Senyor president de la Generalitat de Catalunya Salvador Illa, senyor conseller, Senyora president de la Diputació, autoritats, Prince Rimali, president de l’Institut de l’Euromediterrània, Gràcies. Moltes gràcies per haver organitzat aquesta trobada. Moltes gràcies al president de la Generalitat de Catalunya, per haver-nos acollit en aquest edifici històric, tan emblemàtic, de Barcelona; de participar activament amb [els] nostres debats. Quiero manifestar mi agradecimiento al Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed) por organizar este acto tan importante.[1]
Parecía prácticamente imposible reunir a tantas personas para conversar de manera pacífica, si bien con intensidad, sobre lo que las Naciones Unidas califican como la crisis humanitaria más grave acaecida desde la Segunda Guerra Mundial.
Se trata de la primera conferencia de esta envergadura en la que se debaten las repercusiones del conflicto de Oriente Medio para nuestras sociedades como un factor de polarización y odio. Las conversaciones han dejado patente que era el momento propicio de celebrar algo así.
No hace falta insistir en la dificultad del contexto y en la gravedad de una situación que todo el mundo reconoce a estas alturas.
La semana pasada, la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris afirmó: “No conozco a nadie que haya visto las imágenes y que no albergue sentimientos fuertes sobre lo que está ocurriendo”.
Los dirigentes de todo el mundo llevan meses dando la voz de alarma en torno a lo que Joyce Msuya, la principal responsable de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre cuestiones humanitarias, describe como “horrores inenarrables” en el norte de Gaza.
Ya utilizamos en su momento este calificativo, “inenarrable”, para los ataques de Hamás contra Israel, pero no lo usamos con tanta frecuencia para explicar lo que sucede ahora mismo en Gaza.
El ataque del 7 de octubre de Hamás fue un espanto. Lo que está ocurriendo en Gaza es otro espanto y un horror no puede justificar otro.
Aun así, el mundo parece no poder, o no querer, poner fin a esta catástrofe de origen humano que se está produciendo ante nosotros.
El Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Europea (UE), la Corte Internacional de Justicia y otras instancias se han mostrado incapaces a la hora de detener la destrucción masiva, los desplazamientos y la matanza de civiles, primero en Gaza y ahora en el Líbano. Y no porque no estén de acuerdo en que tiene que parar, todo lo contrario. Esta misma semana asistí a la conferencia del Líbano organizada por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, donde quedó patente un amplio consenso entre los dirigentes sobre la necesidad de un alto el fuego inmediato.
Sin embargo, sigue sin haber un alto el fuego porque no nos ponemos de acuerdo en el tipo de acción necesaria para conseguirlo. Cuando se trata de adoptar medidas coercitivas, ahí es donde afloran las diferencias, también entre nosotros, los europeos.
Estas divisiones se reflejan en el seno de nuestras sociedades a lo largo y ancho de la región euromediterránea y en todo el planeta.
La polarización en torno a este asunto es más intensa que nunca y la deshumanización virulenta ha pasado a ser el pan nuestro de cada día en las redes sociales.
Mientras, en este último año, en Gaza han muerto de media unos 50 niños al día.
Me hago eco de las palabras del rabino Lee Weissman: “Si ves las imágenes de Gaza y no se te rompe el corazón, te has desconectado de tu condición humana”.
Quizás el problema sea ese, que no lo vemos lo suficiente. En español decimos que “ojos que no ven, corazón que no siente”.
En el mundo árabe lo ven todos los días, a cada momento. Y quizás sea ese motivo por el que las reacciones procedentes de esa parte del mundo son diferentes. Debemos preguntarnos: ¿cómo hemos perdido nuestro sentido compartido de humanidad? ¿Cómo podemos reafirmarlo?
Para responder a estas preguntas, iré directo a lo esencial. Intentaré remontarme al momento en el que nos desviamos de cinco conceptos básicos, encarnados en algunas de las palabras que han empleado ustedes una y otra vez en sus debates: (1) humanidad, (2) identidad, (3) verdad, (4) responsabilidad y, por último, (5) paz.
1. Humanidad
Ya no basta con reafirmar el carácter universal del derecho internacional y los derechos humanos. Lo hemos venido haciendo en este último año y el resultado es esclarecedor.
Tenemos que profundizar más.
En su esencia, el derecho internacional, la Carta de las Naciones Unidas, el derecho internacional humanitario, la legislación sobre derechos humanos, etcétera, se fundamentan en una imagen humana determinada: en que los seres humanos de cualquier parte del mundo, con independencia de su identidad como grupo, son capaces de sentir empatía y compasión, en que prefieren vivir en paz y prosperidad a la violencia y las penurias.
Pues bien, aunque sin duda sea así, debemos recordar que el hecho de ser humano implica ser capaz de sentir egoísmo, complacencia, venganza en ocasiones, arrogancia o incluso crueldad.
