflictos. Libia, por ejemplo, ha pedido ayuda para poner en pie un Ministerio de Defensa. La OTAN lo tiene que hacer en colaboración con la UE, que tiene más experiencia en este ámbito.
Lo que vale para el Este no vale para el Sur. Son amenazas distintas. Una es moderna, la otra pre-moderna (con un uso avanzado de las nuevas tecnologías junto con otras más antiguas). En el fondo, pese a los 360º, y a sumarse la OTAN a la colación anti-ISIS, no hay acuerdo en la Alianza sobre sus prioridades en el Sur. Sí lo hay, pese a algunas desavenencias que no han impedido la solidaridad interna, hacia el Este. Pero la OTAN empezó a cambiar en 2014, cuando se produjeron a la vez la anexión de Crimea, los sucesos en Ucrania y la eclosión de Estado Islámico. En ambos vectores.