No dejamos de escuchar –ni de repetir– que estos no son buenos tiempos para el multilateralismo, que los populismos y la irresponsabilidad de ciertos líderes mundiales están rompiendo el meticuloso trabajo de décadas de construcción de un orden internacional que ha proporcionado un consistente crecimiento, la mejora de las condiciones de vida en todo el mundo y un –pese a todo siempre insuficiente– desarrollo humano apreciable en el aumento de la población o de la esperanza de vida. Las instituciones del orden internacional salido de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo están viviendo crisis de financiación, sostenibilidad o legitimidad. Pero no todas: al menos las redes internacionales basadas en lazos culturales no parecen sufrir tan intensamente ese tipo de tensión.
Insistimos con frecuencia en que, a diferencia del modo en el que Francia o Portugal gestionan sus relaciones con los países que comparten con ellos el francés o el portugués, España sigue sin disponer de una plataforma específica que permita impulsar el español con la fuerza de la veintena de países que lo comparten, pero también constituirse en plataforma para fomentar el multilateralismo. La naturaleza lusohispana de la SEGIB o de la OEI limitan, inevitablemente, su capacidad de maniobra en estos temas, en particular cuando el español y el portugués compiten (y previsiblemente lo harán más aún en el futuro) en ciertos espacios geográficos.
Mientras tanto –mientras el marasmo de los países hispanohablantes–, la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) o la Organización Internacional de la Francofonía (OIF) siguen extendiendo sus vínculos alrededor del prometedor gigante demográfico y económico africano. A mediados del mes de mayo de 2019, el ministro de relaciones exteriores de Angola, Manuel Augusto, dirigía una carta a la ruandesa Louise Mushikiwabo, secretaria general de la OIF, para solicitar convertirse en nuevo miembro observador de la organización. La Francofonía cuenta hasta hoy con 88 miembros, entre los de pleno derecho (54), los asociados (7) y los observadores (27). Solo el núcleo de la OIF suma 777 millones de habitantes, más los 51 de los miembros asociados y los 492 de los países observadores: en total, la Francofonía integraba en 2018 a 1.320 millones de habitantes del planeta.
El caso de Angola vuelve a resultar llamativo porque se trata de otro país de habla portuguesa en la OIF, como muchos que en África están integrando ambas redes multilaterales como manera de encontrar vehículos nuevos para la relación diplomática, económica o cultural. No olvidemos el sorprendente caso de Guinea Ecuatorial, miembro de la Francofonía desde 1989 –Ethnologue identifica poco más de 130.000 hablantes de francés como segundo idioma en el país– y de la comunidad lusófona desde 2014 –tras convertir al portugués en lengua oficial en 2010, pese a que no tiene en la práctica hablantes de ese idioma–. Teodoro Obiang dejaba clara la dimensión pragmática de las redes multilaterales lingüísticas en la región en una entrevista de 2015 al canal ruso RT:
«Somos miembros de la francofonía, estamos presentando candidatura para entrar en la Commonwealth, y lo mismo estamos haciendo con la CPLP, la comunidad lusófona. Guinea Ecuatorial, en el aspecto lingüístico y cultural, es el único país del continente africano de habla española, y eso es negativo para nosotros, porque no podemos comunicarnos con otros países africanos. Eso es lo que nos anima a entrar en la CPLP. Es una cuestión cultural, no política».
Precisamente unos días antes de la petición de Angola a la OIF, la Commonwealth celebraba sus 70 años de vida con sus 53 miembros reunidos en torno al impulso que en los últimos tiempos le están dando a la organización su Secretaria General, la dominica Patricia Scotland y la propia reina Isabel II, cuando la tormenta del brexit hace más necesario que nunca el reforzamiento de los lazos del Reino Unido con sus aliados en todo el mundo, también –por supuesto– con África (19 de sus miembros están en ese continente). Sumemos el espectacular despliegue regional de China –el collar de perlas de la nueva ruta de la seda o la base militar de Yibuti– y la pregunta se hará aún más urgente : ¿habrá aún espacio para una cooperación multilateral que promueva el español en África?