Hay ocasiones en las que asombra más la ausencia de una noticia que su aparición en los medios. Así, por ejemplo, decir que ayer murieron violentamente x número de personas en Irak, Siria, Yemen o Libia, por no salirnos del mundo árabe, hace ya mucho tiempo que no es noticia alguna; sobre todo, si se publica de manera descontextualizada hasta convertirla en el mejor de los casos en una mera crónica de sucesos absolutamente digerible en el día a día.
Asombra mucho más (aunque realmente habría que decir que asusta y escandaliza) darse cuenta de que los 1,8 millones de habitantes de Gaza siguen atrapados en su larga prisión, sin que eso tenga el más mínimo reflejo no ya en los medios sino, especialmente, en el campo político. Nos ocurre como a los familiares de Gregorio Samsa que, tal como nos cuenta magistralmente Kafka en «La metamorfosis», pronto se acostumbran a la monstruosidad que habita en la casa, hasta el punto de que ya no reparan en ella y muy pronto pueden seguir su vida habitual como si nada hubiera ocurrido.
Hemos llegado a ese punto hace ya demasiado tiempo y, por tanto, nos parece normal que la Franja siga siendo desde 2007 la mayor prisión del planeta, cerrada al mundo por tierra, mar y aire por imposición israelí. También nos lo parece que, en el plazo de seis años, Israel haya efectuado tres desproporcionadas operaciones de castigo, quebrando las normas internacionales más elementales y haciendo dejación absoluta de su responsabilidad como potencia ocupante. En esa misma línea, nos parece asimismo corriente que se sucedan las violaciones diarias del derecho internacional humanitario, castigando colectivamente a una población que en su inmensa mayoría solo aspira a algo tan humano como comer tres veces al día, poder expresar libremente sus ideas y moverse sin temor a ser eliminado violentamente. Y, por lo mismo, tampoco nos sorprende que se incumplan sistemáticamente los compromisos adquiridos en mesas de negociaciones tan publicitadas como vacías de contenido real, como la que llevó el pasado 26 de agosto a determinar un cese total de hostilidades tras la operación israelí Margen Protector.
En aquel momento, solo en Gaza, se contabilizaban 2.132 muertos y 11.100 heridos palestinos (así como 71 fallecidos y 69 heridos israelíes), 12.400 viviendas derruidas (y otras 6.600 seriamente dañadas) -lo que supuso dejar a 17.500 familias sin hogar (un total de unas 100.000 personas que hoy continúan malviviendo en alojamientos improvisados)-, 15km de tuberías de saneamiento de aguas residuales inutilizadas y otros 20km de conducción de aguas potables, 1 hospital y 14 instalaciones de salud arrasados, 8 escuelas devastadas y 250 dañadas (de ellas 90 de la UNRWA) y el depósito de fuel de la planta generadora de electricidad inservible (lo que significa que apenas hay unas seis horas de electricidad al día). Una inquietante contabilidad que se añade, desde 2007, a un derrumbe de la renta per cápita del 30%, a un desempleo del 45% (63% para los jóvenes) y a una dependencia de la asistencia humanitaria que alcanza ya al 80% de los gazatíes. ¿Es necesario añadir más variables para reflejar la desesperación y falta de expectativas de la población encerrada en 400km2? ¿Basta con decir, en respuesta, que también hay violentos entre esos 1,8 millones de personas?
En seguimiento de una secuencia igualmente rutinaria tras cada operación de castigo, también en esta ocasión se volvió a organizar una conferencia de donantes que pretendía volver a la casilla de partida (como si ésa no fuera una situación deplorable). En este caso el propio Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, se atrevió a declarar que debía ser “la última conferencia de donantes para la reconstrucción de Gaza”. Con esa idea, representantes de más de 60 países y organismos internacionales se reunieron en El Cairo en octubre pasado, llegando a comprometer 5.100 millones de dólares para relanzar la economía del Territorio Palestino Ocupado; de ellos, un total de 3.400 quedaban asignados específicamente para Gaza.
Hoy, según cifras del Banco Mundial, apenas se ha desembolsado un 22,5% de dicha cifra (765 millones de dólares) y, por su parte, Israel sigue bloqueando las entradas y salidas de personas y mercancías de la Franja, así como incumpliendo su obligación de transferir automáticamente a la Autoridad Palestina el importe de los impuestos que recauda en su nombre. Y por si esto no fuera señal bastante de la falta de voluntad por atender a la tragedia humanitaria que se registra en la Franja, recordemos que en ningún momento se ha podido poner fin a la violencia (alimentada por los dos bandos), que no hay proceso de paz ni de negociación en marcha (la Autoridad Palestina ha cortado todos los canales de contacto e Israel amenaza con represalias si finalmente apela a la Corte Penal Internacional) y que nada ni nadie (empezando por los propios israelíes) está presionando al gobierno de Benjamín Netanyahu para que atienda sus obligaciones como ocupante y los compromisos del pasado verano para dejar, al menos, respirar un poco a los gazatíes (todo ello sin olvidar a los que viven en Cisjordania). Lo dicho, no hay noticia.