Cuando George Washington dejó la presidencia de la nación en septiembre de 1796 demostró cómo aprovechar y sacar ventaja del momento en el que uno tiene que decir adiós. Utilizó su salida para dar uno de sus grandes discursos y que hoy en día está reconocido como una imponente declaración sobre los principios políticos de EEUU. Un farewell address que hasta los años setenta se leía anualmente en el Congreso como parte del reconocimiento del pueblo norteamericano al primer presidente del país. Hoy en día los discursos de despedida de los presidentes han perdido su valor, acentuado además por las nuevas formas de comunicación a golpe de tweet que van restando importancia y visibilidad al bully pulpit, a ese púlpito de Teddy Roosevelt y al servicio de la presidencia del país que era capaz de arrastrar y mantener en vilo a los norteamericanos.
Hace ocho años le tocó despedirse a George W. Bush. En un valiente discurso se centró casi exclusivamente en la amenaza del terrorismo y en los esfuerzos de su Administración para proteger a la nación. Recordó los ataques del 11 de septiembre de 2001 y su decisión de iniciar las guerras en Afganistán e Irak, y defendió su legado consciente del debate y de las controversias que habían suscitado muchas de sus decisiones, la frustración de gran parte del público norteamericano con su política exterior, y su baja popularidad. Pero defendió su idea de que defender la libertad en el mundo era una responsabilidad de EEUU: “We must reject isolationism (….) Retreating behing our borders would only invite danger”. Unas palabras que contrastan claramente con lo que ha predicado por Donald Trump durante las elecciones y que ponen de manifiesto lo rápido que cambia la política.
Pero si George W. Bush se centró en un único tema en su despedida, Barack Obama cubrió un espectro mucho más amplio en el último gran discurso de su presidencia. Lo hizo desde Chicago, ciudad que le vio nacer como político y en el mismo lugar, el McCormick Convention Center, y en el mismo hall desde el que habló en la noche de 2012 tras su re-elección.
Fue un largo discurso donde se alternó lo melancólico y lo profesional de su cargo. Y sobre todo, y como era de esperar, defendió su legado. Subrayó principalmente los progresos en el ámbito social, desde su Obamacare – retando a quien demuestre que existe otro plan que cubra a más gente y a menor coste – hasta el matrimonio igualitario. Y, cómo no, hizo hincapié en los logros económicos, apoyado por una serie de datos macroeconómicos que lo avalan. No se olvidó de las nuevas relaciones con Cuba, del acuerdo sobre el programa nuclear con Irán, del cambio climático, de la muerte de Bin Laden, de la lucha contra el terrorismo y de la defensa de los derechos humanos. Pero también alertó sobre todo lo que queda aún por hacer, como resolver los problemas raciales y las diferencias y desigualdades sociales puestas más que nunca de manifiesto en las elecciones de 2016.
Habló del poder la “gente común”, aquellos que afirma Obama le han hecho “mejor presidente”, aquellos que además pueden cambiar las cosas. Sin duda hay algo que recuerda al “empoderamiento” de la “mayoría silenciosa” (clase media blanca trabajadora) que ha llevado precisamente a Donald Trump a la Casa Blanca. Sin embargo, apenas mencionó a su sucesor por su nombre.
“Standing on the steps of the Capitol will be a man whose history reflects the enduring promise of our land. This is a moment of hope and pride for our whole nation”. Con estas palabras George W. Bush se refirió a sucesor en su discurso de despedida en enero de 2009, pero esta vez nadie esperaba algo parecido de Obama. No obstante, la figura del futuro inquilino de la Casa Blanca se intuyó en distintos pasajes:
“For every two steps forward, it often feels we take one step back”.
“…when we allow our political dialogue to become so corrosive …”
“…to embrace all, and not just some”.
“If you’re tired of arguing with strangers on the Internet, try talking with one of them in real life”
“We cannot withdraw from global fights — to expand democracy, and human rights, women’s rights, and LGBT rights — no matter how imperfect our efforts, no matter how expedient ignoring such values may seem.»
Barack Obama discrepa con su sucesor. Sigue defendiendo que EEUU es un país mejor y más fuerte que hace ocho año, admitiendo que los progresos no son suficientes, y que los problemas de la clase media o los conflictos raciales deben hacerse frente, y que hay que reconstruir las instituciones democráticas. Pero rechaza inculcar el miedo para hacerles frente, la discriminación y las amenazas a la democracia. Y pone todas sus esperanzas y optimismo en la generación que viene, como aquella que protegerá los valores de los norteamericanos. Lo ha vuelto a decir cuando apenas faltan diez días para que abandone la Casa Blanca y cuando alcanza unos altísimos índices de popularidad. Porque para los demócratas, Barack Obama sigue siendo su líder.