En efecto, todos somos capaces –en determinadas circunstancias– de cometer atrocidades contra otra persona, o bien de tolerarlas. Ningún grupo, ninguna nación, ninguna cultura es completamente inmune a esa faceta oscura de la humanidad.
Vimos los horrores del 7 de octubre de 2023 contra civiles en el sur de Israel. El día anterior, me encontraba visitando una sinagoga en Kyiv, en el memorial de Babi Yar, donde tuvo lugar la matanza de 35.000 judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando volví a casa, empezaba a desatarse este otro horror. Y era un horror que se celebraba en las calles de Gaza como si fuese una victoria.
Hemos visto horrores en Gaza año tras año y hemos visto a extremistas en la frontera de Gaza observando, regocijándose, impidiendo la entrada de la ayuda humanitaria y esperando al momento en el que se pudiese crear un asentamiento.
Hemos visto muestras depravadas e impúdicas de falta de humanidad en las redes sociales.
Las atrocidades motivan atrocidades, pero nunca pueden legitimarlas. Nada de lo ocurrido antes del 7 de octubre puede justificar la matanza y el secuestro de inocentes, y nada de lo ocurrido el 7 de octubre puede justificar la destrucción indiscriminada de Gaza y de su población.
Nada puede justificar las palabras del ministro israelí que afirmó: “Estamos luchando contra animales humanos y actuaremos en consecuencia”, una frase que forma parte ya de la historia de esta guerra.
No obstante, hay un resquicio de esperanza: la empatía y la compasión impiden de manera instintiva que la amplia mayoría de los seres humanos cometan atrocidades.
La crueldad, por otra parte, se aprende. Por suerte, muy poca gente es cruel por naturaleza.
Para saltar por encima de nuestra empatía instintiva, primero tenemos que deshumanizar al otro. Debemos convencernos de que el otro es intrínsecamente distinto a nosotros, de que carece de lo que nos hace humanos a nosotros: de que no tienen compasión ni empatía, no aman a sus hijos como nosotros, o bien de que disfrutan más de la eternización del conflicto que de vivir en paz junto a nosotros.
Eso es lo que no podemos permitir. Los otros pueden ser diferentes, pero todos somos seres humanos. Nadie quiere un conflicto eterno. En todas las culturas, los padres quieren a sus hijos. Al fin y al cabo, todo pueblo desea vivir en paz con sus vecinos. Luego volveré sobre este punto.
2. Identidad
A diferencia de la naturaleza humana, que es universal e inmutable, las identidades grupales son lo que el intelectual israelí Yuval Noah Harari llama la “realidad intersubjetiva”: una realidad que existe únicamente porque muchas personas creen en ella al mismo tiempo.
Mientras que la humanidad es universal, la identidad es específica. Nos une con quienes la compartimos y nos separa de quienes no.
Ahora bien, se puede ser miembro de varios grupos a la vez. Las identidades no son necesariamente excluyentes. La riqueza de los seres humanos está en ser capaz de tener varias identidades sin incurrir en contradicciones. Yo mismo sirvo de ejemplo: soy catalán, soy español y soy europeo. Las tres identidades forman parte de mi identidad personal, no son contradictorias. Mis identidades pueden convivir en paz.
La identidad ofrece consuelo, una cierta impresión de seguridad y cohesión para un grupo, pero también puede generar rencillas con quienes no pertenecen a esa misma identidad.
De hecho, la mayoría de las identidades se forjan por la fricción con otros grupos.
La identidad palestina se forjó en la lucha contra el sionismo.
El sionismo se forjó a raíz de la expulsión de los judíos de los países europeos.
El Caso Dreyfus en Francia, la situación en la Rusia imperial y el antisemitismo en Alemania mostraron a los judíos europeos que, pese a su voluntad de adaptarse y formar parte de la sociedad, estaban siendo excluidos.
Y fue entonces cuando abrazaron la idea de buscar una patria para el pueblo judío y cuando nosotros los europeos acabamos respaldando esa idea y contribuimos a hacerla realidad.
La formación de la identidad española se remonta a las numerosas guerras civiles entre nuestro pueblo y los demás, desde la Reconquista hasta el descubrimiento y la conquista de América.
En todos esos casos, y en muchos más, llega un punto en el que los agitadores utilizan la identidad para enfrentar a un grupo con otro. En su libro Les Identités meurtrières, [el intelectual líbano-francés] Amin Maalouf habla sobre la gente que propugna la idea de identidad como algo que implica matar al otro.
Todos estos instigadores identitarios comparten tres características:
- (a) Un planteamiento retrógrado que consiste en recuperar “los buenos tiempos de antes”. Ese antes puede ser hace 50 años, hace 1.400 años o incluso 3.500 años.
