La primera visita de un presidente norteamericano a Cuba en casi 90 años debía de ser forzosamente histórica y presumiblemente parte de su legado. Y sobre estas dos premisas se planificó cuidadosamente el viaje de Barack Obama a la isla. Podía ser además un buen momento para un presidente cuestionado por sus políticas en Oriente Medio y China y no sólo por Trump y el resto de candidatos republicanos. Debía aprovechar, por otro lado, los cambios políticos que se están produciendo en América Latina y tirar de atractivo y popularidad fuera de sus fronteras. Además, era una oportunidad para, de nuevo, reafirmar la convicción que ha expresado desde el primer día en la Casa Blanca: que las diferencias entre las naciones pueden y deben ser debatidas abiertamente, que los históricos litigios pueden ser resueltos mediante el diálogo, y que sus palabras –y, tal vez, su carisma– puede acabar con los estereotipos antinorteamericanos.
Pero los atentados de Bruselas llevaron la noticia al otro lado del charco y, de alguna manera, su estancia en La Habana quedó en un segundo plano. Los ataques terroristas se produjeron el mismo día en el que Obama se preparaba para ofrecer un discurso que muchos esperaban que estuviera a la altura de aquellos ofrecidos en El Cairo y Praga en 2009. Pero el interés que finalmente despertó –a excepción de a los propios cubanos– fue menos del esperado porque la noticia estaba en Europa. Algunos incluso pidieron a Obama que suspendiera el viaje y volviera a Washington para liderar una respuesta a los ataques terroristas, pero para el presidente norteamericano la suspensión significaba dar al autodenominado Estado Islámico exactamente lo que buscaba.
“[Obama] no se olvidó del Congreso de EEUU, a quién pidió levantar el embargo, aunque subrayando que sería una medida insuficiente sin cambios por parte del gobierno cubano”
Así que desde el Gran Teatro Alicia Alonso en La Habana, tal y cómo estaba cuidadosamente coreografiado, el presidente de EEUU se dirigió a un público previamente seleccionado ya que las autoridades no le permitieron que su principal alocución fuera al aire libre. Tampoco le dejarían posteriormente que hiciera el lanzamiento del partido de beisbol de exhibición entre los Tampa Bay Rays y el equipo nacional cubano; y durante su paseo por La Habana colonial las autoridades sólo posibilitaron la presencia de pequeñas multitudes. Al final, Obama no estuvo tan expuesto ni recibió tan directamente el cálido acogimiento del pueblo cubano que le esperaba.
No obstante los obstáculos, sus palabras en el Gran Teatro fueron bien recibidas. Habló de un nuevo comienzo y pidió dejar atrás el pasado recordando su eslogan de 2008 “yes, we can”. No se olvidó del Congreso de EEUU, a quién pidió levantar el embargo, aunque subrayando que sería una medida insuficiente sin cambios por parte del gobierno cubano. Habló de derechos humanos y de libertades democráticas, de diferencias entre los dos países a la hora de gestionar los gobiernos, las economías y las sociedades, y de la soberanía nacional de Cuba y su confianza en el pueblo cubano. Se echó en falta una narrativa tejida con mayor coherencia como hubiera sido deseable, y careció de medidas concretas que con buen gusto muchos cubanos hubieran querido escuchar.
“Obama aceptó e incluso amplió muchos de los programas de la lucha contraterrorista de George W. Bush”
Su estancia de dos días no ha llegado a la conmoción de la imagen de Nixon sentado con Mao en Pekín, pero los cubanos recordarán durante mucho tiempo la visita de este carismático líder. La cuestión para ellos ahora es si la visita será un punto de inflexión y si el gobierno cubano permitirá algunos de los cambios que Obama ha pedido enérgicamente. Y del lado norteamericano, el interrogante es si la política cubana será parte importante del legado de Barack Obama.
Predecir cuál va a ser el legado de un presidente de EEUU es una tarea complicada. Porque un legado no es algo estático y no hay más que ver cómo las reputaciones de algunos presidentes han oscilado a lo largo del tiempo. Harry Truman, por ejemplo, dejó la Casa Blanca siendo altamente impopular mientras que hoy es uno de los más populares. El propio George W. Bush es a día de hoy bastante más popular que Obama a pesar de haber sido demonizado tras la guerra de Irak.
