Si en España se han necesitado 315 días y dos elecciones para conformar un nuevo gobierno, en Líbano, batiendo su propio record, han sido necesarias 46 convocatorias parlamentarias a lo largo de los últimos 30 meses para poder nombrar a un nuevo jefe del Estado. Si nadie lo impide esta vez, la designación del general cristiano maronita Michel Aoun como presidente libanés podría marcar el punto de partida de un desbloqueo político –pero también económico y social– que, en todo caso, no augura una fácil salida del túnel en el que el país de los cedros lleva tanto tiempo metido.
El desbloqueo político se ha producido tras la aceptación de la candidatura del general por parte de Saad Hariri, convencido de que, como contrapartida, logrará volver a ocupar el puesto de primer ministro. Aoun ya contaba de antemano con el apoyo de Hezbolá –como resultado de una alianza que se remonta, con sus altibajos correspondientes, a hace una década– y también del otro grupo chií relevante en la escena libanesa, Amal. Queda por ver, en todo caso, si esto es suficiente para sumar los necesarios 86 votos favorables de entre los 128 diputados del parlamento libanés.
Aunque su elección ponga fin a la parálisis provocada por la extrema polarización de las fuerzas parlamentarias en torno a la Alianza 14 de Marzo –antisiria, apoyada por Arabia Saudí y con el Movimiento del Futuro como grupo principal, con Hariri al frente– y a la Alianza 8 de Marzo –prosiria, apoyada por Irán y con Hezbolá como referente destacado–, eso no hará que desaparezca milagrosamente el creciente sectarismo interno en el conjunto de las 18 confesiones religiosas reconocidas. Tampoco se evaporará de repente la notoria injerencia de actores externos –sea Damasco (momentáneamente fuera de juego), Teherán y Riad, pero también Washington, París y Moscú. De hecho, esos factores son los que han determinado que los doce presidentes que ha tenido Líbano desde su independencia en 1943 hayan sido realmente nombrados en el exterior.
A fin de cuentas, desde su artificial creación por decisión francesa, Líbano ha vivido permanentemente en crisis. Sin ningún recurso relevante sobre el que basar su desarrollo, este pequeño enclave de apenas 10.500km2 presenta una acusada fragmentación religiosa, apenas controlada por las estipulaciones del Acuerdo de Taif (1989) que puso fin a quince años de guerra civil. Aunque las tropas sirias se vieran obligadas a abandonar en 2005 lo que Damasco ha entendido siempre como un virreinato, la debilidad estructural libanesa ha hecho del país un escenario frecuente de los choques por interposición entre las potencias regionales que pugnan por el liderazgo. Y hoy es Irán quien, a través de un Hezbolá crecido tanto política como militarmente, parece cobrar ventaja frente a una Arabia Saudí que, ya en la pasada primavera, optó por cerrar el grifo financiero con el que trataba de acercar el ascua a su sardina. Estas graves carencias y deficiencias internas hacen, en definitiva, de Líbano un país estructuralmente débil, necesitado de ayuda exterior para poder soportar la carga que le toca arrastrar; o, lo que es lo mismo, un territorio en el que otros actores exteriores acostumbran a dirimir sus diferencias.
Aunque Aoun logre el puesto, interesa no olvidar que los poderes reales del jefe del Estado son muy limitados y que la clave principal para superar el bloqueo actual está en la formación de un nuevo gobierno. Hariri es el candidato con más opciones, pero su propia pérdida de peso –por un lado, visto como demasiado cercano a Riad y, por otro, como demasiado interesado en sus propios negocios al frente del declinante conglomerado Saudi Oger Ltd.– lo convierte en una alternativa escasamente sólida. Muchos son los obstáculos que tendrá que superar para conformar un gabinete representativo que resulte del agrado tanto de Riad como de Teherán, de los múltiples actores políticos locales y, no menos importante, del conjunto de la población. Una población frustrada desde hace tiempo y movilizada en contra de una clase política cada vez menos representativa –sirva como referencia aún cercana el impacto de plataformas ciudadanas como You Stink (Apestas), que iban mucho más allá de la protesta por el pésimo funcionamiento del servicio de recogida de basuras que durante meses se han acumulado en Beirut. Se trata de movimientos sociales transversales, que crecientemente escapan al control de los actores políticos tradicionales y que muestran su rechazo a una clase política que ven apestada por su apego a las poltronas del poder, su alto nivel de corrupción y su falta de sensibilidad respecto a los problemas diarios de la población (sea el transporte, el sistema sanitario, la educación o tantos otros).
Difícilmente podrán el octogenario Aoun y el cuestionado Hariri –que nunca ha logrado sustituir a su asesinado padre en el corazón de los suníes libaneses– gestionar exitosamente una agenda política tan enrevesada, al tiempo que procuran superar el descontento popular, la grave crisis socioeconómica y la contaminación que supone el conflicto sirio, tanto en términos de violencia en alza como de afluencia de refugiados que escapan del conflicto (y que representan ya más del 20% de la población).
Suerte en todo caso.