En los últimos tiempos la denominada iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda ha despertado grandes expectativas. El gobierno chino pretende darle un gran espaldarazo internacional con el Foro que va a celebrarse el 14-15 de mayo en Pekín, al que asistirán líderes como Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdoğan, Rodrigo Duterte, pero pocos líderes occidentales, entre ellos el presidente del gobierno español –algo que, por cierto, puede ser apreciado por las autoridades chinas y tener un efecto positivo para los intereses económicos españoles.
¿Se ha exagerado la trascendencia de esta iniciativa china, de las oportunidades de negocio que van a suponer las inversiones previstas, de cientos de miles de millones en los próximos años, fundamentalmente de infraestructura, con el fin de desarrollar un gran corredor económico euroasiático?
La Nueva Ruta de la Seda, conocida también por sus siglas en inglés OBOR (“One Belt-One Road”) ofrece luces y sombras, y también notables incertidumbres. El gran propósito de OBOR es el desarrollo de infraestructuras, y con ellas de las relaciones económicas y comerciales, a lo largo de dos rutas: una terrestre, que sigue más o menos la antigua Ruta de la Seda, desde China hacia Europa pasando por Asia central y Oriente Medio; y otra marítima, desde China hasta el Mediterráneo pasando por el sur de Asia y Africa oriental. Más de 60 países podrían beneficiarse de proyectos desarrollados bajo el paraguas de OBOR.
Se están barajando cifras espectaculares de inversiones, durante un periodo que puede llegar a una década. Un reciente informe de Credit Suisse habla de medio billón (español) de dólares en inversiones. A ello se añadirían inversiones adicionales en Africa por unos 80.000 millones de dólares, en 13 países. Otras estimaciones, como la recogida por el Financial Times, hablan de 900.000 millones de dólares en inversiones.
El respaldo del poder económico chino
Para financiar estas inversiones se cuenta con la gran potencia económica de China, y su enorme volumen de reservas de divisas. China ha creado un fondo especial para la Nueva Ruta de la Seda, y ha liderado la creación del Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB), que dirigirá una parte importante de su financiación hacia proyectos OBOR.
Aparte de las motivaciones económicas, en la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda se pueden ver también motivaciones geopolíticas. Para algunos observadores se trató en el momento de su lanzamiento de una alternativa al TPP y el TTIP, mediante la creación de una gran zona euroasiática rival a los dos espacios, en el Pacífico y en el Atlántico, que representaban estos dos últimos acuerdos, y en los que Estados Unidos era un protagonista principal.
Con la Nueva Ruta de la Seda China espera aumentar su influencia y su papel en la escena internacional, algo que ahora se ve favorecido por el repliegue internacional de Estados Unidos con Trump.
De esta forma, en un momento de ascenso del proteccionismo y el nacionalismo, China se proyecta ante la comunidad internacional como promotor de la globalización y la apertura.
Recelos e incertidumbres
Pero, por otro lado, los beneficios de la Nueva Ruta de la Seda han sido cuestionados. Una de las motivaciones clave de OBOR es impulsar el crecimiento económico de China, en unos momentos en los que éste ha sufrido una cierta desaceleración, y en determinados sectores (como siderurgia o cemento) existen ingentes excesos de capacidad.
Se ha señalado que esta iniciativa será una vía para exportar estos excesos de capacidad, lo que perjudicará a los fabricantes de esos productos en otros países. Además, se dice, los proyectos, o la mayor parte de ellos, serán ejecutados por empresas chinas.
Los métodos de gestión de estas inversiones también han sido cuestionados. El Banco Asiático de Desarrollo, por ejemplo, ha cuestionado la “viabilidad económica” de ciertos proyectos OBOR en Asia central.
De carácter más general son las crecientes críticas y recelos hacia las inversiones chinas, por diversos motivos (el carácter estatal de muchas de las grandes empresas chinas que están invirtiendo en el exterior, el temor a perder el control de sectores estratégicos de la economía, etc.). Se habla incluso de un nuevo “colonialismo chino” –un reciente artículo en The New York Times se titulaba de forma elocuente “Is China the World’s New Colonial Power?”.
Muchos países se enfrentan a sentimientos contradictorios: ambicionan pero al mismo tiempo recelan de las inversiones chinas.
Estas críticas están fomentando recelos y rechazos frente a la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, como destacaba un reciente artículo en The Economist.
A todo esto se une el empeoramiento del marco de negocios en China para las empresas extranjeras, que critican la asimetría que supone la libertad con la que se mueven las empresas chinas en los países occidentales, mientras que las empresas occidentales se enfrentan a crecientes limitaciones en el mercado chino.
La Nueva Ruta de la Seda puede ser una de las iniciativas más importantes para la economía internacional en el próximo futuro. China la ha convertido en un elemento central de su proyección exterior, económica y política. Pero hay que ser prudentes: en muchos países se han despertado grandes expectativas, minusvalorando quizás los obstáculos y recelos que la Ruta suscita.