Hubo un tiempo, ya en plena segunda revolución industrial, que el primer objetivo a capturar por todo movimiento golpista contra gobiernos legítimos era la sede de la Telefónica y de alguna radio. Después fue la televisión. El golpe de Estado de los militares en Myanmar desde el pasado 1 de febrero no sólo ha interrumpido –a ratos– Internet y la conectividad por móviles (como ya ocurrió en Egipto en el golpe encabezado por al-Sisi en 2013), sino que hace uso de las tecnologías digitales más avanzadas, importadas, en la persecución de sus opositores. El bloqueo de la red y los móviles en medio de un golpe, una pandemia y una crisis humanitaria, ha sido calificado por la representante de Amnistía Internacional de “atroz e irresponsable”.
No es una novedad. El Shutdown Tracker Optimization Project (STOP), de la ONG Access Now, registró en 2020 155 interrupciones políticas de Internet en 29 países en el mundo, con la India al frente. Aunque menos que en 2019 (33 países), algunas de ellas han sido de las más largas. Cien millones de personas vieron interrumpida su conexión a Internet en Etiopía durante dos semanas seguidas, en plena pandemia del COVID-19. A principios de enero de 2021 se cortó en Uganda este tipo de comunicaciones para favorecer al candidato oficial, Yoweri Museveni, presidente desde 1986, que ganó. De poco parece servir que en 2016 el Consejo de Derechos Humanos y la Asamblea General, de la ONU calificaran el acceso a Internet como un derecho humano fundamental básico.
El acceso a la red y la conectividad móvil suele ser caro en los países en vías de desarrollo. Myanmar dio, sin embargo, un ejemplo cuando redujo el redujo el coste de las tarjetas SIM de 150 dólares en 2013 a 1,50 dólares en 2015 y trajo millones de nuevos usuarios al mercado. Ese país, con 54 millones de habitantes, cuenta con 24 millones de usuarios de la red de la empresa nacional Correos y Telecomunicaciones, 22 millones de Telenor (de capital noruego) y 10 millones de otra compañía extranjera.
Internet y la conectividad móvil no son sólo un instrumento de relaciones sociales, sino también esencial para la vida económica, que se ha visto interrumpida también por las manifestaciones contra el golpe. Por eso ya no se puede cortar del todo la red, porque es esencial para el funcionamiento de todo país. Durante las primeras horas, la red y la telefonía móvil siguieron funcionando, pero pronto los golpistas birmanos, irrumpiendo a punta de pistola en las operadoras, interrumpieron estas comunicaciones y las fueron cortando sobre todo de 1 a 9 de la mañana y a veces más. Los primeros cortes afectaron sobre todo a la telefonía móvil y a los datos móviles, mientras algunos ciudadanos podían seguir conectados a Internet desde sus casas. Los militares entregaron a los operadores el borrador de una nueva ley de ciberseguridad con medidas draconianas. Al principio, Telenor publicó las instrucciones que recibiría de los militares, pero pronto tuvo que dejar de hacerlo.
Lo que, “por razones de seguridad” según explicaron las nuevas autoridades, se cortó de forma más marcada tres días después fue el acceso a Facebook. En Myanmar, como señala un testigo, “Facebook es Internet”. La red social, que usan más de 22 millones de personas en el país, sirve para recibir noticias y chatear y llamar a amigos y conocidos, incluso para comunicarse entre miembros de sindicatos y coordinarse para movilizaciones políticas. También se cortó WhatsApp. El apagón de las redes se convirtió en un apagón informativo. Había pocos birmanos que tuvieran servicios de VPN (Virtual Private Networks), capaces de sortear estos cortes al margen de los operadores nacionales.
La represión digital ha ido muchos más lejos que cortar la conectividad. Sistemas de vigilancia con drones israelíes, dispositivos europeos (incluidos suecos) para crackear iPhones y otros móviles, y software estadounidense que permite hackear ordenadores y sacar su contenido, han hecho su aparición en este golpe, más allá de la tecnología de vigilancia china o rusa. De hecho, los militares en su represión y expulsión en 2018 de la minoría musulmana de los rohinyás ya hicieron uso de esta tecnología, y aprendieron. A raíz de aquella crisis, muchos gobiernos y empresas fabricantes de estos dispositivos prohibieron su exportación a Myanmar, incluidos los recambios. Pero ahí siguen para triangular a través de las redes, los móviles e Internet los domicilios de los críticos, sean opositores, periodistas u otros, para detenerlos. Las empresas se defienden y culpan a traficantes de que estos dispositivos hayan llegado a Myanmar y se hayan convertido en instrumentos esenciales de un golpe de Estado en la era digital.
The New York Times ha hecho una valiosa labor de investigación al respecto para descubrir en los presupuestos públicos de los últimos dos años, proporcionados por la ONG Justice for Myanmar, “un apetito voraz para la última tecnología de vigilancia” por parte de los militares, que conforman un imperio empresarial dentro de la economía del país. Ya se habían hecho con las más sofisticadas tecnologías de control de la población. Todo ello durante la fase de democracia limitada y controlada que se inició en 2016. Los militares, los Tatmadaw (fuerzas armadas), ya llevaban tiempo con campañas de desinformación y de censura, y, como se ha señalado, ensayaron su golpe digital y los cortes de comunicación en la represión de los rohinyás. En todo caso, será algo que se estudie en muchos estados mayores. De hecho, poco después del golpe, el gobierno de la vecina Camboya, bajo influencia China, también probó su control de la red.
Esta situación no ha impedido algunas reacciones. Algunas plataformas o redes sociales, como YouTube (perteneciente a Google) han reaccionado eliminado cinco canales que gestionaban los militares de Myanmar para su propaganda y desinformación. Y, sobre todo, pese a los muertos y detenidos, hay protestas masivas diarias en las que participan estudiantes, mujeres, monjes e incluso algunos policías. Muchos jóvenes birmanos se juegan la vida por el futuro, como lo presentó la BBC (emisora y web esencial en estas situaciones) con creatividad. Están bastante coordinados. Hay caceroladas, al menos en la capital, casi todas las noches. Puede ser la venganza de la inteligencia colectiva analógica, sobre la digital. Be water (“sé como el agua”), decía un personaje de Bruce Lee, lema y táctica que adoptaron los manifestantes pro-democracia en Hong Kong. Aunque acabaron perdiendo.