En 2009 el Comité Noruego otorgó el premio Nobel de la Paz a Barack Obama, entre otras razones, por “la especial importancia” de “la visión y la labor” del presidente estadounidense “para un mundo sin armas nucleares”. Esta visión la había esbozado el premiado unos meses antes en un discurso en Praga que se hizo famoso pues era la primera vez desde la invención de la bomba atómica que osaba plantearla un presidente y comandante en jefe del país más poderoso del planeta. Un año después afirmaría con rotundidad que su país “no desarrollará nuevas ojivas nucleares ni buscará nuevas misiones militares o nuevas capacidades”.
Poco ha durado la ensoñación. En el final de su segundo mandato, su Administración se ha lanzado en un intenso y costoso programa de modernización –“modernizar reduciendo”, según el Departamento de Energía, responsable de estas cabezas–, lo que supone una tacha importante en su legado, por lo demás relativamente positivo. No es sólo EEUU el que ha tomado este camino, pues la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping también están lanzados en programas de renovación de sus respectivos arsenales nucleares, y los unos sirven de excusa para los otros. Podemos estar ante una nueva carrera nuclear, aunque muy diferente de la de los tiempos de la Destrucción Mutua Asegurada, sobre la que se basó el equilibrio del terror y una disuasión que funcionó entre EEUU y la entonces Unión Soviética. Era cosa de dos, y ese mundo se acabó por mucho que algunos insistan en que hay un retorno a la Guerra Fría, aunque no tiren sus antiguos libros sobre disuasión nuclear, como el de Pensar lo impensable de Herman Kahn (1962). Esta vez, hay más jugadores, con muchas menos armas nucleares –aunque las suficientes para destruir el mundo varias veces–, y sin una confrontación de sistemas económicos y socio-políticos. El peligro es que esta nueva carrera lleva a bombas nucleares más pequeñas, más precisas y más rápidas –“hipersónicas”–, que aumenten la tentación de usarlas.
El plan de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear (NNSA en sus siglas en EEUU) gira en torno a su llamada estrategia de consolidación “3 + 2”. El arsenal de mañana consistiría en tres ojivas desplegadas en la Fuerza Aérea y misiles de largo alcance de la Marina y dos tipos de armas nucleares lanzadas desde el aire desplegadas en misiles de crucero y bombarderos.
La Administración Obama responsabiliza esencialmente a Rusia de no haber aprovechado el nuevo acuerdo START de 2010 (que EEUU cumple, aunque nunca lo haya ratificado el Senado) para reducir significativamente su arsenal nuclear. El objetivo es 1.550 cabezas cada uno –excesivas, aunque Donald Trump rechaza de plano tal disminución– cuando suman más de 15.000 entre ambos, incluidas las que no se han desmantelado aún. Rusia está embarcada en la fabricación de misiles más grandes con cabezas múltiples miniaturizadas, o incluso, según algunas informaciones, de drones submarinos que lancen contaminación radioactiva contra ciudades. China, aunque no ha variado su doctrina de nunca ser “la primera en usar” el arma nuclear, podría disponer de las nuevas bombas DZ-ZF hipersónicas –“vehículos hipersónicos por deslizamiento” (hypersonic glide vehicle)– para 2020. Lanzados por misiles, este tipo de cabeza se separa y vuela muy rápidamente y cambiando constantemente su trayectoria, lo que impide cualquier defensa contra ella. Además, está renovando sus cohetes de largo alcance. Pero, con algo más de dos centenares de cabezas (240 según las cuentas habituales, aunque pueden ser más), China en este campo queda muy lejos de rusos y norteamericanos.
EEUU también está desarrollando sus bombas hipersónicas aunque la primera prueba en 2014 falló, y en principio no están destinadas a portar cargas nucleares sino convencionales, pero por su precisión y rapidez pueden destruir silos enemigos. El programa de modernización nuclear en el que se ha lanzado Obama puede llegar a costar 3 billones de dólares en 30 años. El ensayo en Nevada el año pasado de un nuevo modelo de cabeza mininuclear B61-12, probado sin carga, fue calificado por Moscú de “irresponsable” y “provocador”.
Con todo ello, se está avanzando hacia nuevos tipos de sistemas pequeños, indetectables y precisos. La Unión de Científicos Preocupados (Union of Concerned Scientists), que incluye a algunos ex funcionarios y expertos de la Administración Obama en cuestiones de seguridad, ha criticado estos pasos en varios informes desde 2013. Incluso el general James E. Cartwright, en la reserva pero que fue vicepresidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor con Obama y anteriormente jefe del Mando Estratégico Aéreo (Strategic Air Command, que controla aviones y misiles con carga nuclear), ha alertado públicamente que ir a armas nucleares más pequeñas y más precisas lleva a hacerlas “más pensables” (more thinkable), es decir, que acerca su posible uso.
En la reciente Cumbre sobre Seguridad Nuclear en Washington, el propio Obama reconoció el peligro de que un “aumento gradual de los sistemas nuevos y más mortales y más eficaces que acabe llevando a una escalada totalmente nueva en la carrera de armamentos”. Es decir, muy lejos de sus intenciones iniciales a este respecto. Y no por la díscola y peligrosa Corea del Norte o cuando la diplomacia de Obama ha logrado el importante hito de que Irán renuncie, al menos por 10 años, a desarrollar un programa de armas nucleares.
Curiosamente, todo esto no parece formar parte de la bastante razonable Doctrina Obama que el presidente planteó en su reciente entrevista a The Atlantic.