La muerte del presidente Beji Caid Essebsi el pasado 25 de julio no supone una vuelta a la casilla de salida para Túnez, sino una nueva oportunidad para reforzar y reconducir un proceso de transformación política, social y económica como no hay ningún otro en el mundo árabe. Ni Essebsi era una réplica del dictador egipcio, Abdelfatah al Sisi,- como algunos de sus críticos han querido ver, poniendo el énfasis en su larga trayectoria política al lado del fundador, Habib Burguiba, y de su sucesor, Ben Ali-, ni la situación actual de Túnez es comparable a la de finales de 2010, cuando el dictador Ben Alí empezaba a contar sus últimos días en la presidencia.
En el balance de estos últimos años, y a pesar de notorios errores y limitaciones, el haber es aún mayor que el debe. A diferencia de vecinos como Libia y Egipto, Túnez ha logrado evitar la caída en un conflicto violento generalizado o en una nueva dictadura, aunque no se haya visto libre de la amenaza terrorista (como se ha vuelto a ver el pasado 27 de junio con un doble atentado suicida en la propia capital) y del sombrío panorama que se deriva del previsible retorno de muchos de los más de 6.000 jóvenes tunecinos que se han alistado en las filas yihadistas en otros escenarios bélicos de Oriente Medio. Del mismo modo, ha conseguido poner en marcha un proceso político que, sin haber rematado definitivamente, ha ido más allá de un mero cambio de cara en la presidencia, al tiempo que ha sabido integrar en el juego político al islamismo político, con Ennahda en primera línea.
En ese proceso no solo ha habido oportunidad para la cohabitación entre fuerzas aparentemente irreconciliables (Nida Tunis y Ennahda), sino también para instaurar medidas inauditas en el mundo árabe (y, en buena parte, también en el occidental), como la obligación de presentar listas paritarias a las elecciones, el relevo pacífico en el poder como resultado de las elecciones (en 2014 Ennahda cedió el puesto a Nida Tunis, desmontando uno de los tópicos más difundidos sobre el islamismo político). A eso se unen medidas legislativas que acercan a las mujeres a una verdadera igualdad de derechos; todo ello en un país árabe que siempre ha ido por delante del resto en la presencia de las mujeres en la vida pública, como bien lo demuestra la elección como alcaldesa de la capital, en 2018, de una mujer militante en las filas del mismo Ennahda.
Eso no quiere decir que las sombras que se ciernen sobre el inmediato futuro no sean muy inquietantes. En el terreno político el país ya estaba a la espera de una doble convocatoria electoral (presidenciales y legislativas) para el próximo otoño, por lo que la desaparición de Essebsi únicamente acelera el proceso tras la decisión de organizar las primeras el 15 de septiembre (y todavía sin fecha para las segundas). Se trata de unos comicios que llegan cuando Nida Tunis- más preocupado últimamente en peleas intestinas que en atender a las necesidades del país- se ha roto definitivamente. En esas peleas- y más allá de las tensiones creadas por la apuesta personal de Essebsi de promover a su propio hijo, Hafez Caid Essebsi, como líder del partido- destacan las desavenencias entre el propio presidente y su primer ministro, Yusef Chaheb, sobre todo por el interés del primero por consolidar un sistema presidencialista, frente a la opción más parlamentarista del segundo. Ese choque de voluntades ha derivado en la aparición de un nuevo partido, Tahya Tunis, con el propio Chaheb a la cabeza.
Pero más allá de personalismos seguramente inevitables en un partido que, más bien, es una amalgama de antiislamistas con un barniz democrático no siempre sincero, lo más preocupante es el hecho de que Túnez no haya logrado aprobar una nueva ley electoral y que no disponga de un Tribunal Constitucional operativo. En esas condiciones- y mientras Ennahda parece preparado para la disputa electoral con su histórico líder, Rachid Gannouchi, al frente- cabe imaginar que se llegara a los comicios con la actual ley electoral, o, lo que es lo mismo, sin que llegue a ser efectiva la que Essebsi tenía sobre la mesa, que contemplaba facilitar la vuelta a la escena política a personajes muy ligados a la dictadura y, sobre todo, impedir la participación a candidatos en alza tan populares como el magnate de la televisión, Nabil Kadouri. Al frente de Nessma TV Kadouri ha sabido crearse una imagen de crítico con el poder que, según las encuestas, atrae a muchos de los tunecinos que no ven mejorar su nivel de vida y que perciben que Nida Tunis (o Tahya Tunis, conformado por los que se han ido desenganchando del partido) siguen demasiado lastrados por el pasado de colaboración con la dictadura.
Es difícil adivinar cómo podrán resolverse las disputas entre posibles candidatos, cada uno tratando de hacer valer la ley electoral que más les interese y sin un Tribunal Constitucional, que nunca ha llegado a formarse desde la aprobación de la ley fundamental en enero de 2014. Y todo ello mientras se sigue deteriorando la situación económica, sobre todo por su incapacidad para generar empleo.