Los historiadores son, además, particularmente escépticos sobre la posibilidad de determinar dichos legados cuando los mandatarios aún están en la Casa Blanca. ¿Por qué? En primer lugar, porque es el sucesor quien va a jugar un importante papel en cómo el predecesor pasará a los libros. Así, quien suceda a Obama ayudará a legitimar o echar por tierra aquellos programas que se ha tratado de implantar desde 2009, como el Medicare. Que Richard Nixon mantuviera las políticas del Great Society –el legado doméstico de Johnson– y de igual manera Dwight D. Eisenhower no desmantelara los programas sociales del New Deal de su predecesor ayudaron a que dichas políticas se consolidaran. Más recientemente, Obama aceptó e incluso amplió muchos de los programas de la lucha contraterrorista de George W. Bush, normalizando una serie de controvertidas políticas.
Cómo se van a implementar determinadas políticas también es parte del éxito o del fracaso de las mismas en el largo plazo y, por lo tanto, otro factor a tener en cuenta a la hora de valorar el legado de una Administración. Pero también posibles acontecimientos futuros pueden mover la balanza de un lado hacia el contrario. Por ejemplo, la decisión de Ronald Reagan de negociar con la antigua Unión Soviética sobre los misiles de corto alcance entre 1985 y 1987 sólo pudo ser evaluado tras el colapso de la URSS en 1991. Dichas negociaciones se consideran hoy en día uno de los mayores logros de su presidencia, siendo en su momento muy controvertidos incluso entre los conservadores. Las políticas económicas de Clinton estuvieron muy bien valoradas tanto por demócratas como republicanos ante las frágiles condiciones de principios del siglo XXI. Y en la actualidad, el acuerdo con Irán no tendrá máximo sentido hasta que veamos cómo evolucionan las tensiones en la región y qué ocurre de verdad con el poder nuclear de Teherán.
¿Será la reapertura de las relaciones diplomáticas con Cuba uno de los grandes éxitos del legado de Barack Obama? Desde luego, Barack Obama lo está intentando y su viaje precisamente ha buscado que dicha normalización sea una realidad irreversible tanto en Cuba como en EEUU. Pero para saber si formará parte de ese preciado legado hay que echar un vistazo a los elementos necesarios antes enunciados: la implementación de las políticas, quién será el sucesor y los posibles acontecimientos futuros.
En cuanto a la implementación de las políticas, Obama debe ir con cuidado con su promoción del American businessen Cuba. Precisamente uno de los más inquietantes aspectos de la reapertura de las relaciones es cómo el mandatario norteamericano ha hecho explícita la penetración económica como parte de la agenda. La Administración Obama cree que un crecimiento del influjo de hombres de negocios y turistas –las visitas de los norteamericanos se incrementaron un 77% el último año– inevitablemente forzaran la liberalización del régimen. Por ello Obama ha viajado con una multitud de ejecutivos, muchos de ellos de lujosas compañías hoteleras. Y no hay nada malo en ello, además del entusiasmo de muchos cubanos por las perspectivas de trabajo y desarrollo. El problema puede venir si se lleva a cabo demasiado rápidamente, como una inundación, que es lo al parecer quiere la Administración Obama, y sin medir las consecuencias. Y, por otro lado, buena parte de los beneficios serán para el propio gobierno de La Habana porque siguen teniendo las riendas de la economía, controlan el negocio del turismo y, por lo tanto, recogerán buena parte de los beneficios. Quizá habría que ir algo más despacio.
“Donald Trump quizá haya tenido una mayor comprensión del electorado que sus rivales, que se oponen al levantamiento”
En cuanto al posible sucesor de Obama en la Casa Blanca, y la posible continuidad de la actual política hacia Cuba, hay dos opciones: que sea un demócrata o un republicano, teniendo en cuenta que una mayoría de los primeros apoyan su política y una mayoría de los segundos la rechazan enérgicamente. Obama ha viajado a Cuba con un ojo puesto en que precisamente los republicanos no den la vuelta a la iniciativa que tomó si ganan las elecciones de noviembre. Pero ya en las primarias celebradas el pasado 15 de marzo se puede decir que tuvo un espaldarazo. Y ocurrió en Florida con el estrepitoso fracaso de Marco Rubio, el senador cubano-americano de 44 años que siempre ha mantenido una dura postura contra la normalización de las relaciones.