- (b) Una visión binaria y maniquea del mundo. Consideran que el mundo es un juego de suma cero: o tú o yo. Esta tierra es mía, no tuya, así que no la puedo compartir contigo. También exigen un respaldo incondicional. Si no estás con Israel, estás con Hamás. Y viceversa.
- (c) Una sensación de superioridad de su grupo. Puede expresarse de manera sutil, pero al final se sienten superiores. Eso es supremacismo. Aquí en España también hay algunas corrientes que tienden al supremacismo.
En cualquier caso, también aquí se aprecia un lado positivo: las identidades forman parte de la “realidad intersubjetiva”, por lo que cambian sin cesar. A veces a mejor, a veces a peor.
Fíjense en mi identidad española con la que crecí. El país era muy diferente a la España de hoy en día. Lo que era una autocracia retrógrada pasó a ser una democracia moderna, abierta al mundo y miembro de la UE.
Cuando estuve en Israel en 1969 para hacer un voluntariado en un kibutz, el país era una joven democracia floreciente y los kibutz se veían como un modelo a seguir, como una utopía socialista.
Cinco décadas y media después, parece que la sociedad israelí ha cambiado más que yo. Y puede volver a cambiar, pero no para retroceder, sino para avanzar hacia un futuro mejor.
En aquella época, yo no estaba conforme con el pensamiento retrógrado de mi gobierno. Hoy son muchos los israelíes que rechazan el supremacismo identitario propagado por los irredentos de la suma cero que quieren todo el territorio “desde el río hasta el mar” y más allá. Hemos tomado nota de la carta firmada por más de 3.000 ciudadanos israelíes preocupados y aprecio el valor que hace falta para exigir que la comunidad internacional presione a tu propio gobierno en medio de un conflicto armado.
Por eso es tan importante mantener el contacto con la sociedad civil israelí.
Tenemos que evitar el “complejo de Masada”, llamado así por el largo asedio al que fueron sometidos los judíos en la fortaleza de Masada por las tropas del Imperio romano.
Como es natural, para mantener ese contacto, debe haber puntos en común, unos valores compartidos y, lo que es más importante, ideas comunes de base sobre los hechos reales. Parece elemental, pero es algo que ya no puede darse por sentado.
3. Verdad
Para discernir la verdad donde nos es esquiva, hemos desarrollado métodos sofisticados para dilucidar los hechos reales de la mejor manera posible. Somos capaces de medir la aceleración de la gravedad. Eso es un hecho comprobado.
Puedes negar la ley de la gravedad, pero, si te tiras por la ventana, te matas. La ciencia es el mejor antídoto contra la mentira.
Ahora bien, la verdad es polifacética. Fiscales, investigadores, periodistas, historiadores, etcétera, todos han desarrollado sistemas fiables de verificación.
Por eso los propagandistas les tienen miedo, igual que los vampiros temen la luz del día.
Cuando un gobierno, como por ejemplo el de Netanyahu, pretende evitar la verificación independiente, imponiendo el apagón mediático más largo de toda la historia de la libertad de prensa, negándose a cooperar con los fiscales de la Corte Penal Internacional y con los investigadores con mandato de la ONU y haciendo caso omiso de las providencias jurídicamente vinculantes de la Corte Internacional de Justicia, no queda otra que sospechar sobremanera de lo que ocurre en realidad.
El apagón sobre lo que está sucediendo en Gaza es total. Lo único que sabemos es lo que los propios soldados israelíes nos dejan ver cuando publican fotografías en redes sociales. En cualquier caso, ha sido el apagón informativo más largo impuesto por una democracia en tiempos modernos.
Es una situación muy preocupante. Tenemos que condenarlo, porque no se trata de una transgresión trivial. En derecho penal, una sospecha razonable del encubrimiento de pruebas puede ser fundamento suficiente para proceder a un internamiento preventivo.
Cuando se mata a más periodistas, más personal de las Naciones Unidas y más trabajadores humanitarios que en cualquier otro conflicto armado y se amenaza públicamente a los magistrados de la Corte Penal Internacional eso tiene que ser motivo de alarma.
No menos importante y preocupante resulta lo que el público más amplio considera como verdad.
Cuando Kamala Harris habla de “cualquiera que haya visto las imágenes”, lo que está diciendo también es que no todo el mundo ha visto las mismas imágenes. O no ha visto suficientes.
Cabe recordar que lo que el público ve le llega cada vez más filtrado por algoritmos diseñados para enseñarnos lo que queremos ver y reforzar aquello en lo que ya creemos.
La Declaración que han acordado en esta conferencia tras dos días de debate y que acabamos de escuchar refleja bien esta peligrosa deriva.
4. Responsabilidad
La verificación independiente es la base de la responsabilidad, y la responsabilidad es la base de la justicia.
