Ha pasado ya un año desde la operación israelí Tzuk Eitan (Margen Protector), ocho desde que se consumó la fractura intrapalestina, con la toma de Gaza por parte de Hamas, y 48 desde que Israel ocupó los Territorios Palestinos de Gaza y Cisjordania (Jerusalén incluido). ¿Y? Nada.
O al menos nada bueno, porque en todo ese tiempo no se ha logrado alcanzar la paz en Palestina. Es obvio que Israel disfruta de una superioridad militar abrumadora, que (gracias a Washington) cuenta con un margen de maniobra para actuar al margen de la ley internacional que ningún otro país puede emular y que, en términos de seguridad existencial, los palestinos apenas son como una piedra en su zapato. Pero a pesar de todo ello, también es igualmente cierto que ni así –tras seis guerras y dos Intifadas– ha logrado una victoria definitiva que le permita dominar por completo esa ansiada y disputada tierra. Por el camino han quedado asimismo más de 70 planes de paz e innumerables hojas de ruta, informes, proyectos de resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU y esfuerzos diplomáticos de muy variable geometría; arruinados todos ellos por falta de voluntad de las partes para renunciar a sus posiciones maximalistas.
Y así, mientras se extiende una sensación generalizada de frustración y parálisis, parece imponerse la idea de que lo único sensato es dejar pasar más tiempo hasta que finalmente unos y otros se convenzan de que la paz solo será posible mediante la renuncia a esas ensoñaciones maximalistas, alimentadas por una falta de realismo rayano con la pura ignorancia histórica y la ceguera tribal. Pero esa opción solo tendría sentido, en el mejor de los casos, si cada una de las ocasiones perdidas no supusiera un castigo insoportable e injusto para todos los que habitan Palestina. Y es que eso es precisamente lo que ocurre día a día, mientras la comunidad internacional ya hace tiempo que se ha apuntado al business as usual en relación con lo que, por ejemplo, define la situación de los 1,8 millones de gazatíes 12 meses después de la más reciente operación de castigo israelí. El poder de la anestesia inoculada es tan potente que ya:
- No sorprende que un año después más de 100.000 gazatíes (sin que podamos pensar en ningún caso que los habitantes de Cisjordania tienen resueltos sus problemas más básicos) sigan sin alojamiento y solo unos centenares de las más de 18.000 viviendas destruidas durante aquellos cincuenta días de violencia hayan sido reconstruidas. Todo eso contando con que ya antes de la ofensiva israelí el 90% del agua no era apta para el consumo humano y el 57% de los hogares sufría inseguridad alimentaria.
- No escandaliza que la penuria estructural que sufre la UNRWA haga que muy probablemente no puedan abrirse los colegios el próximo mes de agosto, para iniciar un nuevo curso escolar. La falta de fondos para pagar los salarios del personal docente puede terminar convirtiendo el actual deterioro formativo en un fracaso irrecuperable. En el terreno alimentario, si en 2000 la UNRWA atendía a unas 80.000 personas en Gaza, hoy son ya más de 800.000.
- No extraña que, por un lado, haya indicios de negociaciones indirectas entre Hamas y el gobierno israelí, con vistas al establecimiento de una tregua de larga duración y que, por otro, ambas partes estén preparándose para el siguiente choque violento. Tanto unos como otros están atrapados en una dinámica que les impulsa a reforzar sus capacidades militares –sea con más cohetes y misiles o con más escudos antimisiles–, a pesar de que a estas alturas deberían ser conscientes de que la consecución de sus objetivos nunca llegará por esa vía. Lo único que se deriva de esa actitud es la repetición sistemática de choques violentos que retroalimentan esa misma pauta suicida.
- No perturba que se repita el incumplimiento de los compromisos adquiridos con tanta pompa y circunstancia en la última Conferencia de donantes. Sabemos que la tasa de desempleo en la Franja es la más alta del mundo (el 43%, según el Banco Mundial), pero parece que no se quiere sacar conclusiones en términos de inseguridad y rabia apenas contenida por parte de una población sin fututo a la vista. Aun así, aduciendo diferentes razones, los donantes retrasan sine die sus transferencias.
- No alarma la continua violación del derecho internacional, que incluye la interceptación en aguas internacionales del buque Marianne, integrante de la llamada Flotilla de la Libertad III. Definir a Gaza como la mayor prisión del planeta se ha convertido ya en una expresión sin contenido, como si el diario castigo colectivo y la violación sistemática de los derechos de sus habitantes no fueran quebrantamientos inequívocos de las normas más elementales.
Y así seguimos para desesperación de los que sufren las consecuencias y para contento de quienes equivocadamente siguen creyendo que el tiempo corre a su favor.