Rubio dijo en varias ocasiones que no ampliaría las relaciones diplomáticas hasta que en Cuba no hubiera elecciones libres, libertad de prensa y se dejara de encarcelar a los disidentes. Pero lo interesante no es que Rubio perdiera contundentemente y abandonara la carrera, sino que ganara Trump. Él es el único candidato del GOP que ha afirmado apoyar la decisión de Obama de retomar las relaciones con Cuba. “Cincuenta años es suficiente”, dijo en una entrevista en septiembre pasado, aunque subrayando que se podía haber alcanzado un acuerdo mejor; y más recientemente ha afirmado que “Cuba tiene cierto potencial”. La holgada victoria de Trump en Florida –si bien Rubio capturó la mayor parte del voto hispano– contrarresta la antigua asunción de que el estado de los cubanos exiliados derrotaría a cualquier candidato anti-embargo, y Trump lo ha cuestionado.
Donald Trump quizá haya tenido una mayor comprensión del electorado que sus rivales, que se oponen al levantamiento. Ted Cruz afirma que dará completamente marcha atrás al acuerdo y romperá las relaciones con Cuba, mientras que John Kasich dice que no alentará a más hombres de negocios a que se instalen en Cuba.
No obstante la postura de los demás rivales republicanos, lo cierto es que un pequeño grupo de legisladores del GOP acompañaron a Obama en dicho viaje, subrayando las divisiones dentro del partido sobre el futuro del embargo comercial sobre la isla. Ha crecido el número de miembros del Partido Republicano que apuestan por los beneficios económicos que implicaría desguazar el embargo. Y es que muchos lo ven como contrario al principio pro-business del partido y creen que el gobierno no debe decir a los ciudadanos dónde tienen que viajar. Uno de ellos es el senador Jeff Flake: “Esta es la política correcta. Está haciendo lo correcto”, ha afirmado en apoyo a Obama. “It’s about Americans’ freedom and embracing engagement rather than isolation as a way of changing other governments”, dijo Mark Sanford, miembro de la Cámara de Representantes, explicando su decisión de hacer el viaje con Obama. En total unos 15 republicanos del Senado, muchos de ellos de estados como Kansas donde la agricultura tiene un importante peso, han apoyado públicamente el incremento del comercio con Cuba y menos restricciones para viajar a la isla. Muchos otros dicen que esperarán a ver cómo las elecciones se resuelven antes de hablar públicamente.
¿Y del lado demócrata? Ambos candidatos han mostrado su apoyo a la política de Obama con respecto a la isla y apuestan por el levantamiento del embargo. A Clinton, no obstante, le recuerdan que en su carrera para ser senadora de Nueva York en 2000 afirmó no estar preparada para votar por el levantamiento del embargo, postura que mantuvo en su carrera por la presidencia en 2008. Incluso ante la afirmación de Obama en un debate de que se reuniría con Castro y Chávez, dijo que era irresponsable y naïve. En sus memorias publicadas en 2014 sostiene que cerca del final de su cargo como secretaria de Estado, ella misma recomendó a Obama revisar el embargo.
Así que si tal y como dicen las encuestas Clinton y Trump tienen las mayores papeletas para suceder a Obama, puede estar bastante tranquilo. Pero en el futuro todo puede pasar, hasta lo más inesperado. Lo único claro hoy en día es que los votos en el Congreso no son suficientes para levantar el embargo. Pero si Cuba se abre al comercio con EEUU y muestra una disposición de mejorar sus prácticas en cuestión de derechos humanos, el Congreso podría dar un paso hacia la completa normalización de las relaciones económicas.
¿Será Cuba parte del legado Obama? Tal y cómo dicen los historiadores, difícil de evaluar con el presidente aún en la Casa Blanca.