Para ser justa, la responsabilidad ha de ser exhaustiva e imparcial, con independencia de la identidad del agresor o de la víctima. Debe fijarse en el acto, no en quien actúa.
Hay que poner fin a la impunidad de la que hemos sido testigos en el contexto de Gaza y ahora en el Líbano.
¿Por qué iba a parar Netanyahu la guerra en el Líbano? ¿Qué le cuesta seguir adelante? Nada. Eso se llama impunidad y socava nuestra credibilidad y todo el orden construido sobre el derecho internacional.
¿Qué sentido tiene el derecho internacional si no se puede imponer?
Por último, la responsabilidad no puede ser más que individual. No existe la culpa colectiva. La ausencia de la responsabilidad individual es lo que fomenta que se exijan castigos colectivos.
El sentido de responsabilidad histórica hacia un grupo no debería servir nunca de excusa para ignorar los derechos de otro grupo. Esa idea de la responsabilidad histórica que los europeos podemos sentir respecto a los horrores de la Segunda Guerra Mundial es lo que no nos permite desentendernos ahora de los derechos de los palestinos.
5. Paz
Por último, la cuestión primordial de la paz. Esta noción está conectada con los otros cuatro conceptos.
Para alcanzar la paz, debemos poder apreciar que, detrás de cualquier imagen distorsionada que se proyecte del “otro”, existe una voluntad intrínseca de vivir en paz que forma parte de la naturaleza humana.
Aquí veo una función importante de la sociedad civil a la hora de denunciar a los charlatanes extremistas que proyectan en la otra parte la imagen de sí mismos que les devuelve el espejo.
Los considerables esfuerzos de los países árabes en favor de la paz, con la Iniciativa Árabe de Paz como base, deben ponerse en conocimiento de todos los israelíes.
A su vez, el activismo de la sociedad civil israelí a favor de los derechos de los palestinos debe recalcarse más en el mundo árabe en cualquier ocasión que se tenga.
Ambos bandos deben saber que, al otro lado, hay gente luchando por la paz, que se trata de un empeño compartido.
Mi consejo para el movimiento de solidaridad con Palestina es que hay que hablar también de la paz. Ser críticos, protestar, pero asegurarse de hablar también de las soluciones.
El diseño exacto de la solución es secundario frente a los cimientos de base. Hablemos de la igualdad de derechos, del reconocimiento mutuo, de respetar el derecho internacional y de los requisitos para la paz.
Cuanto más lo hagamos, más difícil se lo pondremos a los tergiversadores de la identidad.
Cuando alguien afirme que no quiere la solución de dos Estados, que diga cuál es su alternativa.
Ahora bien, la realidad es que están aplicando otra solución sin nombrarla. No la nombran, pero en la práctica la están aplicando.
Cuando fue asesinado el antiguo primer ministro israelí Yitzhak Rabin, había 150.000 colonos en Cisjordania; hoy hay 700.000.
Eso fue en 1995 y en aquella época Barcelona puso en marcha el proceso mediterráneo para intentar que la paz sobreviviese al asesinato de Rabin.
La solución de dos Estados, obviamente, es ahora más difícil, pero sigamos reivindicando nuestra humanidad compartida.
Reivindicar nuestra humanidad compartida implica reconocer que no hay nada inevitable o inmutable ni en el supremacismo israelí ni en el extremismo palestino.
Son circunstanciales y esas circunstancias tienen que cambiar. La solución tiene que venir de la vía diplomática, del fin de la ocupación ilegal, del fin de la matanza y la hambruna de inocentes, del fin de la impunidad.
A todos nos interesa poner fin a esta pesadilla cuanto antes. Eso sí, no parará pidiéndolo sin más. Parará cuando la comunidad internacional esté preparada para adoptar medidas coercitivas que puedan cambiar el comportamiento de las partes en liza: las partes cambian su comportamiento por persuasión o por coerción. Si la comunidad internacional no está dispuesta a imponer medidas restrictivas a todas las partes –y digo a todas las partes–, por desgracia la guerra se prolongará.
La única forma de poner fin a la guerra y de dar paz y garantías a ambos pueblos es el reconocimiento de que tienen que compartir el territorio. Por lo tanto, acojo con satisfacción la “Declaración de Barcelona para reivindicar nuestra humanidad compartida” y espero que no sea más que el primero de muchos hitos en un camino que nos devuelva la cordura y nos lleve hacia la paz. Este acto me ha dado esperanzas de que es posible si todos ponemos nuestro granito de arena.
Yo pondré el mío. Queda un mes para que acabe mi mandato y no cejaré en mi esfuerzo por poner fin a esta locura hasta mi último día en el cargo.
Gracias.
[1] Texto del discurso pronunciado por el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, durante la Conferencia Euromediterránea celebrada en Barcelona el 28 de octubre de 2024.