La cooperación para el desarrollo se enfrenta a una aparente contradicción: cada vez hay menos países que la necesitan y, sin embargo, sigue siendo absolutamente necesaria. Durante la última década ha aumentado notoriamente su cartera de retos, heredados y nuevos, entre los que destacan los compromisos que promueve la nueva agenda global para el desarrollo. En ese nuevo contexto es esencial llevar a cabo una reflexión profunda para asegurarnos de que sigue siendo un instrumento útil. Esa reflexión debe responder a tres ejes prioritarios:
- La nueva agenda global nace del reconocimiento de que el mundo es muy diferente al que era hace 15 años y promueve una agenda ambiciosa que exige un gran esfuerzo colectivo. Ese esfuerzo, sin embargo, no se refleja en la contribución financiera que ofrece la ayuda, que prácticamente se convierte en un elemento accesorio para promover la agenda global. ¿Seremos capaces de reconceptualizar el papel de la ayuda para contribuir a lograr las aspiraciones de la agenda global?
- La crisis de los refugiados, los ataques terroristas y la inmigración han tenido un enorme impacto mediático y político, exigiendo soluciones a problemas que no se habían observado con el necesario rigor o medios. ¿Será posible dar soluciones creíbles a ese nuevo espacio híbrido, entre lo humanitario y el desarrollo, que surge de procesos de desestabilización interna y regional de conflictos como el de Siria, Libia, Irak o Afganistán, o a los grandes desafíos derivados de los movimientos masivos de población?
- Por último, la naturaleza de los nuevos retos trasciende la capacidad de la cooperación tradicional y reclama cambios en cuanto a objetivos, estrategia y funcionamiento de muchos de sus operadores tradicionales. ¿Estamos dispuestos, especialmente a nivel europeo, a modernizar la contribución que hace la cooperación para el desarrollo, incluyendo nuevas formas de trabajar juntos?
Nos enfrentamos, por tanto, a algo más que a un mero lavado de cara. Una parte importante de la nueva cooperación para el desarrollo no dependerá tanto de la capacidad de implementar proyectos de desarrollo, sino en desarrollar la suficiente infraestructura técnica y organizativa para poder incidir en procesos políticos, regulatorios y presupuestarios. En ese sentido, se deberán invertir más esfuerzos en acompañar el avance de una co-responsabilidad activa en la consecución de objetivos compartidos (por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible – ODS), a través de un diálogo continuado.
En ese diálogo será fundamental implicar a un mayor número de actores, internos y externos, en la conceptualización y ejecución de alianzas y estrategias consensuadas a largo plazo, que promuevan procesos de desarrollo (como los relacionados con los ODS) que estimulen el debate político doméstico y la movilización de recursos internos, que sepan invertir en líderes y organizaciones que defienden y promueven los ODS, y que promuevan una mejor distribución de responsabilidades y medición de resultados.
La creación de nuevas plataformas y partenariados entre organizaciones de la sociedad civil, gobiernos, sector privado, etc., ofrecen ya una modalidad excelente para navegar en esa dirección. Algunos ejemplos como la Blueprint for Jobs in Africa, el Foro Político para el Desarrollo (FPD) o la Asociación Mundial para una Cooperación para el Desarrollo Efectivo nos ayudan a tener una comprensión más profunda de muchos de los retos específicos que afrontamos durante los próximos años. Estas iniciativas contribuyen con datos y análisis a la consolidación del diálogo que integra las voces de todos aquellos que participan (desde gobiernos y organizaciones internacionales a sindicatos y ONGs de todo el mundo) y vigorizan los compromisos acordados internacionalmente. Al mismo tiempo fomentan la consolidación de métodos para coordinar soluciones conjuntas, medir avances y, en definitiva, promover procesos de cambio mucho más consensuados, a través de un lenguaje y una acción común.
Sin embargo, esos espacios de trabajo, claramente en alza, en los que interactúan un número creciente de intereses y organizaciones, están todavía lejos de ser todo lo productivos que deberían. Convendría evitar que se conviertan en una moda pasajera y, para ello, asegurarnos de que proporcionan los resultados esperados, a través de una identificación paulatina de vínculos, objetivos y acción común. Para ello debemos empezar a hacer un trabajo mucho más riguroso que el que está teniendo lugar ahora.
Por una parte, es conveniente orientar una parte de la cooperación para el desarrollo a trabajar mejor de forma conjunta, trascendiendo la prácticas norte-sur de la cooperación tradicional y adaptando métodos de trabajo que sean capaces de meterse “bajo la piel” de nuevas configuraciones y esquemas de cooperación. Para ello será necesario identificar mejor los incentivos para consensuar estrategias, en el marco de las prioridades políticas y la capacidad existente, repensar estructuras institucionales y modelos financieros, identificar patrones de gobernabilidad que se adecuen a las necesidades específicas de diferentes tipos de cooperación, sus modalidades operativas, la división del trabajo entre organizaciones, etc.
Por otra, hace falta nutrir dichas necesidades con nuevas competencias. Siguen existiendo grandes déficits en la aplicación de conocimiento especializado (salud, infraestructura, agricultura, etc.) a marcos de trabajo más amplios, que estimulen, por ejemplo, un mayor arraigo de buenas ideas y prácticas a nivel geográfico o sectorial. Dicho conocimiento especializado se beneficiaría enormemente gracias a capacidades complementarias de liderazgo intercultural, análisis de redes, desarrollo de alianzas y estrategias, comunicación (audiovisual) y redes sociales, formadores en cooperación multi-actor, evaluadores con capacidades diferentes a las de los programas tradicionales, etc. Finalmente, la cooperación para el desarrollo debe empezar a trascender la “industria de la ayuda” e incorporar en su hoja de ruta formas más proactivas y minuciosas de arraigar un imperativo ineludible de responsabilidad compartida, que se materialice en nuevas formas de acción colectiva, capaces de afrontar decididamente los ambiciosos retos presentes y futuros.