Convertido ya en el protagonista indiscutible de la escena política saudí, Mohamed bin Salman (conocido como MbS) parece dispuesto a no dejar pasar un día sin una nueva propuesta o anuncio que le permita copar los titulares. Los dos más llamativos de esta última semana han sido su anuncio del arranque del proyecto de construcción de NEOM y su decisión de “restaurar” el islam moderado en Arabia Saudí.
NEOM –echando mano del latín y de la inicial en árabe de la palabra “futuro” (mostaqbal)– es el acrónimo elegido para designar una macrociudad que el régimen saudí proyecta crear en las orillas del mar Rojo, en las inmediaciones de Egipto y Jordania. Sus dimensiones exceden las de otros proyectos como la macrociudad china de Jing-Jin-Ji (Beijing-Tianjin-Hebei), la nueva capital egipcia financiada principalmente por China al este de El Cairo o la Sino-Oman Industrial City ya en marcha en la costa omaní del Índico. El sueño es urbanizar un área de 26.500km2 (Galicia entera tiene una superficie de 29.000) con una financiación pública y privada que debe alcanzar los 500.000 millones de dólares. Con el fichaje de Klaus Kleinfeld a la cabeza –consejero delegado de gigantes como Alcoa, Arconic y Siemens AG– Riad pretende dotarse de algo más que de una ciudad completamente nueva que tendrá sus propias leyes e impuestos. Por un lado, aspira a ser un hito mundial en el desarrollo de nuevas tecnologías –con más robots que personas y con energías renovables como bases. Pero también aspira a convertirla en un hub global de tráfico aéreo y en un centro de referencia del comercio mundial, conectando físicamente con Egipto a través del puente Rey Salman que pasará por las “recuperadas” islas de Tiran y Sanafir.
En el marco de la Visión 2030, MbS es el principal convencido de la necesidad de dar un giro estructural, con idea de dejar atrás la dependencia de sus reservas energéticas, al tiempo que se sirve de ellas para mirar hacia el futuro. Todo esto sonaría muy bien si no fuese porque las deficiencias internas ya han impedido la materialización de proyectos similares en el pasado –con la King Abdullah Economic City aún inacabada y la ¡ciudad de entretenimiento de Qiddiya! aún por arrancar–, sin olvidar que compite con ideas similares de otras monarquías del Golfo y necesita no poca financiación extranjera.
Precisamente ese último punto, junto a su afán por ganarse a las jóvenes generaciones que ansían una apertura eternamente relegada, es el que explica su segundo frente de actuación. Necesita, no solo para NEOM, atraer a los inversores extranjeros con fondos y tecnología que permitan modernizar la estructura productiva nacional y hacerla más competitiva, y para ello es fundamental crear un entorno más amigable tanto en términos económicos como sociales. De ahí que MbS haya entrado en una senda que anuncia cambios como rebajar el poder de la policía religiosa, permitir que las mujeres puedan asistir a competiciones deportivas donde también haya hombres o dejarlas conducir un coche a partir de junio del próximo año. Todo ello, chequeando con incesantes “globos sonda”, como la posibilidad de permitir en algún momento inconcreto la apertura de cines o la celebración de conciertos musicales o de danza, hasta dónde llegan los límites de la permisividad del rigorista clero wahabí. Un actor netamente conservador hasta extremos preocupantes –como atestiguan unos textos escolares que siguen de espaldas a la ciencia, con un perfil netamente machista y en los que se enseña abiertamente la necesidad de combatir a los infieles y de matar a los musulmanes que abandonen su religión–, pero vital para dotar de legitimidad al régimen.
En esa línea hay que entender su idea de “restaurar” el islam moderado, idealmente apolítico y centrado en defender a ultranza la obediencia del creyente a su gobernante. Se trata de aligerar la carga de tanta prohibición como la que establece el wahabismo no solo para los saudíes sino para cualquiera que habite aquella tierra. Pero, a pesar de que MbS ha querido establecer 1979 como el año de referencia al que hay que volver, cabe recordar que antes de esa nefasta fecha (matanza en la Meca) el wahabismo ya llevaba dos siglos siendo el sostén legitimador de la casa de los Saud y nada en su esencia puede ser calificado de moderado. El escaso pedigrí acumulado por un régimen que durante décadas ha dedicado decenas de millones de dólares a promover un islam intolerante con la crítica y ajeno a los valores y principios de caracterizan a una sociedad abierta, hace muy difícil que pueda ahora convencer al mundo de su afán moderado. Esto es lo que hace pensar que, a la espera de ver cómo reacciona ese estamento religioso a los intentos de apertura parcial, MbS, además de un buen seguidor de su principal mentor emiratí, Mohamed bin Zayed al Nahyan, desea emular a Tomasi de Lampedusa con su ya conocido lema de “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Y todo eso mientras la campaña militar de Yemen sigue empantanada, el boicot a Qatar está lejos de doblegar al pequeño gigante y la “OTAN islámica” sigue sin concretarse. Si además de eso, MbS confirma el próximo 30 de noviembre su deseo de mantener los actuales recortes en la producción de petróleo más allá de marzo del próximo año –lo que hará aún más difícil cuadrar las cuentas del reino y seguir comprando la paz social–, después de haber tenido que retrasar al menos hasta la segunda mitad de 2019 la parcial privatización de Saudi Aramco, se hace aún más claro que sus sueños de verse reconocido como el factótum regional aún están en el aire.