La ciudad de Derna (Libia) ha permanecido como núcleo más importante de oposición a Jalifa Haftar en el este del país desde que a mediados de 2014 el mariscal de campo anunciase el comienzo de operaciones militares contra grupos islamistas. Estoica frente a un bloqueo que con mayor o menor intensidad la ha mantenido aislada del resto del país desde principios de 2015, la ciudad es ahora el objetivo de las operaciones militares iniciadas por el Ejército Nacional Libio para liberarla.
Desde el final de la Revolución, y en parte debido a la ausencia o disfuncionalidad de instituciones nacionales, Libia se ha ido desmembrado hasta convertirse en un conjunto de ciudades-Estado desconectadas de una administración central cuasi inexistente. Misurata es buen ejemplo de ello, aunque Derna no es una excepción. Denostada durante casi dos décadas por el régimen de Muammar Gaddafi, actualmente cualquier iniciativa de mediación o relajación del bloqueo es percibida por una parte nada despreciable de la opinión pública como una concesión a los terroristas. La huella de años de exposición a la retórica utilizada por Gaddafi es difícil de borrar.
Por otro lado, el simbolismo de Derna entre los círculos de militancia salafista yihadista es de sobra conocido. La militancia salafista yihadista en Libia puede segmentarse en tres categorías fácilmente reconocibles: los libios afganos que a su regreso de Afganistán desafiaron al régimen de Gaddafi, aquellos que se unieron a al-Qaeda en Irak a partir de 2003 y un último grupo más heterogéneo formado por quienes o bien se desplazaron a Siria a partir de 2011 y regresaron para formar otros grupos en Libia, o bien acabaron abrazando la corriente más beligerante del salafismo sin abandonar el país. Dos datos sirven para ejemplificar perfectamente lo expuesto: la información recuperada de los Papeles de Sinjar dejaba clara importancia del contingente libio desplazado a luchar con al-Qaeda en Irak (casi el 20 % de los foreign fighters documentados en dichos documentos provenía de Libia, aproximadamente la mitad de ellos de Derna). Derna fue, además, el lugar elegido por Estado Islámico para establecer su primera base en Libia.
Recientemente rebautizada como Fuerza de Protección de Derna, aunque hasta ahora conocido como Consejo Consultivo de los Muyahidines de Derna, la fuerza que pretende plantar cara a la ofensiva iniciada por Haftar se conformó a finales de 2014 como resultado de la unión de diferentes milicias locales lideradas por individuos con diferente grado de empatía hacia el movimiento yihadista global. La Brigada de los Mártires de Abu Salim –fundada por Abdelhakim al-Hasidi, relevado posteriormente por Salim Derby– constituyó el núcleo de esta fuerza en un primer momento, aunque también se incorporaron a la coalición miembros de la facción local de Ansar al-Sharia –liderada por Sufian Bin Qumu, antiguo prisionero de Guantánamo–, la Brigada an-Nur –fundada por Nasr al-Akr, cercano de Abu Qutada– y miembros del Ejército Islámico de Libia.
Aunque el componente fundamentalista de estas milicias es incuestionable, separar el grano de la paja se antoja fundamental; desde Occidente resulta difícil apreciar ciertos matices del carácter de estos grupos y aunque si bien es cierto que al-Qaeda ha apoyado la creación y desarrollo de grupos yihadistas locales, no es menos cierto que, en ocasiones, los objetivos de dichos grupos difieren completamente de aquellos de al-Qaeda e incluso contradicen los principios ideológicos fundamentales de esta organización. En el caso particular de la Fuerza de Protección de Derna son innegables los lazos, más o menos directos, de algunos de sus rostros más visibles con al-Qaeda; muchos de sus militantes, sin embargo, encajarían mejor en la categoría de revolucionarios tal y como se entiende en el escenario libio. No obstante, fueron estos mismos milicianos quienes, tras una dura batalla, consiguieron expulsar de la ciudad a la facción de Estado Islámico que se había establecido en Derna. Los mismos milicianos de Derna han renunciado –al menos por el momento– a ejercer poder alguno en la ciudad, permitiendo la coexistencia de dos consejos locales, uno dependiente de Trípoli y otro de Tobruk, con objetivos evidentemente distintos. Asimismo, durante sus más de tres años de existencia, se han afanado en repetir constantemente que únicamente reconocen la controvertida figura del gran muftí como fuente legítima de poder.
Pese a la importancia estratégica de la ciudad, los esfuerzos orientados a tender puentes han sido exiguos y la reconciliación entre las diferentes partes no ha sido una prioridad en la agenda de nadie. Sea como fuere, una vez constatado el fracaso de las escasas iniciativas de mediación, Haftar no puede permitirse una derrota en Derna. Por un lado, debe confirmar que, pese a las dudas que su estado de salud ha suscitado recientemente, todavía goza de legitimidad para convertirse en el hombre fuerte en el que no pocos libios esperan que se convierta. Por otra parte, anotarse otra victoria militar que poder presentar como resultado de su lucha contra el terrorismo islamista ayudaría a dulcificar su figura e incrementaría su crédito tanto a nivel local como en según qué núcleos de poder de Occidente.
Ahora bien, si el resultado de su más que posible victoria, además del previsible grado de destrucción que acabará infligiendo a las infraestructuras la ciudad, acaba desembocando en un mayor aislamiento de su población como parte de un castigo colectivo ejemplarizante, el remedio sería posiblemente peor que la enfermedad. Ejemplo de ello es la no tan lejana campaña de aislamiento a la que Gaddafi sometió al este del país como castigo por la afrenta de dar cobijo a milicianos del Grupo Islámico Combatiente Libio. El resentimiento de una población brutalmente escarmentada y relegada al ostracismo no hizo sino agravarse hasta la Revolución de 2011. El desenlace de la batalla que recién comienza a librarse en Derna podría tener consecuencias desastrosas para el país.