Un fantasma recorre la educación universitaria. La multiplicación de cursos gratuitos, abiertos, diseñados para el ordenador y la tableta, así como la participación de las principales universidades en los nuevos proyectos tecnológicos nos lleva pensar qué futuro le espera a la educación. Habrá que ver cómo son esas universidades del futuro en la sociedad del aprendizaje. Pero, en lo que nos ocupa, la transformación tecnológica de la educación también plantea nuevos desafíos a la política exterior y la diplomacia pública.
En perspectiva histórica, los intercambios educativos han sido la estrella de la diplomacia cultural y científica. El programa Fulbright, el plan de visitantes de la Red Carolina, las invitaciones de The Japan Exchange & Teaching Program o los mismos becarios Erasmus son una buena muestra. En la práctica, casi todos los países cuentan con programas de similar naturaleza. Siguiendo la terminología de McLuhan, son medios calientes, de contacto emocional. Persiguen una experiencia cercana, en contacto con la población local.
Los programas educativos centran la actividad en el ámbito más personal y el compromiso a través de acciones educativas o científicas. La capacidad de influencia se concentra en el individuo, quien pertenece a algún tipo de elite en el país natal. La personalización facilita el diseño de mensajes y el éxito de las campañas. Los perfiles son variados: responsables de políticas públicas, profesores universitarios o estudiantes son los más comunes. Se persigue conectar futuras elites mediante un contacto personal, esto es, la creación de redes profesionales que contribuyan al desarrollo de proyectos concretos en el campo de la tecnología, la innovación, la ciencia y el I+D. En suma, los programas fijan las bases de la construcción de relaciones personales. Por eso, consumen muchos recursos económicos, requieren una acción consistente y son arriesgados. Cualesquiera que sea la naturaleza del programa (becas, intercambios, formación, conferencias, seminarios, redes sociales profesionales) no exime de tales condicionamientos.
Pero los MOOCs y otras innovaciones educativas transforman esas bases. Por su naturaleza, encajan en las nuevas estrategias de diplomacia digital. Son fuente de innovación y de formación continua. Amplía el número de destinatario a un coste que tiende a cero. Promueve nuevas habilidades y competencias necesarias en la economía digital. Amplía el currículo de quien no puede tomar un curso presencial en las universidades de elite. Exporta los temas de la política exterior al ámbito educativo con mayor soltura. Y toda una lista de ventajas (otro día hablaremos de los inconvenientes).
Algo se mueve. El Departamento de Estado (EEUU) ha promovido los MOOC Camp, cursos con una temática que se vincula con los propios objetivos de la política exterior. En concreto, se proponen cursos de ciencia y tecnología, emprendimiento, inglés como lengua extranjera, entre otros. El primer socio tecnológico elegido ha sido Coursera, el consorcio integrado por Princeton University, Stanford University, University of California (Berkeley), University of Michigan-Ann Arbor y University of Pennsylvania, entre otras. El objetivo reconocido es la creación de «nodos (hubs) de aprendizaje» con el apoyo local de las Embajadas, que faciliten la interacción presencial. Son masivos, pero integran la red ya constituida de sedes e instituciones de la diplomacia convencional con las redes y las tecnología. Los becarios Fulbright contribuyen, participan en las conversaciones en los foros y se ocupan de captar talento en la red. Por su parte, la Embajada facilita a cada participante un encuentro con el responsable de programas educativos para la captación de estudiantes que quieran completar sus estudios en el país (EducationUSA). Las Embajadas en Armenia, Belice, Benin, Bermuda, China, República Checa, Egipto, India, Indonesia, Iraq, Kenya, Lituania, Macedonia, Madagascar, México, Nigeria, Perú, Rusia, Eslovenia, España, Tanzania y Uruguay han sido las primeras en lanzar la iniciativa.
Y ahora toca mover ficha. Me pregunto si España no podría lanzar un consorcio parecido que incluyera a las tres grandes escuelas de negocio, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el de Economía, la Fundación Carolina, el Instituto Cervantes, Turespaña y otros actores relevantes de la política exterior. Eso es la innovación. ¿Estamos preparados?