Una vez acabada la II Guerra Mundial, la industria fue durante décadas uno de los principales baluartes del crecimiento y la prosperidad en Europa por su capacidad para generar innovaciones tecnológicas, sus empleos remunerados por encima de la media y, en general, su intenso efecto arrastre sobre el resto de los sectores productivos. Sin embargo, a medida que se acercaba el final del siglo XX su peso se fue reduciendo, en parte por la mayor importancia del sector servicios, algo propio de las economías según alcanzan sus últimas etapas de desarrollo, pero también por un progresivo desinterés hacia las políticas industriales activas. Podría decirse que, en términos generales, dicha actitud se mantuvo hasta que en la crisis económica iniciada en 2008 los países más industrializados demostraron una mayor resistencia a sus efectos adversos, momento a partir del cual la política industrial empezó a recobrar cierto protagonismo.
En esta línea, en 2010 la Comisión Europea incluyó la iniciativa “Una política industrial para la era de la mundialización” en la Estrategia Europa 2020, mientras que en 2017 lanzó “La estrategia renovada de política industrial de la UE” con el propósito de potenciar una industria inteligente, innovadora y sostenible cuyo peso alcanzase el 20% sobre el PIB en 2020. No obstante, y a pesar de que en Alemania y buena parte de los socios centroeuropeos nunca ha dejado de cumplirse tal objetivo, a la vista de los datos parece que habrá que esperar algunos años más para que en el conjunto de la UE pueda superarse dicho umbral.
Adoptando un enfoque a más largo plazo, la Mesa Redonda de Alto Nivel “Industria 2030” publicó el pasado verano un informe en el que, tras identificar diferentes retos y oportunidades, plasmaba sus recomendaciones para que a lo largo de la próxima década la UE pueda convertirse en líder mundial del sector en base a su innovación, sostenibilidad, competitividad y valores sociales. Con este fin, según este grupo de expertos las actuaciones deberían dirigirse hacia un mejor posicionamiento estratégico europeo en las cadenas globales de valor, transformando éstas en redes; una regulación más flexible que fomente la creación de “campeones europeos” (que no deberían limitarse a “campeones de Europa”); y una mayor digitalización del sector a través de la Inteligencia Artificial, la impresión 3D o la tecnología blockchain. Con relación a la rapidez con que evolucionan estas nuevas tecnologías, también se señala la necesidad de profundizar en la formación continua de los trabajadores en un contexto de diálogo social a todos los niveles que garantice la calidad de los empleos.
Por su parte, en concordancia con las líneas marcadas a nivel comunitario, España también ha empezado a dar pasos de cara a su reindustrialización durante la próxima década. Así, en las “Directrices Generales de la Nueva Política Industrial Española 2030” se incide en la necesidad tanto de digitalizar y descarbonizar el sector como de poner en valor la contribución de las Pymes, señalándose al proteccionismo comercial y al Brexit como las principales amenazas. Igualmente, en el documento se anuncia que dichas directrices deberán concretarse en un Pacto de Estado por la Industria, una Estrategia de Política Industrial, y una Nueva Ley de Industria que sustituya a la actual de 1992. Esperemos tener pronto un gobierno que se ponga manos a la obra.
Imagen: Jean-Claude Juncker en la 3ª edición de los European Industry Days (Dias de la Industria Europea) (5/2/2019). Foto: Etienne Ansotte, EC-Audiovisual Service, © European Union, 2019