Mark Zuckerberg ha cambiado la misión de la red social que co-fundara hace justamente 13 años. En una declaración de 5.800 palabras publicada el mismo día que Donald Trump calificaba en Twitter a varios medios de comunicación estadounidenses de “enemigos del pueblo”, afirmaba que Facebook aspira a “construir la infraestructura social para una comunidad global”. Frente al objetivo inicial de conectarnos con la familia y los amigos, y luego convertirse en “una fuente de noticias y discurso público”, la nueva misión es mucho más amplia. Tanto que ha despertado algunos temores.
“En tiempos como estos”, destaca, “lo más importante que puede hacer Facebook es desarrollar la infraestructura social para dotar a la gente del poder de construir una comunidad global que trabaje para todos nosotros”. Para lograr un “mundo mejor”, “más abierto y conectado”. Proclama así para su red funciones de ingeniería social que habitualmente asumen los Estados, aunque no haya Estado global, sino, si acaso, gobernanza global. Facebook quiere ser parte de esa gobernanza, en estos tiempos en que el poder político a menudo se esfuma, pero el hueco lo llenan o lo amplían otras cosas. Faceook es una de ellas. Pero como señalaba Carole Cadwalladr en The Guardian, “¿queremos que cualquier gran empresa tenga tanto poder no controlado?”. Cuidado, advierte esa comentarista, pues las buenas intenciones no bastan. O como se suele decir, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Zuckerberg reconoce que la diversidad cultural en el mundo puede dificultar al surgimiento de esa “comunidad global” que pretende poner en pie, pero Facebook puede ayudar a superar esas barreras. En el único gesto de modestia, Zuckerberg viene a admitir que su red, con casi 1.900 millones de usuarios semanales –es decir, la mitad de los de Internet en el mundo– no sólo genera comunidades, sino que “la tecnología y los medios sociales también pueden contribuir a la división y al aislamiento”. Y es así. La nueva conectividad –en la que se incluye Facebook– a la vez une y separa. Se crean comunidades, pero también se fomenta la tribalización a una escala sin precedentes y digital, a veces con consecuencias físico-analógicas. En los mensajes que lleva la plataforma “se premia la simplicidad y se desalienta el matiz”, afirma Zuckerberg: “en el mejor de los casos, centra los mensajes y expone a la gente a ideas diferentes. En el peor, sobresimplifica temas importantes y nos empuja hacia los extremos”. Pero esto ya lo sabíamos desde hace tiempo, cuando Internet y los móviles empezaron a ser masivos, antes de la llegada de las redes sociales, como se explicaba en La fuerza de los pocos (2007). Ahora, se produce por parte de Facebook y otras redes sociales, lo que Borja Bergareche llamaba “el arbitraje emocional de la verdad”, con la llamada “posverdad” y las fake news, las noticias falsas, falseadas o fabricadas, frente a las cuales estas redes sociales, otros medios e instituciones varias, aseguran estar intentando desarrollar nuevos sistemas de defensa mediante recursos de inteligencia artificial.
Facebook y Zuckerberg pretenden fomentar también comunidades cívicamente implicadas. La red social ha logrado que en algunas elecciones en algunos países (EEUU para empezar) la gente se registre para votar. Más la acción cívica en las redes requiere menos esfuerzo que en la calle o en la acción de partidos políticos u ONGs. Es mucho menos engorroso firmar por una red social una petición que hacerlo en la calle o por otros métodos analógicos y no digitales.
El muro de Facebook tiene mucho de la caverna de Platón en la que los que la moran confunden la imagen que se proyecta o los sonidos que se escuchan con la realidad misma que tienen detrás pero no ven, y también de la prisión panóptica de Jeremy Bentham en la que se ve todo lo que hacen los presos pero estos no captan lo que verdaderamente ocurre en la prisión.
En Facebook –dueña también de Whatsapp e Instagram– muchos de sus usuarios desnudan algo más que su alma. Y ahí está la empresa para vender a sus clientes esos datos masivos de sus usuarios, pero de eso no habla Zuckerberg en su declaración de misión. De lo que habla ésta es de crear esa comunidad global y aportar las infraestructuras sociales para lograrlo. Es verdad que estas tecnologías están creando comunidades mucho más amplias y complejas que las de antes, aunque también muy diferentes. Facebook se apoya sobre un enjambre de grupos, pero a Zuckerberg los que más le interesan son lo que llama grupos “muy significativos”, es decir los que “se convierten rápidamente en la parte más importante de nuestra experiencia de red social y en una parte importante de nuestra estructura física de apoyo”. Y los calcula: están integrados por algo más de 100 millones de personas. Son su avanzadilla, su vanguardia.
En el centro de todo este nuevo impulso de Facebook, hay algo, la inteligencia artificial que va a mover estas infraestructuras. Pero estos son algoritmos que, pese al carácter panóptico de Facebook, son secretos. No se enseñan, salvo a los guardianes, y aún menos cómo va a funcionar la cárcel. No se enseña la receta del gran plato global que está preparando.