Tras ocho años de tregua diplomática entre Pekín y Taipéi (2008-2016), en los que la República de China ha estado gobernada por el Partido Nacionalista Chino o Kuomintang (KMT), el retorno al poder del Partido Democrático Progresista (PDP) abre un nuevo capítulo en las relaciones entre las dos orillas del estrecho de Taiwán. Este es uno de los puntos más calientes de Asia Oriental, siendo la disputa que tendría más probabilidades de desembocar en un enfrentamiento bélico directo entre China y EEUU. De ahí la enorme atención que despierta su evolución y las perspectivas que se abren con el cambio de partido gobernante en Taiwán.
“La presidenta Tsai ha optado por una vía intermedia a las de sus dos predecesores con la intención de mantener una colaboración fructífera con Pekín a la vez que la unidad del PDP.”
El pasado 20 de mayo, Tsai Ing-wen se convirtió en el segundo presidente de Taiwán proveniente del PDP, partido que tradicionalmente mantiene una relación con Pekín más difícil que la del KMT, pues, comparativamente, sus seguidores se sienten menos vinculados a China y son más favorables a la independencia de Taiwán. El punto álgido de esa tensión entre los líderes del PDP y del Partido Comunista Chino se alcanzó durante los dos mandatos de Chen Shui-bian al frente de Taiwán (2000-2008). Chen recurrió en varias ocasiones a tensar las relaciones con Pekín, mediante modificaciones unilaterales del estatus quo en el estrecho de Taiwán, buscando aumentar su popularidad entre el electorado taiwanés. Esta estrategia elevó sobremanera la tensión en la región, llegando a ser un auténtico quebradero de cabeza no sólo para China, sino también para EEUU, debido a su compromiso a defender la isla frente a agresiones externas.
A pesar de compartir partido, Tsai Ing-wen no tiene, ni mucho menos, el perfil de alborotador del ex presidente Chen, que incluso le llevó a ser criticado en varias ocasiones por la Administración Bush. Tsai no ha necesitado provocar a China para alcanzar un apoyo electoral mucho mayor del que nunca obtuvo Chen. Tanto durante la campaña como en su reciente discurso de investidura, la nueva presidenta taiwanesa ha defendido la defensa del status quo en las relaciones con Pekín y la conveniencia de que ambos gobiernos colaboren en beneficio de sus respectivas sociedades. Este enfoque pragmático al abordar las relaciones con China es coherente con el protagonismo conferido por la presidenta Tsai a la búsqueda de soluciones a los problemas socio-económicos que encara Taiwán, pues no debe olvidarse que el 40% de las exportaciones taiwanesas tiene como destino la República Popular China. Estas prioridades también se han plasmado en la composición de su gabinete, formado fundamentalmente por personas con una alta capacitación y un talante pragmático en vez de por figuras fuertemente ideologizadas o pro-independentistas.
Sin embargo, Tsai Ing-wen tampoco es Ma Ying-jeou, el presidente saliente del KMT, bajo cuyos dos mandatos se ha vivido un período de gran estabilidad entre Pekín y Taipéi, encarnado en una tregua diplomática oficiosa y en el Acuerdo Marco de Cooperación Económica. La buena sintonía de Ma con Pekín, escenificada en su reunión con Xi Jinping el pasado noviembre en Singapur, se fundamentaba en el llamado “Consenso del 92”, por el que ambos gobiernos reconocían el principio de una sola China, y que cada uno hacía su propia interpretación de dicho principio. El PDP ha criticado sistemáticamente dicho “consenso” por diferentes motivos, siendo el más importante de ellos que presupone que Taiwán es una parte de China y, por consiguiente, no reconoce a la población de Taiwán como un pueblo soberano. Desde esta óptica, si Tsai Ing-wen aceptase explícitamente el “Consenso del 92” correría el riesgo de alienar a los votantes que se sienten exclusivamente taiwaneses (el 60% del total) y/o que se muestran partidarios de la independencia de Taiwán (un 25% del total). Esto podría incluso provocar una fractura dentro del PDP, similar a las sufridas en el pasado por el KMT, en la que los líderes políticos más beligerantes con Pekín optasen por formar un nuevo partido.
La presidenta Tsai ha optado por una vía intermedia a las de sus dos predecesores con la intención de mantener una colaboración fructífera con Pekín a la vez que la unidad del PDP. Para lograrlo, está basando su política hacia China sobre cuatro pilares. El primero es el reconocimiento del hecho histórico que supuso la reunión de 1992 para que ambos gobiernos optasen por aparcar sus diferencias y poder centrarse así en negociar acuerdos mutuamente beneficiosos. El segundo es su beneplácito a los frutos que han producido los convenios y los intercambios entre las dos orillas del estrecho. El tercero sería el mantenimiento del actual marco constitucional de la República de China, lo que puede interpretarse como un reconocimiento implícito al principio de una sola China. El cuarto punto es el respeto a la voluntad de la población de Taiwán.
Ante esta situación, Pekín tiene cuatro opciones posibles, aunque en la práctica son tres. La primera, que en realidad está fuera de la agenda política, sería intentar ocupar Taiwán por la fuerza y legitimar este movimiento apoyándose en organizaciones locales más favorables a la unificación, como el KMT, el Partido de la Gente Primero o el Partido de la Promoción de la Unificación con China. Esta opción no se plantea por el altísimo nivel de incertidumbre que conlleva, pudiendo desembocar en un conflicto bélico a gran escala con consecuencias desastrosas para la economía china y para la continuidad del Partido Comunista Chino en el poder.
La opción opuesta, que Xi Jinping aceptase sin más la nueva línea política marcada desde Taipéi, sí es plausible, aunque bastante improbable. Esta maniobra supondría un acomodo por parte del presidente chino, que ha calificado el “Consenso del 92” como la “brújula mágica” que permite calmar las aguas del estrecho de Taiwán. Este movimiento podría dar una imagen de debilidad interna, que resultaría perjudicial para Xi de cara a las maniobras de poder en las que está envuelto de cara a la renovación de parte de la cúpula dirigente del partido que se anunciará el próximo año. Además, la reacción mediática en China al discurso de investidura de Tsai Ing-wen no apunta en este sentido.
Una tercera posibilidad, que es la seguida actualmente por Pekín, es adoptar una actitud intransigente y negarse a cualquier tipo de colaboración con el nuevo gobierno taiwanés hasta que Tsai Ing-wen acepte el “Consenso del 92”. Esta opción sólo podría funcionar si Pekín lograra ofrecer a Tsai incentivos suficientes para que estuviese dispuesta a asumir el significativo coste político que le supondría aceptar públicamente el “Consenso del 92”. Esto parece muy complicado, incluso si China aplicase una política de palo y zanahoria, combinando presión diplomática con concesiones económicas. Por el momento, la táctica del gobierno chino se está centrando más en ejercer una presión política y diplomática moderada. Prueba de ello son las declaraciones desde la Oficina de Asuntos de Taiwán tras la toma de posesión de Tsai, supeditando la continuidad del mecanismo de comunicación regular entre las autoridades de ambos gobiernos y de las reuniones entre la Asociación para las Relaciones a través del Estrecho de Taiwán y de la Fundación para los Intercambios a través del Estrecho al mantenimiento del “Consenso del 92”. Por no hablar del establecimiento en marzo de este año de relaciones diplomáticas entre la República Popular China y Gambia.
El gran interrogante que plantea esta estrategia es si Pekín tiene capacidad para ofrecer incentivos económicos o políticos que contentasen a los sectores más pro-independentistas del PDP en caso de que su líder siguiese la misma política con China que el KMT. No conviene olvidar que gran parte del PDP y de su electorado ven a Ma Ying-jeou como un traidor a Taiwán, por haber estado sacrificando el interés de la isla a favor de China durante su mandato. De ahí que una actitud intransigente por parte de Pekín, que condicionase cualquier tipo de colaboración a la aceptación del “Consenso del 92”, probablemente conduciría a una situación de tensión entre los gobiernos de las dos orillas del estrecho de Taiwán. En ese escenario, la presión de China sólo conseguiría incrementar en Taiwán el número de partidarios de la independencia de la isla, como ya sucediera durante el gobierno de Chen Shui-bian. Por el contrario, los datos de encuesta ofrecidos por el Centro de Estudios Electorales de la Universidad de Chengchi muestran que esta tendencia pro-independentista entre 2000 y 2008 se revierte durante los mandatos de Ma Ying-jeou.
Además, a diferencia de lo sucedido durante el mandato de Chen, de infausto recuerdo para el Departamento de Estado norteamericano, el deterioro de las relaciones entre Pekín y Taipéi no socavaría los lazos entre Washington y Taiwán, sino que probablemente los reforzaría. Esto contribuiría a reforzar el re-equilibrio estratégico de Obama hacia Asia en detrimento de la influencia de China en la región.
“Aunque la situación podría deteriorarse, los intereses de China y Taiwán parecen favorecer una dinámica negociadora.”
Una cuarta opción, que bien pudiera ser la que acabara por imponerse, es que Xi y Tsai lleguen a un nuevo compromiso político, que no obligue a la presidenta del PDP a abrazar explícitamente el “Consenso del 92”, pero que sirva para que ambos gobiernos sigan trabajando conjuntamente, aunque no sea con el mismo grado de complicidad con el que lo han venido haciendo en los últimos ocho años. De hecho, el propio “Consenso de 1992” es un claro ejemplo de cómo se han alcanzado este tipo de soluciones en el pasado, pues es un concepto que no fue acuñado hasta el año 2000 para presentar en términos positivos una situación que en su momento fue interpretada como un fracaso por ambas partes. La clave para que se imponga esta postura de consenso será que Tsai consiga convencer a las autoridades chinas de que es una interlocutora fiable para mantener el statu quo en el estrecho de Taiwán y que prioriza la paz y la estabilidad sobre la promoción de la independencia de Taiwán. Esto tampoco será fácil, como se recuerda en un comunicado publicado por la propia Oficina de Asuntos del Estrecho tras la toma de posesión de Tsai, recordando el precedente tan negativo que tuvieron las autoridades chinas con Chen Shui-bian, quien intentó mostrarse conciliador con Pekín al llegar al poder, pero luego trabajó de forma sistemática a favor de la independencia de Taiwán.
En conclusión, es éste un momento de impasse debido a que la nueva presidenta de Taiwán no abraza explícitamente el acuerdo político, conocido como “Consejo del 92”, que durante los últimos ocho años de gobierno del KMT permitió una mejora sustancial de las relaciones entre Pekín y Taipéi. Aunque la situación podría deteriorarse, los intereses de ambas partes parecen favorecer una dinámica negociadora, que evite un escenario de enfrentamiento como el vivido durante el gobierno de Chen Shui-bian. Tsai Ing-wen sabe que cuanto mayores sean las tensiones en el estrecho de Taiwán, menos posibilidades tendrá de acometer con éxito la tarea para la que ha sido elegida por los votantes taiwaneses: reactivar la economía y mejorar sus condiciones de vida. Igualmente, en Pekín son conscientes de que un retorno a una dinámica confrontacional no haría más aumentar el apoyo a la independencia en Taiwán y complicar su panorama estratégico en un contexto de creciente presencia estadounidense en la región. De ahí que ambas partes estén prácticamente condenadas a buscar un acomodo que les permita trabajar juntas.